domingo, 20 de mayo de 2012

50 DIAS DE MAYO. PAG 101-150


Los siete desayunaban sentados en la ridícula mesa del bar, guardando cada uno la misma posición del día anterior, obedeciendo a un protocolo no escrito pero si asumido. La conversación fluctuaba desde los descubrimientos de los forenses sobre las marcas de una pistola eléctrica en el cuerpo de Barros, y el auténtico puzle de pruebas fisiológicas del claro donde encontraron el cadáver, a la repercusión que los asesinatos, y el último en especial, estaba teniendo en el país. Prácticamente no había periódico, programa de televisión, tertulia radiofónica o simple conversación entre personas donde desde todos y cada uno de los ángulos posibles se hablara sobre ello. Poco a poco los ojos de sus seis acompañantes, ya desayunados, se iban posando sobre Marta, que una vez más era la última en terminar.
Navarro, que se estaba impacientando, le quitó literalmente el último trozo de croissant de la boca mientras le decía,
-Joder hija, aburres hasta al desayuno. Traga y cuéntanos que chorrada has parido, porque algo se te habrá ocurrido, ¿o no?-, y se comió el trozo que le había quitado.
A Arteaga no se le escapó el brillo asesino de los ojos de Ana dirigido a Navarro.
La interpelada tragó con la ayuda de los restos de su café con leche,
-pues sí, algo se me ha ocurrido. Pero procurad estar atentos y si tenéis algo que preguntar esperar a que acabe para que no se me vaya el hilo, ¿vale?-, dijo mientras sonreía a Ana y se rascaba una teta, hecho del que Navarro tomó buena nota.
-Bien, vamos allá. Yo estudié historia antes de ingresar en la poli; y la historia nos enseña, entre otras cosas, los aciertos y los errores de los pueblos, su acontecer a lo largo del tiempo o en un determinado momento, normalmente descritos en sentido positivo o negativo en función de quien los describiese. En definitiva y siendo muy simplista, la historia relata e interpreta los hechos. ¿Hasta aquí todos me seguís?. Navarro, no me hagas chistes que te vio venir, calla. Bien, detrás de esos hechos hay consecuencias, pensad en el ejemplo que os dé la gana y enseguida os daréis cuenta. Para quien el cerebro no le dé para tanto, Colón descubre América, la consecuencia es la colonización tal y como su propio nombre indica. ¿Vale?, sigo. Para llegar al hecho y a la consecuencia necesariamente han de darse un o una serie de condicionantes previos. Nuevo ejemplo, la revolución francesa acaba con la monarquía absolutista, hecho, y nace un nuevo sistema, la república, consecuencia. ¿Cuáles son los condicionantes?, la tiranía del rey, la corrupción de sus instituciones, la hambruna, la miseria, la sumisión. Si ponemos todo eso junto, y sabemos cómo hacerlo explotar, explotará porque no existe otra alternativa; quedaros con lo de alternativa, es importante. Muy bien, sigo. Ahora imaginad a nuestro asesino, su objetivo es que la masa explote contra un sistema en el que él no cree, y muy inteligentemente lo hace matando dos pájaros de un tiro. Por un lado consigue con los asesinatos que la masa se enfurezca contra el sistema. Y por otro, ¿Qué es lo primero que hace un león cuando asciende a macho alfa de la manada?, matar a los cachorros engendrados por su antecesor para eliminar posibles futuros rivales. Así que nuestro hijo de puta particular se carga en primer lugar no a quienes son sus contrarios políticos, sino a quienes pueden ser sus críticos más cercanos o peligrosos por su peso social; a quien puede criticarle en un futuro desde la religión, después a quien puede hacer lo propio desde digamos su línea ideológica más cercana, más tarde a quien seguro lo iba a hacer desde los medios, y si con eso no es suficiente para hacer explotar al pueblo, atentará contra quien piense que es necesario, y además le beneficie. Si necesitáis un ejemplo más claro recordar la ascensión del partido nazi al poder en Alemania. Este tío está repitiendo paso por paso todo el proceso, con algunas diferencias sustanciales, pero con el mismo modelo.”
Marta paró unos segundos. Robó un cigarrillo del paquete de Jiménez, lo encendió y le dio una gran bocanada. Le echó el humo a Ana, miró el televisor del bar y después se dirigió en concreto a Navarro,
-jefe, eres un monstruo, y no solo por tu aspecto físico-, dijo mientras este le daba las gracias.
Dirigiéndose de nuevo al resto del grupo se explicó,
-Navarro es de los que opina que los que se creen muy listos suelen cometer el error de pensar que los demás son tontos-, el aludido la miró intentando recordar cuando había dicho eso,
-el error del asesino ha sido olvidar que para que su plan saliese bien, la masa solo debería tener una dirección hacia la que explotar sin alternativa posible, y por lo visto hay dos. Mirad la tele-.
Las cabezas se giraron al unísono, las imágenes correspondían a un grupo de exaltados que protestaban por los asesinatos arrojando piedras y gritando frente un edificio, era la sede del mayor grupo mediático conservador del país.
-Si la historia nos enseña algo es que no hay fanático ni estúpido que aprenda de sus errores, todos huyen hacia adelante. Si encontramos a alguien que represente para el pueblo más de lo que representaban los asesinados, sabremos quién es la próxima víctima y tendremos al asesino-, sentenció Marta.
El nombre saltó en ocho cerebros a la vez, siete estaban sentados alrededor de la mesa, el octavo pertenecía a una camarera que respondía al nombre de Bea, de curiosidad notable y de agudo oído, “la madre que me parió”, pensó. Se dirigió a la barra del bar, se sirvió una generosa copa de ginebra y se la bebió de un trago,
-el puto cabrón se quiere cargar al Presidente de la República-, dijo en voz alta.
