miércoles, 30 de mayo de 2012

50 DIAS DE MAYO. PAG 196-227


El refugio de Carmen Torres era una casita de campo a las afueras de un pueblo. Hacía unos años, por una de esas casualidades del destino, se tropezó mientras huía del estrés y de la angustia con un paisaje melancólico y una casa en ruinas, a los que inmediatamente relacionó con su propia vida. Pagó lo que le pidieron por la casa y el paisaje, reconstruyendo la primera y cercando el conjunto, y a partir de entonces solo la mayor de las catástrofes podría haber alterado sus ansiados, solitarios y rutinarios fines de semana.
El sábado por la mañana hacía compras de aquello que consideraba exquisito, ponía rumbo al pueblo que atravesaba sin parar, habría la pequeña verja y aparcaba junto a la entrada. Después de recoger lo justo y necesario trabajaba en su pequeño invernadero. Una ducha sin prisas y una comida suculenta, aderezada con tomates y pepinos criados con sus manos, anticipaban una siesta gloriosa, de esas sin despertador. Y después leer, o no hacer nada, o soñar despierta, o no pensar. Las noches de verano dormía con la ventana abierta, atenta a los ruidos de la naturaleza que la mecían. Las del invierno lo hacía arrullada entre varias capas de mantas, consciente del frío exterior y del calor de su cama. Las mañanas de domingo discurrían siempre rápidas, demasiado rápidas. Y según los años iban pasando cada vez le costaba más abandonar esa soledad elegida, recoger y tomar el camino de regreso a la ciudad. Por supuesto ningún tipo de artilugio de comunicación estaba permitido en aquella casa, le costó esfuerzo, súplicas y amenazas el que su gente lo entendiese, pero claudicaron cuando comprobaron los efectos de la ausencia en la concentración y capacidad de trabajo renovados que cada lunes exhibía la periodista.
Este sábado en concreto las ganas de perderse en su refugio eran más grandes de lo normal. El desenlace de los asesinatos, con la muerte de José Martínez y de la prostituta, y el posterior suicidio de Manzanos habían obligado al equipo de redacción a vivir prácticamente en los estudios, y a ella en concreto a no tener más intimidad que unas cuantas horas de sueño dispersas sobre el sofá de su despacho. Necesitaba silencio para poner en orden sus ideas. Las muertes la habían hecho daño en lo personal, incluso más de lo que conscientemente era capaz de expresar. En su interior latía un sentimiento de pérdida, de ausencia que necesitaba analizar y asumir, un imposible rodeada de gente que iba y venía hablando sin parar. Realizó la balsámica rutina del inicio del fin de semana mecánicamente, mientras sus pensamientos giraban en torno a un punto escurridizo que no lograba centrar. Mientras comía un bistec poco hecho con salsa de Roquefort se preguntó en voz alta sobre qué era lo que había perdido, sobre qué era esa ausencia. Después se sirvió un café ligero con leche, añadió azúcar y removió la bebida mientras encendía un cigarrillo. El sueño iba haciendo presa en Carmen poco a poco, apuró su bebida y el tabaco, pasó por el baño y se dirigió a su habitación. Se desvistió, se puso una camisa de pijama de hombre, bajó la persiana y en apenas el tiempo que tardó en apoyar la cabeza en la almohada se quedó dormida.
Tardó unos segundos en comprender que algo no iba bien. Cuando despertó noto un objeto cálido y blando sobre su pecho, intentó girar su cuerpo sobre la cama y no pudo, algo impedía a sus brazos y a sus piernas moverse libremente. Abrió los ojos y no vio nada, y cuando todas las alarmas de su celebro se dispararon a la vez he intentó gritar sus labios no se movieron.
Vamos allá. Empieza el pánico. Noto como su corazón se dispara bajo la palma de mi mano. Resiste Carmen, por favor resiste. ¿Tiene algún problema cardíaco?, no lo sé, no pude recabar ese tipo de información. Se agita con violencia, luchando. Veo sus músculos desnudos como se tensan y se contraen, mientras las venas se hinchan esforzándose por devolver la sangre a su corazón para que este la impulse de nuevo a las arterias a un ritmo brutal. Un minuto, el ritmo cardíaco se mantiene, sigue luchando. Dos minutos, disminuyen las convulsiones en brazos y piernas, su cerebro regula el flujo sanguíneo dirigiéndolo hacia sus áreas vitales. Los pies y las manos, las pantorrillas y los antebrazos adquieren lividez, si ahora los tocase estarían fríos. Tres minutos, empieza a disminuir el ritmo cardíaco, los músculos del estómago y de su cuello se relajan parcialmente, deja de dar tirones a sus ataduras. Cuatro minutos, las aletas de su nariz palpitan mientras administran el aire a un ritmo todavía alto, pero dentro de los parámetros admisibles. Cinco minutos, Carmen ha vuelto, ahora me toca a mí.
-No voy a matarte-, digo lo más tranquilo que sé. La respuesta es un nuevo aumento de su actividad cardíaca y rigidez muscular. Espero a que se relaje mínimamente,
-No voy a abusar de ti-. Ella empieza a sudar, creo que es una buena señal. Su cuerpo me dice que está en una función mucho más compatible con la normalidad que la arritmia brutal de hace unos minutos.
-No voy a matarte, ni voy violarte-, repito de nuevo, espero cinco segundos y hablo de nuevo.
-No puedes moverte porque estás atada a tu cama. No puedes ver porque te he vendado los ojos. No puedes hablar porque tienes cinta tapándote la boca. Si has comprendido agita la cabeza de arriba abajo-. Un par de segundos después obedece. El ritmo de respuesta es todavía bajo, espero diez segundos esta vez antes de continuar.
-Lo que notas sobre tu pecho es mi mano derecha, está ahí para comprobar los latidos de tu corazón. El motivo por el que estás desnuda no es otro que controlar cuánta tensión está soportando tu cuerpo. ¿Me has comprendido?-, nueva respuesta afirmativa, un segundo. Rubor en las mejillas como respuesta a su desnudez. Voy bien, una respuesta psicológica frente a la de supervivencia animal anterior. Ya le he dado zanahoria, veamos cómo responde al palo.
-Lo que notas en la vagina y en el ano son dos varillas de acero inoxidable, están unidas a unos cables que a su vez están conectados a un potenciómetro. Ese aparato me permite regular la corriente eléctrica de cero a doscientos veinte vatios. No voy a matarte ni a violarte, pero quiero tu atención y que seas absolutamente franca y honesta. No me apetece usar la tortura contigo, pero lo haré si entiendo que no cumples mis reglas, ¿de acuerdo?-. La respuesta es un nuevo aumento de las palpitaciones, dos contracciones de sus genitales y su ano, después una absoluta inmovilidad, perfecto.
-un par de cosas más y te quitaré la mordaza. Gritos o pérdidas de control igual a dolor, ¿sí?. Bien. Si necesitas beber, comer, orinar o defecar dímelo y yo me encargaré. Intenta dejar de lado las normas sociales o la vergüenza, créeme si te digo que en tu situación son irrelevantes-.