En el país donde el dicho “que cada perro se lama su pijo” era un mandamiento divino, pocas cosas y aun menos personas unían a sus ciudadanos. Un hombre de setenta y cinco años que respondía al llamativo nombre de Marco Augusto Florián era una de esas personas. Presidente de la República desde hacía la friolera de quince años, encarnaba para su pueblo como nadie lo que el resto de sus conciudadanos se empeñaba en denostar como nexo entre ellos. La historia trágica del país era su historia, así como el humor negro con que la encaraba. La picaresca y la burla de los clásicos era la misma que brillaba en él, la anarquía que todo nacido dentro de las fronteras del país llevaba soldada a los genes, y que tantos gobiernos habían luchado por erradicar, era su sello frente a la rigidez burocrática de los partidos políticos. Sus enemigos insistían que en que era un demagogo, en que hacía un discurso de obviedades, olvidando que la política es el arte de hacer de lo obvio un problema, y se mordían las pelotas cada vez que las elecciones para Presidente daban la victoria a aquel viejo que se negó en redondo a abandonar su piso para vivir en el palacio presidencial, por un margen al que ellos ni de lejos se aproximaban. Desde luego, si alguien quería revolucionar el país en serio, asesinar al Presidente Florián era la más segura apuesta.
Arteaga echaba humo, se le oía pensar. Pidió a Marta un informe de sus hipótesis y esta le entregó, con una sonrisa, un pendrive. Se volvió hacia Navarro y le preguntó como llevaba lo que comentaron ayer y qué necesitaba, el inspector jefe respondió con una seriedad que no admitía réplica que
-diez mil Euros, a Jiménez, tres días y ninguna pregunta-.
-De acuerdo-, fue la escueta respuesta.
Después ordenó a los gemelos que apoyaran al equipo forense con las pruebas, quería que revisaran de nuevo todo lo que tenían de todos los asesinatos.
-¿y nosotras que hacemos-, preguntó Marta,
-Tú, pensar. Y tú-, dijo dirigiéndose a Ana, -eres su niñera. Si se cae por unas escaleras, si coge un resfriado o se le rompe una uña te crucifijo, ¿está claro?-, dijo con la mayor firmeza que podía, seguro que Ana iba a protestar por el encargo, lo cierto es que esta no dijo nada.
Diez segundos después en el bar quedaban la camarera, los dos paisanos de siempre y las dos mujeres,
-¿nos vamos de compras-, preguntó Marta en un tono neutro,
-vale-, respondió Ana en el mismo tono.

Ocho horas después de que finalizase la reunión en el bar, Ana estaba sentada todo lo cómoda que podía en el sofá de la sala de Marta, con el gato tumbado a su lado. Se había quitado los zapatos, soltado el botón superior de su pantalón, tirado la chaqueta en una esquina y sus armas descansaban en la mesa baja. Estaba tan agotada como tras una sesión de entrenamiento. Había tenido que empujar, gritar y amenazar tantas veces a su “protegida” que el esfuerzo le estaba pasando factura, pero aun tuvo energía para rememorar el espectáculo de la peluquería, donde solo su preparación para el rescate de rehenes de terroristas suicidas le había impedido darle dos hostias bien dadas.
Marta salió de su habitación y se plantó frente a Ana, llevaba puesto un vestidillo de tirantes blanco con vuelo que le llegaba hasta las rodillas, y que Ana se había empeñado en que se comprase, nada del otro mundo. La media melena castaña tenía ondulaciones suaves y enmarcaba una cara redonda y sonriente,
-¿Qué te parece?-, preguntó dando una vuelta completa,
-bien, ahora estas bien. ¿Ves como no era tan difícil?, de verdad Marta, a veces eres como una cría y…-, Ana se interrumpió cuando un dedo de Marta se posó en su boca haciéndola callar. Marta se acercó y la besó en los labios con una ternura que dejó a Ana sin palabras, le cogió las manos y dijo,
-gracias-,
-de nada-, acertó a decir Ana.
Después Marta le sonrió y se fue a la habitación a cambiar el vestido por una camiseta.
-de verdad Ana, no sabes lo que significa para mi tener una amiga como tú…-, se interrumpió un momento y continuó,
-…salvo por el detalle de que hueles a sobaco que matas, ¿porqué no te das una ducha y te pones cómoda mientras hago la cena?. Por cierto, cocino que te cagas-,
Y desapareció por el pasillo camino de la cocina mientras decía algo de los canelones de su madre.
-¿Amiga?-, preguntó Ana al gato que le hizo caso omiso. Después se olió una axila, se levantó con la mente en blanco, caminó hasta el baño donde se quitó la ropa y se metió en la ducha, donde un gruñido continuo y gutural dio fe de lo fría que estaba el agua.
-Soy gilipollas, yo soy una completa gilipollas-, le decía Marta al gato que la observaba mientras la joven trasteaba en la cocina,
-siempre me han salido mal las cosas con las personas que me gustaban, siempre. Y ahora voy y me enamoro hasta las trancas de la puta perfección. ¡Joder!, y encima voy y le planto un beso en todos los morros, con dos cojones Martita, con dos cojones, y la tía va y se queda mirándome como si mirara una vaca en el campo, debo parecerle imbécil. Me despeloto esta mañana, le hago caídas de ojos que ya me duelen y todo, si ya solo me queda por hacer una pancarta. ¡Que se joda!-,
y abrió a tope el grifo de agua caliente de la cocina mientras se quedaba oyendo, esperando un grito y una bronca,
-¿ves, que te decía?, aquí la señora de hielo ni siente ni padece, cuando nació confundieron la incubadora con el frigorífico-, paró en su discurso al gato y cerró lentamente el grifo que humeaba,
-hasta las trancas como una imbécil-, concluyó y siguió preparando los canelones.
-Una imbécil, como amiga dice, y yo como una imbécil-, repetía Ana en algo parecido a los rezos del rosario mientras se secaba. Después fue a la habitación y rebuscó entre la ropa que habían comprado, de bragas y calcetines andaban más o menos por la misma talla, pero ni intentó meter sus pechos en un sujetador varias tallas menor; en su lugar se puso una de las camisetas blancas de hombre de Marta que le quedaba como el culo, marcando tetas a lo bestia y dejando la tripa al aire. Tras un enorme y pueril suspiro fue hasta la cocina, donde encontró a Marta de espaldas, envuelta en un delantal que le dejaba el trasero perfectamente encuadrado y visible. La goma de uno de los laterales de la braga se le había metido entre los glúteos, y a Ana le salió del alma acercarse, meter un dedo entre la tela y la piel y poner la prenda en su correcta posición. Marta pegó un bote y se volvió mirando a Ana con una expresión extraña en la cara,
-tenías la braga metida en el culo. No quería asustarte-, acertó a decir Ana titubeante,
-no te preocupes, no me has asustado, es que me has pillado desprevenida-, dijo Marta mientras no dejaba de mirarla de arriba abajo,
“es que es perfecta, joder”, pensó sin poder apartar los ojos de Ana, que se dio cuenta de la forma en que la miraba, pero no del significado. Marta agradeció en silencio a su madre todo lo que le enseño, sobre todo que para cocinar hay que llevar siempre puesto un delantal,
-¿Lambrusco para los canelones?-, preguntó mientras juntaba las rodillas,
-Si gracias-.
Si el gato hubiese sabido hablar las habría llamado imbéciles.
Mientras cenaban la conversación se centró en el caso, y en las dudas de Marta sobre sus capacidades. En realidad Ana iba poco a poco entendiendo los miedos de Marta, sobre la responsabilidad que le habían colgado en todo aquello,
-ya sé que la teoría es buena, o muy buena, como quieras-, decía Marta entre bocado y trago a Ana, -y sí, estoy satisfecha y soy muy lista y blablablá, gracias. Llámame paranoica, pero desde que empezamos en la comisaría a investigar el primer asesinato no sé, tengo un mal pálpito, un comecome que no me quito de encima. Navarro y tú me habéis dicho lo mismo, que no me líe; hasta Jiménez me echó la bronca el pobre después de que le hice probar lo de la barra y se fastidió la muñeca. Ana, soy rara y maníaca y un desastre como tú dices, pero también sé que el asesino es más inteligente que yo, y no se…,-
-Marta-, le interrumpió Ana, -el problema ahora no es el asesino, sino tu miedo al fracaso porque has asumido la responsabilidad de atraparlo. Y eso, de alguna manera, te produce vértigo. Inconscientemente crees que esa responsabilidad es solo tuya, y no es así, eso es lo que tienes que entender. Tú das ideas y ese es el papel que Arteaga te ha dado, pues esa es la función de Arteaga, liderar. Si hay que romperle la cara a alguien para llegar al fondo del asunto, sabes que Navarro y su escudero no se lo pensarán dos veces, ese es su trabajo. Si hay una prueba en el fondo de un barril lleno de mierda, esos que tú llamas los gemelos no dudarán en meter la cabeza dentro, y te aseguro que todos y cada uno de nosotros tenemos miedo a fracasar en lo que nos toca y que el asesino se nos ría en la cara y triunfe. Por eso intentamos hacerlo todo lo mejor que podemos y sabemos, la única diferencia entre nosotros y tu, es que eres la única que exterioriza sus debilidades en cuanto al trabajo se refiere…, además de interiorizarlas; y eso yo no sé si es bueno o malo, pues responde a ser ni más ni menos quien eres. Si al final resulta que tú te equivocaste en el análisis, o Arteaga pierde el rumbo, o los gemelos no dan con una prueba clave, o Navarro mete la pata, que dicho sea de paso sería de lo más normal, no será porque no lo hayamos intentado hacer bien con todas nuestras fuerzas. Tu problema es que crees que se te escapa algo, cuando lo cierto es que tienes miedo a no controlarlo todo,  ¿lo entiendes?-,
-si, pero no me consuela ni me alivia. ¿Y tú?, no me has dicho cuál es tu papel-,
“Lo que me vuelve loca de esta mujer es su capacidad de sorprenderme, ¿es posible que todavía no se haya dado cuenta de quién soy?”, pensó Ana, y luego respondió mirándole a los ojos,
-imagina una moneda. Una de las caras es el asesino, en mi trabajo la otra cara soy yo-.
Tras unos segundos intentando digerir que la persona que le gustaba, acababa de confesarle que era algo así como una asesina por cuenta del Estado, Marta preguntó,
-¿café?-.
-con leche y dos de azúcar-, le contestaron los ojos verdes, donde por primera vez vio lo que para los demás debía de ser evidente. Se levantó, dejó los cafés calentándose en el microondas y dijo,
-voy al baño-. Cerró la puerta y se apoyo contra ella, en su vida había estado tan excitada, pero no distinguía si aquello era de carácter sexual o era por la confesión de Ana, o por ambas cosas a la vez. Se refrescó como pudo la cara y cuando consideró que estaba tranquila volvió a salir, se sentó de nuevo e interpeló a Ana,
-vale, tú te encargas de los malos, lo entiendo, ¿te vas a quedar a dormir?-,
-depende de lo cómodo que sea tu sofá, y no digas “te encargas de los malos”, lo que hago en función de las órdenes que recibo es sonsacar la verdad, o en su defecto eliminar enemigos, ¿puedes asumir eso, “amiga”?-, y recalcó la palabra con sorna,
-lo intento Ana, lo intento con todas mis fuerzas pero déjame que lo haga poco a poco, ¿vale?, llevo unas semanas de locura y necesito un margencito. No seas timorata y duerme conmigo, la cama es mucho más cómoda que el sofá, y prometo no meterte mano-, dijo con una sonrisa forzada. -Anda, vete que recojo todo esto y voy en un rato, pareces una difunta-.
-De acuerdo jefa, pero te aviso que otra de mis habilidades es cortar los tentáculos a los pulpos, así que cuidado con pasarte de tu lado-, se levantó, sonrió a Marta y se fue. Marta recogió los restos de la cena, se encendió un “margencito” bien cargado de María y por mucho que intentó pensar descubrió que su mente no estaba por la labor.
Ana pensaba, mientras se lavaba los dientes con el cepillo de Marta, que le esperaba una noche cuanto menos tensa y de ojos como platos. Demasiados sentimientos que intentaba negar y una confesión le contradijeron, cinco minutos después de acostarse en una cama que olía a Marta, dormía en su sueño más relajado desde hacía mucho tiempo.
Entró en silencio y cerró la puerta para que no se colara el gato, abrió un poquito la ventana y se metió despacio en la cama. Roncaba, la jodida estaba roncando. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad se quedó mirando la espalda de Ana y pensó que ese era uno de los momentos de su vida en que, pese a todo y contra todo pronóstico, más en paz había estado, y nunca supo si tardó en dormirse un minuto o dos horas.