Despego la cinta americana de sus labios lo más despacio que puedo, intentando no hacerle daño. Vuelvo a colocar mi mano sobre su pecho y espero sus primeras palabras sabedor de su importancia,
-Estoy muerta de miedo-, me dice intentando buscar compasión o aplicando lo de ser sincera, todavía es demasiado pronto para que yo aprecie el matiz,
-es lo normal-, respondo neutro por si es solo compasión lo que pide, y guardo silencio.
-¿qué es lo que quieres de mí?-, pregunta y de nuevo vuelvo a sentir su miedo.
-En realidad no he venido a pedirte nada, más bien tengo algo que ofrecerte. Escucha atentamente. Cuando esto termine estarás en una encrucijada, la elección sobre lo que harás o dejaras de hacer será tuya, y yo habré acabado mi trabajo contigo. Tienes los labios secos, lo que voy a introducirte en la boca es un tubo de goma por el que puedes beber agua, no te asustes-. Buena respuesta, busca el tubo y no rehúye el contacto de mis dedos contra su boca. La relación de dependencia se establece sin rebeldía, y creo que aún es demasiado pronto como para que sea un intento racionalizado de control por su parte. Vuelvo a colocar mi mano entre sus pechos, lo acepta, es el único contacto humano que tiene en este momento y todo un clásico en la psicología de la tortura. Lazos entre torturador y torturado, incomprensible para quien no haya pasado por la experiencia.
-¿Intuyes quién soy?-, pregunto,
-¿un psicópata?-, me contesta. Bien, es valiente y no ha ocultado un mínimo grado de desprecio. Necesito esa actitud más adelante, pero ahora debo inculcarle quien tiene el absoluto control. Subo la aguja del potenciómetro hasta veinte, cuento tres segundos y lo bajo de nuevo a cero. Sé que lo que ha notado ha sido un suave cosquilleo. Vuelvo a colocar mi mano entre sus pechos, el corazón vuelve a latir con fuerza, espero a que se calme,
-¿Sabes quién soy-, le repito,
-no-, responde sumisa,
-soy quien mató al obispo, al diputado y a su novia, a Barros, al jugador y a su prostituta. Soy quien preparó todo para hacer caer la culpa sobre Manzanos, y todo para que llegara el justo momento en el que tu y yo nos encontramos ahora-,
-no entiendo, lo siento, pero no entiendo nada de todo esto-, responde en cascada mientras vuelven los rápidos latidos. Le hago callar poniendo suavemente mi mano sobre su boca, y espero a que de nuevo se relaje.
-Tranquilízate. Te contaré los cómo, después los porqué, y después de eso acabará tu pesadilla, me iré como he venido. Lo que quiero es que simplemente escuches, que preguntes lo que creas oportuno y que actúes limpiamente si tienes que decir algo. Olvida todo intento de manipular la situación, simplemente no puedes. Lo que quiero de tu cerebro es lo que tengo de tu cuerpo, la absoluta desnudez-.
El discurso parece tener efecto, aunque por supuesto no me fio. Creo que piensa que soy una especie de admirador chiflado o algo por el estilo. Es ahora cuando debo ser capaz de convencerla con palabras de que digo la verdad,
-Maté al Obispo García en su despacho, a las diez y diez minutos de la mañana del veintisiete de abril, hace cuarenta días. Usé una barra de acero redonda de veinticinco por trescientos cincuenta milímetros…-,
Durante un tiempo indeterminado, Carmen había perdido esa noción, escuchó el discurso de su secuestrador a la par que intentaba evaluar su situación. Lo segundo era una batalla perdida, estaba a merced del hombre, así de simple y así de claro. Aquel leve hormigueo en su vagina y en su ano habían sido suficientes para aceptar el hecho, y una vez asumido eso era perfectamente consciente de que, poco a poco, el verbo de aquel hombre estaba haciendo blanco en su interés, era claro que estaba más que acostumbrado a hablar en público.
Por supuesto que aquella primera afirmación sobre que él era el asesino le pareció la alucinación de un desequilibrado, pero a medida que avanzaba por aquél horrible relato de muertes había cosas que le hacían dudar cada vez más sobre su primera impresión. No eran los actos descritos en sí mismos, sino los detalles sobre lo que el tipo decía haber sentido los que modificaban la balanza. Le hablaba de cómo había matado, pero también del miedo, de la angustia, de la culpa y del dolor que le había causado hacerlo. Lo hacía sin disculparse, asumiendo su naturaleza monstruosa como Carmen creía que lo haría un psicópata, pero a la vez era como la descripción que un soldado hace de sus experiencias, horribles, lógicas y absurdamente justificables en su objetivo. Ella incidía con preguntas sueltas cada vez más en sentimientos y menos en detalles escabrosos, intentando buscar los porqués y dejando a un lado el resto,
-puedes insistir sobre eso, pero no te lo descubriré hasta que no sea el momento-, le contestó el en una de esas ocasiones, y ella fue perfectamente consciente de que él sabía que tenía esa atención que reclamó con la descarga eléctrica.
Unos instantes después la atención de Carmen se desdibujó, tenía la vejiga a punto de estallar,
-Necesito ir al baño-, dijo interrumpiendo al hombre, que paró su discurso,
-tienes un empapador colocado bajo tus nalgas-, dijo él mientras le retiraba la mano del pecho, -ahora lo plegaré sobre tus genitales y hare presión-,
Carmen notó como algo parecido a una tela gruesa y suave le cubría, después notó la mano del hombre detrás,
-Esto es de locos, simplemente no puedo orinar así-,
-Puedes-, dijo él, y un cosquilleo conocido alteró sus músculos, e hizo que el torrente de orina escapase a cualquier intento de control por su parte hasta que no fue expulsada la última gota.
Carmen notó el rubor en sus mejillas. Tensa, no movió ni un músculo ni emitió una sola palabra mientras el hombre volvía a desplegar el empapador, limpiaba con delicadeza y detalle hasta el más intimo de sus rincones, la izaba sujetándola por las nalgas y colocaba un empapador seco. La mujer notó perfectamente como le extraía lo que fuera que tenía en el ano, y después como hacía lo propio en su vagina.
-esto ya no será necesario-, oyó. Si pudiese ver la cara del hombre habría visto una sonrisa extraña mientras pasaba un dedo por la pequeña barra de acero inoxidable, el líquido levemente viscoso que la cubría no era orina.