La despertó a medias el cambio de posición de Ana que murmuraba agitada en sueños a su espalda, creyó entender la palabra “amiga” mientras una de sus piernas se colaba sin contemplaciones entre las suyas y un brazo la abrazaba. Marta recogió su mano y sin soltarla la metió bajo su camiseta hasta que la acoplo contra su pecho. Un rato después Ana despertó con plena conciencia del cuerpo de Marta pegado al suyo, y de su mano aferrada a uno de sus pechos. No se movió. Si hubiese sido otra persona la reacción habría sido totalmente diferente, Ana lo sabía de sobra. A lo más que llegó fue a rozar con uno de sus dedos el pequeño pezón y a dejar en su cuello el beso más sutil que había dado en su vida. El deseo sexual, en ese momento, le habría parecido insultar el instante. Marta sonrió en la oscuridad mientras fingía dormir.


Ochenta y uno sobre cien, no llego a los noventa. Me estiro agotado mientras veo amanecer a través de la ventana. No he cometido fallos en el estudio estadístico, lo sé, soy muy bueno en estas cosas y cuando hablo conmigo mismo la vanidad suelo dejarla donde no me estorbe. Así que aun estoy a un par de pasos del objetivo, era previsible pero debía controlar los imponderables. Además, siendo sincero, estaba puerilmente esperanzado con la idea de ahorrarme un acto en el que probablemente mataré a dos personas, desgraciadamente para ellas la estadística se quedo en ochenta y uno.
He estado valorando pros y contras y he decidido elevar el grado de cumplimiento del objetivo haciendo valer las fotografías. Lo haré dos días antes de matar por última vez, al menos eso espero. Es peligroso si la policía tiene los medios suficientes como para seguir las nuevas pistas que esto les aportará, y puede que si son lo suficientemente hábiles y rápidos me revienten todo el plan; pero a cambio obtengo la casi seguridad de éxito, vale la pena. De todas formas a estas alturas deberían saber dónde buscar a su culpable, o tal vez no he sido lo suficientemente claro con ellos y los he sobrevalorado. En fin, ese no es mi problema.


Alguien le soplaba en la cara. Abrió un ojo y vio a Ana agachada junto a la cama,
-menos mal que te has despertado. Venga perezosa, levanta de una vez-,
-¿Qué hora es?-, preguntó con voz pastosa Marta,
-hora de que pruebes mi desayuno especial, café con leche y galletas-, y acto seguido y de un solo tirón la destapó.
Un rato después ambas mujeres desayunaban en la cocina. Marta sonreía mientras se quejaba de que dormir con Ana había sido un suplicio,
-¿no decías que no me pasase de mi lado de la cama?, pues que sepas que te has pasado la noche literalmente encima de mí, no me habían sobado tanto en toda mi vida. Lo único que creo que te ha faltado ha sido meterme un dedo en el culo, y digo creo porque no estoy muy segura de que no lo hayas hecho, y además roncas como una cerda-,
-mira bonita-, contestó Ana, -he tenido más amantes de los que tu tendrás en cien años, y te aseguro que ninguno se ha quejado jamás, y menos de que ronque; y que sepas que tu problema es que tienes demasiada imaginación y que estas salida como una perra en celo. Debe hacer años que no pillas-.
Marta tiró una galleta que impactó en la frente de Ana, lo que provocó que la primera se partiera de risa mientras que a la segunda los dos mofletes se le ponían rojos en relación directa a como sus ojos se iban achinando.
-Te mato, yo te mato-, dijo mientras se iba levantando lentamente.
Marta seguía riendo mientras se levantaba rápidamente y emprendía una juiciosa retirada a la vista de los acontecimientos. Fue capturada y reducida según el reglamento en la habitación donde se había refugiado, y conducida en volandas y pataleando hasta la ducha mientras gritaba que retiraba lo de -roncar como una cerda, que lo que quería haber dicho era que roncaba como una cerda borracha-.
Dejó de reír para gritar cuando un brazo muy fuerte la mantuvo bajo el agua fría.
-Zorra-, balbuceó cuando Ana terminó de martirizarla. Esta le contestó que el agua fría era buena para -las calenturientas muertas de hambre como tú-, y añadió que se iba a su casa a cambiarse y que en una hora estaría de vuelta, que se diese prisa. Después de un titubeo agarró a una temblorosa Marta de la mojada camiseta, la atrajo hacia ella, le besó, le guiño un ojo y se fue. Marta seguía temblando un minuto después de que oyera cerrarse la puerta del piso, y no solo de frío.

En cuanto cerró la puerta del piso la expresión de la cara de Ana cambió. Abría que haber sido muy buen psicólogo para adivinar lo que se escondía detrás de aquel rostro de piedra, y ninguno habría creído que la mujer que hacía un momento reía era la misma que se montó en su coche y cerró la puerta. La puerta del acompañante se cerró un segundo después,
-retírame del operativo-, dijo Ana mirando al frente,
-dame un motivo-,
-lo sabes de sobra. Estoy descentrada y no sé a dónde voy, pero sé que siento algo por ella. Te parecerá una locura… como me lo parece a mí, y no tengo ni idea si es un error o es un acierto o si es patético que me pueda colgar de esa cría en los cuatro días que hace que la conozco. Ni siquiera sé si ella siente algo, o solo está jugando o es que simplemente es así. Solo sé que no es como nosotros, que no es como yo. Al final puede que la explicación solo sea que me siento sola y encerrada en este trabajo-.
Ana se interrumpió pensativa unos segundos y continuó hablando,
-Anoche le dije quien era, ¿te puedes creer que no lo sabía?. No sé a dónde voy, pero por si llego a algún sitio…, tú mejor que nadie sabes que la gente que nos quiere hace preguntas, y sabes que nos pasa cuando les mentimos, y que les pasa cuando descubren que les hemos mentido. Tú estuviste a un pelo de perderlo todo, pero es que yo nunca he tenido nada…, y quiero mi vida. Me la merezco y me la debéis-.