-voy a recoger esto, vuelvo en un momento-, le digo para que tenga tiempo de relajarse. En realidad estoy a pocos metros de ella, y la prueba consiste en conocer su reacción a mi ausencia. Si no aprovecha para gritar y pedir auxilio vamos bien, sea porque quiere saber más o por miedo, me valen cualquiera de los dos o una mezcla de ambos. Si grita, bueno, tendré que replantearme qué hacer con ella. Permanece en silencio mientras la observo. Es curioso como respondemos a lo extremo, lo que acaba de pasar es prueba de cómo ante una situación límite, si se alarga lo suficiente o se manipula correctamente, terminamos por normalizarla de una manera u otra. Mayor razón para hacer lo que hago. Si un solo individuo responde a la indefensión adaptándose a ella, un pueblo entero hará lo propio, aunque esta mujer pueda acabar muerta a mis manos o el pueblo idiotizado, cosas que prefieren obviar pues ese es su mecanismo de defensa.
Gira la cabeza de un lado a otro, empieza a impacientarle mi tardanza, o quizá crea que me he ido. Coloco de nuevo mi mano entre sus pechos, se relaja. Dos horas y quince minutos, el vínculo está cerrado.
Durante la siguiente hora acabo con el relato de los hechos. Creo que he sido justo al sumar datos y sentimientos, pues también son hechos mis percepciones personales o mis dudas. Es lo menos que le debo por la situación en la que la he colocado, y le doy así, mostrando mis debilidades, la suficiente confianza como para reprochar y atacar mis actos.
Pasa de puntillas sobre los otros asesinados para centrarse en Barros, en la novia de Palacios y en la prostituta. Previsible el primer nombre, pues fue una persona muy cercana a ella, y me complace el que me acuse de matar a personas con un grado de inocencia mayor que el resto, pues diferencia a inocentes de otros aun más inocentes, me conviene ese matiz,
-me resulta atroz el que fueses capaz de asesinar a esas mujeres solo porque estaban en el lugar equivocado, o porque las necesitaras para llegar a los otros. En cuanto a Barros, era una buena persona… y un maestro. No hay excusa posible-, me reprocha con contundencia,
-es cierto, es atroz matar inocentes, y sé que Barros era una buena persona-. Le contesto. -Lo cierto es que matando a esas mujeres lo que eliminé fueron personas, y eso revela que soy un monstruo. De igual manera la muerte del resto tampoco tiene excusa, y no me excuso. La cuestión es otra y obvia, casi estúpida por su simpleza. Los personajes públicos son para el público personajes, como lo eres tú. Ríes, lloras, amas y odias, sueñas, te enfadas, comes, naciste y te morirás y todo eso te iguala al resto del mundo, pues eres persona. Pero además tienes la condición de personaje, habrá quien te admire y quien te odie, pero el hecho de ser un personaje popular te da la cualidad de transmitir tus valores. Si sumas a eso el que después de la muerte de Barros, has heredado una posición privilegiada para influir en los valores de las personas mostrando los tuyos propios sabrás porqué estoy aquí-,
-no tiene sentido el que me pidas que sea correa de transmisión de un asesino, no lo haré-, me interrumpe,
-no te lo estoy pidiendo, sé que es absurdo. Eres tú quien elegirá que hacer o que no hacer, ya te lo dije. Yo solo te informo de cómo lo hice, y ahora te diré porqué. Antes de empezar, ¿necesitas algo, tienes hambre?-.
-le doy de comer fruta que previamente he troceado. Mastica y gira torpemente la cara cuando percibe mis dedos cerca de su boca, y una gota roja resbala por su mejilla cuando atrapa con sus dientes un trozo de sandía. Se la limpio, al igual que sus labios. No pone ningún reparo, simplemente se deja hacer. Me pide que le encienda un cigarrillo, y cada vez que coloco la boquilla entre sus labios noto su calor como ella nota el roce de la punta de mis dedos. La escena tiene una carga erótica evidente, creo que para los dos. Recelo de mis pulsiones tanto como de las suyas, no estoy aquí para esto y este es el límite, no obstante es positivo para mi propósito, refuerza el vínculo. Cuando termina de fumar le pregunto si quiere algo más. Tarda tres segundos en responder que no, saco mis propias conclusiones. Es hora de ir acabando-.
-Imagina un enfermo, al que después de mucho tiempo de sufrimiento logran sanar. La noticia de su recuperación le llena de satisfacción, está eufórico, y se dice a si mismo que vale la pena luchar, que la tenacidad y la fe por vivir le han hecho un hombre nuevo, que aplicará todo lo aprendido, todo lo que valora, todo en lo que cree en hacer durante el resto de su vida de esos valores su bandera. Diez años después los reveses, la cotidianidad y la normalidad lo han convertido en uno más. Recuerda de vez en cuando sus aspiraciones tras la enfermedad, pero se dice a si mismo que remar contra corriente no es para él, mientras que paradójicamente admira a quienes, de una forma u otra, representan algo de lo que él creyó que podía llegar a ser. Ve una película y le encantaría ser el héroe, ve una chica en una serie de televisión y por un momento sueña con ser él quien la besa al final, oye a un cura hablar de injusticias y desde su sofá se suma a la causa durante los dos segundos que logra retener la información, admira a un político joven que parece que puede que tal vez llegue a tener opinión propia, y hasta igual es posible que se lo crea y que le vote; hace suya la opinión de un periodista sobre una guerra injusta que ni siquiera se preocupa de situar en un mapa, o simplemente se desgañita alabando las bondades de un niño golpeando un balón…, lo cual no será óbice para que el lunes a las seis fiche y venda barato ocho horas de su vida a una multinacional a quien no le importa en absoluto. Si extrapolas este ejemplo a este país y a este momento, puede que llegues a la conclusión de que tras una larga enfermedad, hubo un tiempo en que la esperanza fue tan protagonista de su futuro como hoy es la desesperanza en su presente. Esta no es una historia de inocentes, sino de algunos culpables por acción u omisión, y de un enorme número de personas, las que viven en este país, que alguna vez soñaron con ser ciudadanos, y se han convertido en simples peones de un sistema que ha logrado convencerles de que no hay otro modo de hacer las cosas, que el que el propio sistema impone. Maté a los personajes que maté porque solo hay una forma de reventar una olla a presión, que no es otra que inutilizar la válvula de escape. Los asesiné porque cada uno de ellos representaba una esperanza vana y artificial, al servicio del sistema, cuyo objetivo lo supieran ellos o no era perpetuar la dependencia, el borregismo, la opinión más o menos uniforme pero siempre dentro de su orden. No atenté contra el poder porque es un monstruo de muchas cabezas, y por cada una que cortes dos vendrán a sustituirla. He matado la esperanza dispersa, los satélites incapaces de ser planeta, para que nazca una nueva esperanza-.
Paro mi discurso. Mi mano me cuenta que su corazón late de nuevo rápido, es hora de finalizar.