Tras unos segundos el acompañante habló,
-díselo. Dile todo lo que has hecho, lo que haces y lo que se espera que hagas si llega el momento. No cometas el mismo error que yo cometí. Somos lo que somos, y eso no nos excusa por las vidas que hemos quitado ni nos engrandece por las que hemos salvado, pero lo que me pides es ni más ni menos que mienta a Marta por ti, con un borrón y cuenta nueva que no va a eliminar tu pasado. Y en cuanto a lo que te debemos, es por algo que nadie te ha obligado a hacer. Así que enfréntate al miedo que tienes a las preguntas que llegarán, y a perderla si no puede con tus respuestas, pero no la mientas, simplemente díselo y que ella decida”.
Dejó que las duras palabras calaran y prosiguió,
-Una cosa más, mi mujer me confesó hace tiempo que una morena de ojos claros muy cabreada apareció un día en casa, cuando estábamos separados; y que la obligó a la fuerza a escuchar quien era yo y lo que hacía. Después le dijo literalmente, “que si no era capaz de entender lo doloroso que es mentir a quien más se ama es que no tenía ni puta idea de lo que era amar”, y después le dijo que si alguna vez hablaba conmigo de aquella visita le volaría la tapa de los sesos. Esa frase salvó lo que yo más quiero, salvó mi familia, ¿tú sabes algo de todo eso?-.
-No-, fue la escueta respuesta de Ana mientras dos lágrimas caían por su cara,
-salir o no del operativo es tu decisión, Ana, no la mía. Infórmame cuando la tomes-. Arteaga abrió la puerta del coche y se fue.

Cuando Marta le abrió la puerta de su casa, a Ana se le hizo un nudo en la garganta. Sus vaqueros viejos, sus zapatillas de baloncesto y la camiseta ceñida, el pelo suelto y esa sonrisa infantil en el rostro la desarmaban,
-con esas pintas, ¿Dónde piensas meter tu arma?-, acertó a preguntar Ana con un nudo en la garganta,
-tu llevas dos, estamos compensadas. ¿Nos vamos?-,
-no, espera, tengo que decirte algo-, y en ese algo a Marta se le encogieron las tripas, temiendo que le dijera que no la iba a ver más, o que se había dado cuenta de lo que ella sentía y que lo lamentaba pero no. Así que lo que Ana le contó le produjo alivio y preocupación a la vez.
En un largo monólogo le habló de su historia mientras caminaba arriba y abajo en la cocina. De cómo empezó alistándose muy joven en el ejército, huyendo de un hogar de donde nunca se sintió parte. El descubrimiento de sus habilidades como tiradora de Irak y de Afganistán, donde fue reclutada por Arteaga. Y también le habló, como él le recomendó, de todo lo que había sido, era y podría ser su trabajo en Seguridad Nacional. Terminó contándole su llamada de esa misma mañana a su superior y parte de la conversación que habían tenido, omitiendo los detalles sobre sus sentimientos hacia ella, y centrándose en la posibilidad de renunciar a su trabajo justificándose en que necesitaba vivir sin más secretos, y sin sentirse atada a ellos.
-Ana, ayer me dijiste cual era tu papel en esta historia, y aunque a ti no te lo parezca sé sumar dos y dos, y no ha sido precisamente miedo lo que he sentido esta noche durmiendo contigo. La sensación era de estar en paz, tranquila, como si todas las cosas estuviesen en su sitio, así que, ¿por qué me cuentas todo eso ahora?-,
-porque para mí es importante que lo sepas-,
-¿Por qué?-,
-¿Por qué?-, preguntó Ana elevando la voz, -¿Qué por qué?-, repitió mientras empezaba a ponerse histérica,
-¿es que no sabes preguntar otra cosa, o te estás burlando de mi o es que simplemente eres idiota?, ¡todo el mundo sabe el porqué menos tu, hasta tu puto gato sabe porqué!. ¡¿qué quieres oír Marta, que no quiero perderte, que me da pánico hacerte daño, que no quiero mentirte?!. Claro, no podía ser de otra manera, como soy una auténtica gilipollas me enamoro como una idiota de una cría imbécil que no ve más allá de sus chorradas, ¡!!Joder!!!-, y pegó una patada al cubo de la basura, que salió volando por el pasillo.
-repítelo-,
-¿Qué repita el que, lo del gato, lo del cubo, que coño me…?-. Ana no pudo terminar la frase, tenía una cría imbécil que apenas le llegaba a la barbilla abrazada a ella como si fuera una lapa.
-No me hables de perderme cuando te acabo de encontrar. No me digas que tienes miedo de hacerme daño cuando jamás he sido tan feliz. Tú me acabas de decir lo que sientes, y yo no tenía el valor de hacerlo porque me daba miedo que me rechazaras, así que no me hables de mentiras cuando has sido tú quien se ha atrevido a decir la verdad. Te quiero, me dan igual los tiempos pasados y las diferencias entre tú y yo. Tenerte es un regalo Ana-.
Marta pronunció esas palabras sin levantar la cabeza. Ana la abrazó con ternura, una ternura que no sabía que tenía.


Navarro vestía de traje. Estaba afeitado y la gomina había logrado, no sin esfuerzo, domesticar su pelo. Sentado en un sillón tapizado en rojo reinaba ocupando el centro de una mesa de patas labradas. A un lado Jiménez, serio como un sepulturero, al otro una foto del Presidente de la República firmada de su puño y letra, y tras él las banderas del país y de la Unión Europea.
El amedrentado guardia de seguridad, escoltado a izquierda y derecha por sendos agentes uniformados pasaba del blanco al verde por momentos. Los dos policías, a los que conocía desde hacía tiempo por que patrullaban en la zona donde se ubicaba el club, le estaban esperando fuera del recinto junto a su coche cuando terminó su turno. Le dijeron que tenía que acompañarles a comisaría por un asunto muy importante, le montaron en volandas en un coche patrulla, y le advirtieron de que quien iba a hablar con el ocupaba un puesto muy, muy alto en el cuerpo policial.
-Agentes, cuando terminemos con el señor…, López, les avisaré para que le acompañen. Es todo, pueden retirarse-, dijo Navarro mientras miraba un papel que a los ojos del atribulado López era claramente una lista de todos y cada uno de sus pecados.
-!A la orden, señor Comisario Jefe!-, respondieron al unísono los agentes y salieron del despacho.
-Siéntese por favor. Permítame que me presente, soy el Comisario Jefe José Conejo, y este señor es el Honorable Juez Don Emilio Blanco. Sin duda se preguntará por el motivo por el que ha sido requerida su presencia en esta comisaría, pues bien…,-
En ese momento sonó el móvil de Navarro,
-le ruego me disculpen, será un momento, es mi hija-, dijo con una sonrisa de circunstancias dirigida a López y al teórico juez, y pegó el teléfono a su oreja,
-¿hola?-,
-Navarro, soy Marta. Oye, Ana y yo nos preguntábamos qué coño pasa que no nos…-,
-no cariño, papá y mamá no pueden ir a buscarte hoy, tenemos muchísimo trabajo. Escucha y no refunfuñes. Quédate con la tía Ana y cuando papá acabe te llevaré a cenar pizza, pero dile a tu tía que se guarde sus muslos y pechugas y que no te los haga comer, que ya sabes que pican y que te sientan mal. Un besito-, colgó y volvió a dirigirse a López,
-bien señor López, como le decía, llevamos años trabajando en un caso de blanqueo de capitales a gran escala. El cabecilla es un tipo escurridizo y sin escrúpulos que ha estafado al Estado millones de Euros. Tantos, que si le dijera la cifra se caería usted de culo, con perdón. El Estado, a quien en este momento represento, ha invertido mucho tiempo y mucho dinero, sin contar con la vida de dos de mis mejores hombres, en su captura. Pues bien,  una de las pistas encontradas en nuestras averiguaciones le relaciona directamente con el club donde usted trabaja, creemos que es uno de sus clientes…,-
Navarro se había inclinado hacia adelante mientras hablaba. Dejó pasar cinco segundos y sacó de uno de los cajones de la mesa un taco de posit amarillo, un rollo de cinta adhesiva y trescientos Euros.
-Señor López, le necesito y le suplico que nos ayude. Necesitamos una huella dactilar con la que mandar a prisión a ese sinvergüenza y usted nos la va a proporcionar. Buscamos a un hombre de mediana edad, de aproximadamente su estatura, y esto es muy importante, que practique tenis, pádel o deportes similares. Mañana, en su turno de trabajo y mientras realice sus rondas en el aparcamiento del club, cortará un trozo de cinta adhesiva con cuidado de no dejar su propia huella, lo pasará por la cerradura del maletero de uno de los vehículos, lo pegará a uno de los posit y anotará el nombre del propietario o en su defecto la matrícula, y repetirá la misma acción en todos y cada uno de los coches cuyos propietarios respondan a las características que le he mencionado, ¿lo ha entendido?, trozo de cinta adhesiva, cerradura de maletero, pegar la cinta adhesiva al posit, nombre o matrícula. Bien. Podría mandar a mis hombres a que lo hicieran, pero usted en su función de guardia de seguridad a quien todos los clientes del club conocen, no levantará sospechas. Cuando reúna las pruebas las introducirá en una bolsa de plástico que no levante sospechas, una de un centro comercial servirá, llamará a un número de teléfono que le facilitarán los agentes que le han trasladado hasta esta comisaría, y ellos se reunirán con usted junto a su vehículo personal, momento en que les entregará la bolsa, ¿necesita usted algún tipo de aclaración?”,
-no, no señor Comisario-,
-es usted un ciudadano responsable, gracias. Tres cosas y no le robo más tiempo. El señor Juez le pasará unos documentos oficiales para que los firme, son la declaración de Secreto de Estado por la que usted queda comprometido a cumplir con su deber como ciudadano y a no revelar jamás a nadie absolutamente nada, so pena de prisión. Dos, el Ministerio del Interior le hace entrega de estos trescientos Euros como reconocimiento a la ayuda que usted nos presta, y tres-, dijo Navarro levantándose y estrechando con gran afecto la mano de López, -quiero manifestarle mi gratitud personal en nombre del Estado por ayudarnos a dar caza a uno de los mayores criminales de la historia de este país. ¡Agentes!, un segundo que el señor López firme y ya pueden acompañarlo-.
López no había visto unos papeles con más sellos en toda su vida, firmó y se fue escoltado por los policías.
-sobreactúas jefe, ¿comisario Conejo y juez Blanco?-,
-no digas chorradas, lo bordo. ¿Cuántos nos quedan?-,
-tres y acabamos. Menos mal, como nos pille el comisario nos folla vivos-,
-me deprimes Jiménez, está todo controlado. Manolo, su chofer, está también en el ajo y nos avisará si sale antes de lo previsto de lamerle el culo al subsecretario, cien eurazos me ha timado el hijo de puta por una llamada. En fin, que pase el siguiente-.
Mientras esperaba Navarro hacía cálculos, diez seguratas a trescientos Euros, veinte policías que se encargaban de traerlos y de mantener la boca cerrada a cien cada uno, los quinientos de Jiménez para tenerlo atado y el material, le dejaban más de cuatro mil para él, no estaba nada mal.
-Siéntese por favor. Permítame que me presente, soy el Comisario Jefe José Conejo, y este señor es el Honorable Juez Don Emilio Prieto…,-

Mientras Marta miraba su teléfono móvil intentando decidir si reírse por la burrada de su jefe, u ofenderse porque las dejaban de lado, a Ana le sonó el suyo.  Arteaga las citaba a ambas en media hora en “la oficina”, único apodo posible para el bar que se había convertido en el centro de operaciones extraoficial del grupo.
Durante el trayecto Ana no dejaba de rascarse enérgicamente el muslo derecho,
-déjame a mí-, le dijo Marta, -al final te vas a hacer un boquete en el pantalón-,
-¿no te parece que ya me has sobado de sobra antes?-, preguntó Ana sonriendo,
-no, no me lo parece. Te seguiré sobando hasta que me dé la gana o hasta que me salgan callos, ahora eres “mi” Ana, asúmelo. Y no seas tan creída, solo te estoy quitando unos pelos del gato, no veas de donde me los he tenido que quitar yo alguna vez-,
-ahora lo entiendo-,
-¿ahora entiendes qué?-,
-la pinta del gato. Acostarse durante años con una amante tan patosa como tú lo ha destrozado física y psicológicamente. Evidentemente es un gato insatisfecho, creo que lo más humano que podemos hacer por él, insisto, es pegarle un tiro. Al menos su muerte será rápida y compensará la agonía de estos años-,
Marta le clavó un dedo en las costillas.