-Eres una persona valiente, no es muy común hacer crítica de uno mismo y hacerla públicamente. Sé que lloraste la perdida de todos los que maté y eso te hace persona, como sé que te creces en los momentos difíciles, y este momento es el ejemplo perfecto. Sé que te importan los más débiles porque no has dudado en acusarme de ser un monstruo asesino mientras estas en las manos del monstruo asesino que los mató. Has escuchado mis confesiones aunque cualquier psicólogo estúpido habría desestimado mis palabras pues son las de un loco. La encrucijada de caminos de la que te hablaba, lo que harás o lo que no harás, es simple. Tienes la oportunidad de aunar en ti todas las esperanzas a las que he dejado huérfanas, la ocasión de ponerte frente al país y despertarlo de su letargo, de hacerlo protagonista de su presente y de su futuro, de convertir a los anónimos en ciudadanos. Tu misma lo dijiste en la cocina de tu casa, mientras llorabas. Después de la muerte de Barros, tú eres la voz-.
Dejo de hablar mientras sonrió por las omisiones, no es conveniente ahora recordarle que al igual que todo lo que he dicho de ella es lo que realmente pienso, me he callado su ambición, que la ha llevado a estar donde profesionalmente está, y con la que cuento para que se sume a mis pretensiones. Ella permanece callada un momento, mientras su corazón va acelerándose y sus mejillas se ponen rojas. Luego, por fin, estalla,
-¿eso es todo?, ¿acaso crees que asesinando, atándome y humillándome, voy a hacer del resto de mi vida el sueño de un loco?. No quiero morir, me da pánico que decidas matarme. Mírame, mira como estoy, desnuda y atada. ¿Y tú me dices que yo soy la esperanza de un pueblo?. Yo solo quiero ser quien soy, una mujer. Solo quiero vivir…, de una puta vez, y estar en paz-. Calla durante unos segundos, y su corazón se calma. Luego gira lentamente la cabeza hacia donde estoy, hacia el sitio desde donde le llega mi voz. Me mira a través de la venda de sus ojos,
-¿Es así, como estoy ahora, como tú ves a la esperanza?.-
-Si Carmen, así la veo. Exactamente como tú estás ahora. Y cuando me vaya y no tengas nada que te ate ni te ciegue harás exactamente lo que tú creas que debes hacer, no lo que yo desee ni lo que quiera nadie, solo lo que quieras tú. No vas a morir, Carmen, yo jamás podría matarte. Te garantizo que eres una gran mujer, la más valiente que he conocido, y te deseo esa paz que añoras. Ojalá algún día puedas perdonarme por haberte hecho sufrir, lo siento-.
Espero unos segundos y lamentándome para mis adentros, termino.
-Ahora  recogeré mis cosas y me iré, pero antes ¿te apetece un poco de agua?, tienes la boca seca-.
Cambio el tubo de goma de la botella que he utilizado a la que contiene el mismo fármaco que puse en el azucarero, estará dormida en un cuarto de hora,
-¿necesitas algo más?-.
Esta vez orina sin ningún tipo de ayuda. Contemplo sus pechos temblar con el roce de la toallita húmeda en sus genitales, y un gemido en forma de susurro me dice cuando debo de parar, “no he venido a esto…, pero me encantaría”. Coloco de nuevo mi mano entre sus pechos mientras el somnífero empieza a hacer efecto.
-No te puedes imaginar cuanto lamento haberte conocido en estas circunstancias-, le digo al oído. No sé si me ha escuchado antes de dormirse.
Desato sus brazos y piernas, le quito la venda de los ojos y giro su cuerpo en busca de daños por lo prolongado de la postura, los talones, los glúteos y los hombros están un poco blanquecinos, pero tras un breve masaje vuelven a un rosado natural. Vuelvo a ponerle la ropa interior y la camisa del pijama, la coloco de costado y la arropo. Recojo todos y cada uno de mis útiles y los introduzco en una bolsa de basura. Hago una detallada inspección del lugar, tras la cual salgo de la habitación. Casi a punto de salir de la casa me detengo, voy a cometer una estupidez a sabiendas de mi error, pero lo cierto es que me apetece hacer un envite a la suerte y al destino, aunque más que apetecerme es una necesidad que no sé definir. Saco de la bolsa uno de los pañuelos de raso blanco que he utilizado como ligaduras y lo dejo atado al cabecero de la cama. Es una mujer muy hermosa, pienso mientras la miro por última vez.
De vuelta a la ciudad paro en un restaurante, en un buen restaurante. Tiro la bolsa al contenedor de basuras y una vez sentado pido un desayuno pantagruélico. Llevo demasiadas horas sin comer nada, y eso unido a la tensión, y por qué no decirlo, a la excitación continua de tener desnuda y atada a Carmen durante tanto tiempo me hace tener un apetitito voraz, de animal. Un buen vino acompaña el temprano banquete. Gran día, ya casi todo está hecho, pero no puedo evitar una punzada de dolor por Carmen, esto es de locos.

Carmen Torres se estremeció. Movió una pierna lentamente hasta hacer tope con la otra, y solo entonces se atrevió a abrir  los ojos. Estaba en su cama, en su habitación, y la luz del sol se filtraba a través de las rendijas de la persiana. Se llevó una mano al pecho esperando o temiendo encontrar otra, pero solo encontró los botones de su pijama. Se incorporó y miró al frente buscando algo fuera de lugar, se levantó y subió la persiana. Un magnífico día le hizo entrecerrar los ojos. El verano le anunciaba su llegada. Salió de la habitación sin mirar atrás, la coqueta casita le transmitió la más absoluta de las normalidades y el reloj de la cocina la acabó de situar, eran las diez y veinte de la mañana. Mientras se duchaba se negó a pensar, e hizo lo propio mientras desayunaba, solo después de la primera calada de un cigarrillo abrió completamente el grifo de sus pensamientos.
Este había sido el sueño más aterrador, real y excitante de toda su vida. La extraña mezcla de pensamiento racional, miedo cerval y erotismo latente la hicieron sonreír nerviosa y a medias. No sabía que su subconsciente tuviera pretensiones políticas. Era lógico su pánico a acabar asesinada como Barros y los demás, y definitivamente llevaba demasiado tiempo en dique seco. Mientras recogía la casa seguía dándole vueltas al mensaje del sueño, a lo de aunar la esperanza en un solo ser, en un momento concreto y ante una situación determinada. Se dijo a si misma que la mejor de las venganzas contra alguien como Iván Manzanos, sería precisamente que sus asesinatos sirvieran a la causa contraria. Hacer de peones del pensamiento único ciudadanos de libre pensamiento, no estaba mal como idea y le gustaba el haberse escogido a sí misma para capitanearla a través de sus sueños. Su autoestima, su ego y ella brindaron al unísono. Luego estaba el tema de la voz del hombre. Carmen juraría haberla oído en alguna parte, aunque le era imposible recordar donde y ponerle cara. Suponía que era la de algún conocido o de alguien a quien había entrevistado, pero se le escapaban los detalles de quien y cuando. Lo que estaba claro era que había despertado sus pasiones…, y por lo visto de forma subliminal.
Cuando terminó de recoger fue a la habitación a vestirse, era la hora de volver a la selva. A medias de acabar, algo reflejado en el espejo del tocador llamó su atención, un pañuelo blanco de raso estaba anudado al cabecero de la cama. Carmen Torres se tapó la boca con ambas manos y comenzó a temblar violentamente.

En cuanto le dieron el alta en el hospital Marta y Ana salieron corriendo. Hicieron que el coche corriera por la ciudad y entraron en casa corriendo. Unos minutos después un gato era testigo, tumbado a los pies de la cama, de cómo dos mujeres se miraban a la cara la una vuelta hacia la otra, sin decir nada. Ana despejaba de la cara de Marta un mechón de pelo rebelde, cuando lo consiguió uno de sus dedos comenzó a describir líneas lentas sobre la frente que acababan allí donde unos puntos de sutura nacían, se perdió un rato en las cejas y luego acarició los párpados cerrados. Después siguió su camino hacia la nariz lentamente, como si estuviera memorizando cada uno de los rasgos que tocaba. Marta abrió los ojos, frente a ella un rostro hermoso, sincero y en paz lloraba sin ocultar ni una sola lágrima. La respuesta a la pregunta de por qué lo hacia se hizo esperar varios segundos y un suspiro,
“porque ya sé que hay bajo mi piel, tú”.
Una sonrisa desdentada sonrió, un brazo escayolado estorbó, y una cara se escondió del mundo entre la calidez de unos pechos. Ninguna de las dos mujeres necesitaba en ese momento nada más. Tal vez más tarde el deseo vendría a visitarlas, y probablemente sería bienvenido, pero lo que tocaba en ese momento era refugiarse la una en la otra, pegadas, solas y en silencio, con un gato como único testigo.

-Soy Gabriel, tengo que verte. Te espero en el bar de Paco en media hora-.
Gafas de sol, una camiseta, vaqueros y zapatillas de mercadillo. Sol de principios de verano, una cerveza fresca. Si algún comerciante fuera lo suficientemente hábil como para enlatar todo eso y exportarlo al frío norte se haría de oro. Éxtasis Mediterráneo, todos los derechos reservados.
Otro trago y le veo venir, está más viejo. Diez años no pasan en vano y menos para el Director de la Seguridad Nacional. Paco está en la puerta del bar, una mano apoyada en el dintel. La otra, bajo el ridículo delantal, amartilla sin disimulo su vieja Makarov.
-¿Has sido tú?-, me increpa cuando llega a la mesa,
-Esa no es forma de saludar a los viejos amigos, Roberto-,
-!¿Has sido tú?!-, repite perdiendo un tanto los estribos. Un clic suena bajo el delantal de Paco, dos hombres a mi izquierda y otro a diez metros de la escena mantienen sus manos ocupadas en un curioso caso de picor contagioso de axilas,
-está bien, Paco. Anda, trae un par de cervezas y sírveles también a los agentes, se deben estar cociendo con esos trajes. Y tú, deja de decir gilipolleces y siéntate, por favor-. Le digo con una sonrisa abierta, al tiempo que señalo la silla.
-Supongo que me preguntas por los asesinatos de Iván Manzanos. No seas ridículo Director. Sabes perfectamente que dejé la profesión hace años. No lo recuerdo muy bien, pero creo que mi último encargo fue por tu cuenta. Además, me resulta ofensivo que pienses que yo podría hacer las cosas tan mal…-.
-Tú le dijiste a Marco que…,-
-Yo le dije a Marco que le pagaría mi deuda, y que después de eso haríamos cuentas. Las pajas mentales que tú y él os hagáis es asunto vuestro, no mío. Supongo que a Marco la edad le hace chochear, pero no contaba con que tú te hubieses vuelto estúpido-,
-No me lo trago Gabriel-, insiste más calmado,
-me da igual lo que seas capaz de tragar o lo que no. Me deberías conocerme lo suficiente como para saber que si hubiera querido agitar este puto país, a quien le hubiese saltado la tapa de los sesos habría sido al propio Marco, o al jefe de los banqueros, o al payaso del Presidente del Gobierno o a ti mismo. Estáis todos vivos, así que evidentemente no he sido yo-, le contesto un tanto irritado.
Paco llega con la bandeja llena de cervezas. Deja dos en nuestra mesa y se dispone a llevarles el resto a los escoltas.
-gracias Pável-, le dice el Director.
El se da la vuelta y contesta con un simple “aquí soy Paco”, escupe en el suelo y se aleja.
-¿Algún muerto más que quieras colgarme?-, le pregunto,
-¿Qué haces aquí?-,
-Nací aquí, ¿recuerdas?. Vale, está bien. “Metamorfosis de las Sociedades Mediterráneas”, le digo sacando un fajo de folios de mi bolsa. Es un estudio comparativo entre los países mediterráneos de la evolución social experimentada a lo largo de las dos últimas décadas, o dicho en un idioma que alguien como tú pueda entender, como ha cambiado el patio en comparación con el de nuestros vecinos de veinte años para acá. Lo publicaré este invierno, y será un éxito entre los cuarenta que nos dedicamos a esto. ¿Te sirve mi respuesta?. Si no hubieseis cancelado la necesidad de pasaporte en la Unión Europea podrías examinar un montón de sellos, que te dirían que llevo más de un año dando vueltas por ahí y por aquí. De todas formas supongo que lo confirmarás por otros medios, pásalo bien mientras lo haces-.
-¿Porqué me has llamado?-,
-Empiezas a cansarme, Roberto, no cometas ese error, no te conviene. Ya te lo he dicho antes y tú te has empeñado en decir tonterías en vez de escuchar, tengo la solución para que Marco, tu querido Presidente, se muera tranquilo-,
-dímela-,
-no amigo. Sigues siendo el burócrata cabrón de siempre, no eres de fiar. Los oídos de Marco serán los primeros que escuchen lo que tengo que proponeros. Y ahora relájate y bebe tu cerveza. Por cierto, un consejo, viste a tus perros como a personas normales. Cualquier tirador ciego los abatiría sin ningún esfuerzo-.
El Director mira las terrazas mientras apura su cerveza,
-pasado mañana a las seis de la tarde te esperaré frente a la casa de Marco. ¿El de la segunda terraza a mi derecha es Misha?-, pregunta,
-desde que tú le diste papeles nuevos, por la cuenta que te tenía, prefiere que le llamen Miguel-, le respondo.
-te siguen siendo leales desde los tiempos de Sarajevo-,
-entregarles en una caja la cabeza del asesino de sus familias crea lazos, Director. Tú estabas allí, deberías recordarlo-.
Arteaga, apenas a diez metros por detrás de su jefe percibió parte de la conversación…, y se le pusieron los pelos de punta. Tenía su cerveza intacta y los nervios al ciento veinte por ciento de su capacidad. No tenía ni idea quienes eran aquellos tipos, el camarero gordo y armado que le había entregado la bebida con una sonrisa amenazadora, y el otro con el que hablaba el Director, pero todo el instinto heredado de años como profesional de inteligencia le gritaba para que mantuviese la guardia erguida.