-Está bien, lo entiendo. Quieres que en vez de pegarle un tiro me lo tire, y que muera sabiendo lo que es una mujer como Dios manda. De acuerdo, lo haré, seguro que él me deja satisfecha-.
-dos cositas, Ana mi vida. A, creo los vecinos están recogiendo firmas para que te eche de casa, deberías moderar tus gritos, jadeos y ciertas expresiones malsonantes que pronuncias ya sabes cuándo. Y B, si el gato está así es porque me ha dado todo lo que me tenía que dar, cuando termine de exprimirte tu estarás como él y te dejaré por un fornido marinero-.

Arteaga las esperaba sentado a la mesa. Una sola mirada a Ana le quitó un gran peso de encima, era claro que le había dicho a Marta lo que él no supo decirle a su esposa, y de momento parecía que había funcionado, algo por fin aclarado y resuelto. Lo cierto es que era evidente, pese al vano intento que como todas las parejas recién formadas hacían por disimular, que estas dos lo eran. Le hubiera gustado decirle a quien consideraba una amiga por muchas razones que se alegraba, pero ese no era el momento para hacerlo.
-Bien. No tengo mucho tiempo así que mejor voy al grano. Estos dos últimos días he tenido varias reuniones con el Director de Seguridad, con los forenses y con una legión de expertos en casi todo, y mañana tenemos la reunión del grupo donde Navarro me comenta que tiene una sorpresa para nosotros, espero por su bien que no sea una patochada, pero no os he llamado por eso, veréis, tengo un problema; y mi problema es que tengo miedo, tengo un miedo horrible a que se nos escape algo, y eso me resta capacidad para hacer mi trabajo; así que lo que necesito es que vosotras asumáis mi miedo y me deis respuestas-.
-Ana, hemos brindado al Presidente Florián y tú conoces el procedimiento. Es imposible acercarse a él o a su casa, simplemente no se le puede asesinar y debemos suponer que el asesino lo sabe. Dime que piensa ese tipo. Decidme las dos si estamos en lo cierto al pensar que el objetivo es el Presidente o la estamos cagando-.
-Por otra parte, los forenses que han estudiado el cadáver de Alfonso Barros y la escena del crimen han encontrado algo que no debería estar allí, que no tiene sentido, una pequeña porción de vómito del tamaño de una moneda a unos cuatro metros del cuerpo. No había más en un radio de cien metros, nada. Han comprobado que es humano y que se corresponde con la hora del crimen, y eso es lo que más les confunde. Dicen que primero, o no debería haber nada, o debería haber mucho más; y segundo, que si la datación de la muestra fuese anterior o posterior al asesinato dejaría de ser sospechoso para ser anecdótico, pero insisten en que cuadra perfectamente. Quiero que me digáis que pasó-.
-Por último, se que para bien o para mal, y espero que no sea tarde, vamos a dar con el asesino. El problema es cuando y lo que pasará después. Si lo cogemos antes de que cometa otro asesinato el gobierno, la oposición y los grupos de poder harán lo posible y lo imposible para calmar las aguas, tengo la confirmación del Director de que así será. Pero si llegamos tarde y comete un magnicidio cada uno de ellos hará lo previsible, salvar su culo si el río se desborda, y ese es el mayor de mis miedos, qué va a pasar si…, quiero saber que puede pasar y  quiero saber cómo lo paramos. ¿Sabéis?, estoy harto de expertos en todos estos temas, me duelen los ojos de leer informes contradictorios y ninguno habla de mi puto miedo, quiero vuestras opiniones, las de mi gente. Ana, hemos vivido juntos mucha cosas y sabes cuánto confío en ti, por favor quítame esto de encima. Y Marta, ayuda a Ana y ayúdame a mí-.
Arteaga se levantó despacio, se despidió con un simple,
-nos vemos en la reunión de mañana-, y justo antes de salir por la puerta se giró y añadió un melancólico
-felicidades por lo vuestro-.
La reunión era dentro de veintiséis horas.


Iván Manzanos estaba muy enfadado, le habían cerrado la boca.
Después de tanto tiempo de lucha, de llamar a las cosas por su nombre y de criticar a políticos de medio pelo que se aferraban a su cargo cambiando de chaqueta y de opinión en función de sus propios y únicos intereses, de denunciar a una iglesia de fariseos que vendía sus valores tradicionales a cambio de subvenciones y que se quejaba con la boca pequeña de leyes contra natura, de atacar a los falsos intelectuales que opinaban cogiéndosela con papel de fumar, después de todo eso le cerraban la boca.
Y lo peor era que los mismos que le habían jaleado, los mismos que le dijeron sigue así, esos a los que consideraba su gente le clavaban ahora un cuchillo por la espalda.
-No es conveniente para el grupo que en las actuales circunstancias del país sigas con esa línea de opinión. Tómate unos días de descanso, piénsatelo y luego hablamos. Lo siento, pero ha sido el propio presidente, el señor De Castro, quien ha dado la orden-, le había dicho el director del periódico, otro cobarde de mierda.
Traidores, habían traicionado su lucha.


Carmen Torres estaba cansada, harta, triste, sola y con miedo. Sollozaba mientras su mano derecha aferraba con fuerza un vaso de leche y su mano izquierda escondía un somnífero.
-La meta, la puta meta y ¿para qué?-, murmuraba. Lo había hecho todo; lo había hecho según se le dijo que había que hacerlo y ¿para qué?. Llegó a su catarsis personal y profesional y ¿para qué?.
-¿Dónde esta mi vida, joder?-.
Compitió en la facultad por ser la número uno. Compitió y peleó en aquel periodicucho para ser columnista a los veinticinco, tragando toda la mierda y todo el semen necesario; luchó como una cabrona por su meta renunciando a su vida, a su juventud y a su alma, mientras mostraba como mercancía vidas cercenadas…, a otros de vidas vacuas sentadas frente a un televisor.
Tanto tiempo, tanto esfuerzo por ser reconocida, aplaudida, respetada. Reconocimiento, aplausos y respeto que cuando  llegaron lo hicieron sucios y vacios a mayor gloria propia y de la industria de la comunicación. Cadáveres y miseria de consumo, caras frías para después de la cena que mañana sustituirán otras.