Cuando su jefe se levantó el le siguió dos pasos por detrás, colocándose instintivamente entre él y aquel sujeto, y solo cuando abandonaron la plazoleta se colocó a su altura y se atrevió a preguntar,
-¿Qué ha sido todo esto?-,
El Director se paró, sacó de su chaqueta un paquete de cigarrillos, extrajo uno y lo encendió nervioso, muy nervioso,
-nada. No has visto nada, no has oído nada. No olvides nunca que hoy no ha existido. Déjaselo claro a los otros dos-.

Dos días después de salir del hospital, Marta se miraba en el espejo del dormitorio, mientras Ana la contemplaba apoyada en el quicio de la puerta,
-¿Vas a ir a ver al Director de la Seguridad del Estado así?-, le preguntó mientras enarcaba una ceja,
-Si, ¿te gusta?, contestó Marta,
-estas…, muy guapa-, “me rindo”, pensó Ana mientras ponía la mejor de las sonrisas, “es lo que hay, que sea lo que Dios quiera”.
-bueno, me voy. No dejes todo por el medio. No le des al gato más galletas, parece una bola y lo tienes todo el día detrás ti mendigando. Si vas al gimnasio procura que no te den en la cara. Si ves a los gemelos o a Arteaga les das recuerdos. Cuando acabe te llamo y tomamos algo en el bar de siempre. ¿No piensas darme un beso?. Se me olvida algo, a si, la mochila. Te quiero, péinate un poco o hazte algo, estás horrible. Hasta luego cielo-, soltó Marta del tirón y salió de la casa como si fuera un remolino.
Ana resopló. El gato salió de algún sitio y se la quedo mirando.
-Al fin solos tu y yo, ¿te apetece una galleta?-, el gato la siguió hasta la cocina.
El primer control de seguridad lo pasó sin problemas, ya la conocían de las reuniones que el grupo había tenido en el edificio, aunque a Marta le pareció que la miraban raro y la trataban aún más raro. El mismo agente que nunca le dijo ni pio ahora la trataba de usted. En el segundo control, el de acceso a la secretaría y al despacho del Director, la cosa fue aun más chocante, el agente miro varias veces la identificación y la cara sonriente de Marta, dudó unos instantes y después anunció al secretario del Director que la Inspectora de Policía Iglesias ya había llegado.
El secretario estaba ansioso por conocer al cerebro del grupo que había logrado capturar a Manzanos, a la mujer que había sido herida enfrentándose sola al asesino. Los medios de comunicación la habían ensalzado como a una auténtica heroína, aunque omitiendo su identidad por motivos de seguridad; hasta en la propia “casa” se hacían conjeturas sobre la identidad real de la mujer, pues lo cierto es que casi nadie conocía el aspecto de la inspectora, y los que la conocían sonreían misteriosos cuando se les preguntaba. -Hágala pasar, por favor-,
La muchacha que entró en los dominios del secretario no aparentaba tener más de veinte y pocos años. Una melenita ondulada de color castaño estaba sujeta por unas gafas redondas de sol de color azul. De la parte alta de la frente nacía una herida reciente, cosida con sutura, que se le perdía entre el pelo. Llevaba puesto un vestidillo blanco y suelto que le llegaba hasta las rodillas, y unas zapatillas de loneta rojas. Su brazo derecho lucía una aparatosa escayola completamente llena de firmas y dibujitos, sujeta al cuello por un pañuelo morado, y cuando se acercó el hombre comprobó que lucía pequeñas pecas seguramente producidas por el incipiente sol de verano.
-Hola, soy Marta Iglesias. Tengo una cita con el Director-, y sonrió.
Nunca el secretario del Director había pedido a nadie su identificación, se suponía que había controles previos que se encargaban de eso. La visión de un hueco en aquella sonrisa, sumado al resto, le hizo rectificar. Lo primero que aquella chiquilla sacó de su mochila de hippy fue una pistola semiautomática Glock de nueve milímetros completamente nueva, que dejó distraídamente sobre la mesa mientras buscaba su carnet y su placa,
-es un regalo de mi novia, Ana Conti. ¿La conoce?, trabaja aquí. A mí me gustaba más la que tenía antes, pero según Ana se perdió cuando me atropelló Manzanos en el puticlub, aunque si le digo la verdad creo que la ha tirado a la basura, se ponía mala cada vez que la veía. Dice que no servía ni para espantar a las moscas. Ya apareció, tome, mi placa-,
El secretario miró varias veces la identificación y la cara de Marta,
-Bien inspectora Iglesias, puede pasar. No se preocupe por su pistola y por su… bolso. Yo se lo cuidaré encantado-. Un solo pensamiento rondó por la cabeza del serio secretario cuando la mujer pasó al siguiente despacho, “acojonante”, y no pudo resistirse a sonreír.
El Director enarcó una ceja cuando Marta entró en su despacho, pidió a la joven que se sentara y empezó a hablar dejando a un lado las presentaciones y los convencionalismos,
-Me comenta el capitán Arteaga que ha rechazado el puesto de analista que se le ha ofrecido, y que usted sugiere que la contratemos como asesora externa. No entraba en mis planes ese planteamiento, así que le ruego me explique por qué he de cambiarlo-,
-señor, es una cuestión práctica. Es usted quien ha acudido a mí. Me siento alagada por ello, pero eso no significa que no saque ventaja de la situación, ofreciéndole a cambio algo de lo que no dispone. Verá, como su subordinada tendría que acatar sus órdenes y seguir la política de la institución, pero como asesora podría decir lo que pienso, usted gana y yo también. Usted gana consejo y crítica, yo libertad-. Respondió Marta con seriedad.
-¿Cree que Seguridad del Estado necesita consejo y crítica, y que es usted la persona idónea para hacerlo?-, preguntó el Director mientras empezaba a fijarse más en la mente de la Inspectora que en su físico, tenía la sensación de que acababa de iniciar una partida de ajedrez sin haberse dado cuenta,
-lo segundo lo tendrá que decidir usted, señor. En cuanto a lo primero, no lo dudo en absoluto. Si me lo permite, se lo explicaré con el caso de Manzanos-,
-Salen blancas- dijo, y ante la mirada interrogativa de la inspectora añadió, -adelante, la escucho-,
-gracias señor. Verá, cuando un caso de la relevancia de este no se ata, tarde o temprano acaba soltando mierda. Tengo dudas sobre la autoría de los asesinatos, Iván Manzanos no da el perfil. Es posible que lo hiciera, no digo que no, pero no es probable-.
-Tiene usted todo mi interés, inspectora, prosiga-,
-le ruego que no me interrumpa. Lo siento, no pretendo ofenderle, pero es que si no lo suelto de seguido me lío-,
-perdóneme usted, he oído que sus planteamientos son un tanto peculiares, no debería haberla interrumpido-, respondió entre intrigado y sonriente el Director,
-gracias señor-, dijo Marta mientras se ponía en pie y comenzaba a dar vueltas por el despacho,
-bien, las pruebas. En el hospital me aburría, a pesar de los esfuerzos de Ana, mi novia, para sacarme de mis casillas. Así que le pedí a Navarro, mi jefe, que me trajera la documentación del caso-.
-Una de las cosas que me llamó la atención fue que se pasó de puntillas sobre la investigación de la cámara fotográfica utilizada en varios de los asesinatos. Es un modelo compacto que lleva en el mercado apenas seis meses, carísima y que solo se vende en el país en dos tiendas muy especializadas. Se han vendido trescientas veintitrés y todas, absolutamente todas, se han pagado con tarjeta. El nombre de Iván Manzanos no aparece en ninguno de los resguardos de compra de las tiendas. Esto es circunstancial y puede tener otra explicación lógica, pero lo lógico era que ese nombre apareciera-.
-Segunda duda. El grupo determinó la posibilidad de que el asesino conociera personalmente a Alfonso Barros, basándonos en el residuo de vómito que apareció en la escena del crimen. ¿Ha leído ese informe?-,
-Si, muy intuitivo, pero la aportación fue de usted y de Conti, obvie la modestia, no la necesita conmigo-,
-Si, así fue. Bien, una de las cosas que manteníamos es que lo que hizo perder la compostura al asesino fue la semejanza entre la escena del crimen y una obra escultórica. Verá, una puede mirar mil veces el retrato de la Gioconda en fotos, pero solo cuando se está frente al cuadro se te arruga el corazón. E igual pasa con el resto de las artes, la obertura de Carmina Burana, escuchada en un CD, puede motivarte, pero cuando la escuchas en un teatro con orquesta en directo y coros, le ruego me disculpe, te meas en las bragas. Estoy convencida de que solo quien ha visto La Piedad en persona, puede llegar a sentir tanto la semejanza entre la escena del crimen y la obra, como para llegar a perder la compostura. El problema es que Manzanos tenía fobia a volar, y esa obra está a un montón de kilómetros de aquí. Eso me mosqueó, así que logré el teléfono de su hermana, y después de que me mandase a tomar por el culo unas cuantas veces me dijo que Manzanos nunca había estado en El Vaticano, y que el arte se la traía floja. También es circunstancial, que le vamos a hacer. Mi jefe, el inspector Navarro, mantiene que el desayuno le sentó mal al asesino-,
-Lo tercero que me hace dudar son las pruebas en sí. Mire, yo tengo un gato de pelo corto, y el bicho tiene la manía, cuando estoy en el sofá tumbada o viendo la tele, de apoyar su cabeza en mi… estómago. El caso es que acabo quitándome pelos del animal que se quedan prendidos en mi ropa y dejándolos en el cenicero. Si aplicamos exactamente la misma lógica a los asesinatos que a mi gato, el resultado es que los pelos que se le desprenden al bicho se colocan solos en el cenicero o bien los pone el. Si en el ejemplo del gato hubo una intermediaria, es decir yo, cabe la posibilidad por muy remota que sea que alguien con acceso a un peine de Manzanos, en unos vestuarios de un club como donde lo trincaron o algo similar, tomara y luego colocara a propósito los cabellos en la escena del crimen para implicarlo. En cuanto a la huella que hayamos, le recuerdo el sistema que utilizamos para obtenerlas. Si nosotros no dudamos en el método, no veo razón para que un eventual asesino no hiciera lo mismo, y además resulta curioso que solo apareciera una huella en uno de los lados de la cajita de la tarjeta de memoria. Le juro que he intentado una docena de veces coger una igual con un solo dedo, el gordo en concreto como en la famosa huella, y debo de ser muy torpe pero todas, absolutamente todas las veces se me ha caído, y por supuesto en ninguna he logrado abrirla. Pero claro, eso también es circunstancial, puede que yo sea muy torpe o Manzanos muy hábil-.
-De todas formas la mayor de las putadas en todo este asunto ha sido el que el tipo se haya suicidado sin tener tiempo para interrogarle. ¿Sabe señor, que le habría preguntado?, lo clásico, que si tenía alguna coartada en su defensa. Desgraciadamente murió tan rápido que nos quedamos sin poder interrogar, si es que lo hubiese, a quien él podría haber dicho que podía testificar que en el momento de alguno de los asesinatos estaban juntos. Como ya le he dicho, una putada, señor-. Marta dejo de pasear por el despacho y se sentó frente al Director. Cambiando totalmente el tono informal por otro seco y directo le dijo,
-Le he dicho al principio que como asesora me sentiría con la suficiente libertad como para aconsejar o criticar a su institución. Señor, permítame un consejo gratis. Hay periodistas que se aburren, por no hablar de los teóricos de las conspiraciones que abundan en internet. Puede que no hoy ni mañana, pero es probable que dentro de un tiempo un periodista aburrido o un colgado de la red tengan las mismas dudas que ahora tengo yo. Permítame señor que le aconseje que cierre todas las puertas, que lo haga ya y que después tire la llave. Cúbrase el culo, señor, o tarde o temprano alguien se lo acabará rompiendo-. El rostro concentrado y serio de Marta pasó a modo sonrisa dando por finalizado el discurso.
El Director la miró muy serio unos instantes. Después devolvió la sonrisa, tomó papel y lápiz, escribió un número y se lo pasó a Marta.
-¿Le parece una cifra aceptable como asesora?-, preguntó.
La muchacha miro el papel. El Director alucinaba, ¡estaba contando con los dedos!.
-Esta cifra no es la que usted tiene en la cabeza, señor. Usted sabe que está dispuesto a llegar a ochenta y cinco mil al año-.
El Director se quedó sorprendido, después soltó una carcajada y preguntó,
-Me rindo, ¿Cómo lo sabe?-,
-señor, ha escrito usted su primera oferta. Lo sé porque está en el borde superior de la hoja. Como es cuadriculada he contado en grupos de dos líneas y he supuesto que la diferencia entre ellas era de mil. He hecho la media de su cifra y la última previsible, y el resultado es el que le he dicho. Si usted hubiera tenido una cantidad fija en la cabeza probablemente la habría escrito en el centro de la hoja, y posiblemente la hubiera encerrado en un círculo o la habría subrayado, señor-.
El Director no podía dejar de sonreír. Ahora entendía el porqué de la admiración de Arteaga.
-Está bien inspectora, trato hecho. Recupérese de sus heridas. Despacharé con usted en treinta días… con su primera nómina sobre mi mesa. ¿Le ha dicho alguien alguna vez que es usted una persona sorprendente?-,
-sí señor. Mi novia me lo repite constantemente. ¿La conoce?, es Ana Conti, trabaja aquí-.
Antes de que Marta saliera del despacho, el Director no pudo contenerse y preguntó a Marta por su diente,
-lo cierto señor es que tenía cita con el dentista ayer, pero si le soy sincera, estaba tan cagada de miedo que pasé de ir-, dijo encogiéndose de hombros y poniendo cara de circunstancias,
El Director abrió uno de los cajones de su mesa, rebuscó y sacó una tarjeta que entregó a Marta,
-es mi dentista, un auténtico genio. Dígale que va de mi parte y le atenderá inmediatamente. Le garantizó que no se enterará de nada. No vuelva sin ese diente, inspectora-,
-si señor-, dijo Marta muy seria. Al girarse hacia la puerta el vuelo del vestidillo mostró sin ambages los muslos de la joven. El Director se rascó la cabeza, “jaque mate, lo único que le ha faltado por sacarme han sido dos euros para un helado. Encantadora, acojonante…, y demasiado peligrosa para que ande suelta y sin bozal”, pensó.
Marta y Bea, la camarera, charlaban animadamente sobre lo terrenal y lo divino cuando Ana entró en el bar,
-bueno nena, te dejo. Voy a ver si tengo una servilleta limpia para que te seques la baba que se te está cayendo-, le dijo a Marta evaluando como esta sonreía a Ana.
-¿Agua, Ana?-, preguntó la camarera mientras guiñaba el ojo a Marta,
-si, gracias Bea, estoy seca. Hola guapísima-,
-¿Qué te ha pasado en el labio?-, dijo Marta, tocando con el dedo el corte de Ana,
-creo que a Carlos no le sentó demasiado bien el que le machacara las pelotas el otro día-,
-te dije que procuraras que no te dieran en la cara, ahora parecemos cualquier cosa. Tú con el morro jodido y yo jodida entera. ¿Te has vengado?-,
-creo que le estaban dando puntos en la oreja cuando me fui, chillaba como una verdulera en la enfermería. Bueno, ¿Cómo te ha ido?-,
-puf, tenías razón. Cuanto más alto es el cargo más cabrón el encargado. Le suelto el discurso que ensayamos, le acuso en su cara de omitir pruebas y líneas de investigación, dejo caer que se han cargado a Manzanos, y el muy estúpido no solo me va a pagar ochenta y cinco mil al año, sino que además me ha dado la tarjeta de su dentista para que me arregle el diente, hay que joderse Ana-, dijo Marta con tristeza,
-te lo dije, peque. De toda formas no te confundas, esto es primera división, y como ya hablamos te quieren atadita por lo que sabes, por lo que intuyes y por lo que en el futuro les puedas dar. Bienvenida lo quisieras o no a “la casa”, donde es difícil entrar pero imposible salir. Al menos estás en una buena posición, pero no tomes al Director por idiota. Juega a su juego con tus cartas, pero ten en cuenta que es de los que no les gusta perder. Tendremos que estar atentas por si me lo tengo que cargar, y vigilar a Arteaga para que herede y no se nos agilipolle por el camino-.
-¿de verdad lo eliminarías si intenta jodernos?-,
-cariño, ya te he dicho varias veces que no se dice eliminar, sino matar. Y si, ni lo dudes. En el mismo momento que intente jugárnosla le meteré una bala en la sesera. Deberíamos ir proyectando como lo hacemos para que no se nos note. Y ya estamos jodidas, concretamente desde que dijimos que no había que matar al asesino, sino ridiculizarlo. Puedes apostar el gato a que en cuando el Director oyó la grabación de aquella reunión empezó a redactar tu contrato. Inteligente, intuitiva, cerebro de toda la puta investigación, pareja de una de sus “eliminadoras” y lo que es imperdonable, con escrúpulos. Cuando todo terminase era aquí como empleada de la casa o en la embajada en China sellando visados por el resto de tu vida, o algo peor. Al menos te has quedado más ancha que larga diciéndole todo lo que le has dicho en su cara, y encima estamos forradas-,
-por cierto Ana, tenemos que ir de compras. Quiero un vestido mucho más corto que este. En mi puta vida me he puesto una tanga, que incomodidad por cierto, y hoy que quería hacerle un calvo al cretino ese el vestido no se me ha subido lo suficiente. A poco más me mareo con el giro que he dado para que cogiera vuelo-,
-¿por eso has estrenado hoy el vestido que te hice comprar?-, dijo Ana después de una carcajada,
-te juro que lo tenía reservado para una cena contigo, pero estaba justificado. Por cierto Ana, ¿eso qué noto es tu mano sobándome el culo?-,
-si cariño, es como si no llevaras bragas, ¿Cómo dices que va a ser el que te vas a comprar, muy corto?-.

Dos días después de su secuestro, Carmen Torres experimentaba sentimientos tremendamente contradictorios. Por un lado estaba el miedo, la humillación, la vergüenza y la impotencia. Y en contraposición a ellos la ira, el ansia de venganza, la mala hostia de sentirse utilizada y el enfado consigo misma por ese deseo latente que no conseguía doblegar ni reprimir. No había dicho a nadie lo que había pasado, he intentaba sumergirse durante el día en la rutina de su trabajo. A veces, cuando estaba sola, abría su bolso para comprobar que el pañuelo seguía allí y que no había sido un sueño. Cuando llegaba a su casa revisaba estancias, armarios y rincones en busca de algo delator de presencias extrañas. El miedo marcaba el inicio del ritual, la frustración era el final, y tras ella un cabreo profundo y visceral contra aquel hombre, contra ella misma y contra el mundo.
No obstante, la reflexión sobre lo ocurrido se abría poco a poco paso entre aquel barullo de sentimientos. Y la conclusión a la que Carmen había llegado era que en aquel puzle faltaban piezas. El secuestrador y asesino le había confesado su objetivo, así como los antecedentes o asesinatos puros y duros, que según el habían sido necesarios para colocarla en la posición “idónea”, pero había omitido el cómo lograrlo y cometido el inmenso error de menospreciarla en lo personal y de sobrevalorarla en lo profesional, en suma, de utilizarla. Era cierto que tenía el poder de asomarse a millones de hogares y hablarles, tan cierto como que los medios a través de los que lo hacía no eran suyos, y tanto como que quince minutos después de lanzar un mensaje incendiario estaría despedida y amordazada de por vida por los propietarios de esos medios, “mientras el mono haga cabriolas para el público todo está bien, si el mono muerde se le liquida y se cambia por otro”. Carmen no lograba adivinar el modo en que el asesino preveía que ella llegara a su objetivo, pero intuía que el guión ya estaba escrito desde hacía tiempo, y que algo iba a suceder para que ella estuviera en un momento determinado, en lugar determinado, para cumplirlo. Si ese momento llegaba y si esa oportunidad le era dada Carmen la aprovecharía. Lo había pensado detenida y detalladamente y era lo que quería hacer, por convicción y por ambición. Si llegaba a lograrlo, su deseo latente, el que la gente vería, no tenía sustancialmente diferencias con el de ese hombre pues ambos coincidían en razonamientos políticos, aunque evidentemente no en los métodos. En cuanto al deseo subyacente la cosa era radicalmente diferente, si Carmen Torres llegaba a tener alguna vez el poder suficiente, lo utilizaría para no dejar piedra sin remover hasta dar con ese hombre de voz conocida a la que seguía sin poder poner rostro, y ajustar cuentas.

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