Pero había que seguir. Había que seguir porque no había donde regresar, y porque su prepotencia era lo único que la definía; había que seguir subiendo para llegar a postrarse a los pies del maestro, aprender y superarle.
Ella iba a ser más que la maestra, ella iba a ser la número uno. Y cuando llegó a ser su colaboradora descubrió que Alfonso Barros no era lo que ella esperaba, no era solo uno de los suyos en un peldaño más alto. No era un dictador con sus subordinados, ella sí lo había sido. No era un acaparador de protagonismo, ella sí. No era una mala persona, ella sí. El maldito santo hijo de puta no vendía nada, solo defendía su credo mientras que ella vendía lo que fuera necesario, ¿o acaso no era eso lo que había funcionado, lo aprendido?. Durante un tiempo odió a Barros con toda su alma.
Pero para su gracia o desgracia aprendió, pues aunque las personas no cambien, a hostias o a caricias aprenden. Y aprendió que lo había conocido desde niña no era la verdad única, no todo vale porque no todo es justo.
Aprendió que la competitividad de cuchillo entre los dientes en su trabajo, en la vida o en lo que sea es excluyente, y por lo tanto insolidaria, y por lo tanto genera pobreza e inmoralidad, y que en la pobreza y la inmoralidad está la explicación a tantos males, a tantos. Aprendió que comunicar no es vender cadáveres y miseria y vergüenza y odio. Aprendió que comunicar es buscar la verdad y decirla aunque no venda; y aprendió de qué era Barros maestro, de la verdad, de la puta y simple verdad.
Y cuando se le desmontó su ideario, por primera vez en su vida se preguntó a si misma si era feliz con lo que hasta entonces había hecho, pues esa era la meta y la pregunta, la suya y la de todos; y descubrió la simple verdad, que para llegar a una felicidad que siempre es circunstancial y efímera hay que pasar por estar en paz consigo misma, y que esa paz es la verdadera meta.
Y a los cuarenta, en el cenit de su carrera, cuando por fin empieza a comprender, a entender y a estar en paz, a Barros, a su maestro, lo matan a golpes como a un perro.
-Felicidades Carmen. Ya eres la número uno, ya no hay nadie ni mejor ni por encima; tu voz es la voz, la que queda-, se dijo a sí misma en voz alta.
Carmen Torres llora sentada en la cocina de su casa, con un vaso de leche en la mano derecha y un somnífero en la izquierda. No lo hace por Alfonso Barros, el tuvo una buena vida pese a su perra muerte; lo hace por sí misma, los sentimientos siempre son propios, así que siempre se llora hacia adentro como siempre se siente desde dentro.
-¿Dónde está mi vida, que he vivido yo si mañana me matan?- pregunta a la pared.
Contemplo y oigo la frase repetida a través de una de las pequeñas cámaras que instalé en el piso de Carmen y del micro de la cocina. No quiero ver ni oír más, me resulta impúdico. Entiendo más de lo que quisiera las preguntas, las lágrimas y las pastillas; y sinceramente me duele verla así, no es justo. Pero todo encaja, poco a poco el desenlace se acerca, y la muerte de Barros encuentra su necesario sentido. Las lágrimas de Carmen Torres me alivian, todo va bien, nadie dijo ni que esta historia ni que la vida sean justas. En unos días, si nada se tuerce, contestaré a sus preguntas. Pero aún tengo que hacer algo antes.


Navarro y Jiménez sonreían maliciosos como niños traviesos, Ana y Marta parecían derrengadas, los gemelos estaban agotados, y Arteaga, siempre inmaculado, necesitaba una camisa limpia, una ducha y dormir, no necesariamente en ese orden.
-Bien, empecemos-, dijo Arteaga, -a título informativo os contaré que tenemos a todas las policías de Estado, al Estado, a los políticos, a la prensa y a todo Dios de los nervios corriendo de un lado para otro. Unos buscando asesinos en todas las esquinas del país y abrasándome con teorías estúpidas; otros buscando a quien echar la culpa de lo que sea y amenazándome con las siete plagas. Esto os lo digo no por presionaros, sino para que entendáis que si saco mi arma y mato a alguien solo es por desahogarme. En otro orden de cosas, hemos puesto al Presidente Florián tal cantidad de protección que ya solo nos falta envolverlo en plástico de burbujas. Y ahora ser buenos y contadme algo que me alegre-.
Navarro dejó sobre la mesa unas bolsas de plástico,
-los bocadillos, supongo-, dijo Arteaga de mal humor,
-no, lo siento Arteaga, si llego a saber que tenías hambre te hubiera subido algo del bar-, contestó Navarro sonriendo,
-esto solo son quinientas sesenta huellas dactilares de las seiscientas que teníamos que conseguir-, y vació las bolsas de las que salieron un montón de posits a los que iban pegadas cintas adhesivas,
-en cada una de las cintas de cada uno de los posit tenéis una huella con su correspondiente propietario. Ahora solo tienes que poner a un montón de gente a trabajar y en un rato nos iremos a trincar al puto asesino-.
Arteaga, los gemelos y las chicas se quedaron con la boca abierta mientras los dos policías hacían vanos esfuerzos por contener su ego dentro de sus cuerpos.
-Os felicito-, dijo Arteaga alborozado, -no quiero saber de dónde han salido ni como, pero si una de estas huellas coincide con la que tenemos os garantizo un ascenso y un beso en la boca. ¿Cuánto tiempo?-, preguntó dirigiéndose a los gemelos,
-¿esto es legal?-, preguntó uno de ellos a Navarro,
-por supuesto que no-, contestó el interpelado haciéndose el ofendido,
-entonces si tenemos suerte y el primer posit da positivo, una media hora, si no la tenemos y es el último cuatro días. Esto tenemos que hacerlo solo con nuestros medios, si ponemos a la policía a cotejar las huellas sin una orden judicial…-, y el gemelo dejó la frase sin acabar,
-bien, seamos positivos. Tenemos más de lo que teníamos y eso es bueno-, dijo Arteaga anticipándose a la protesta de Navarro, -¿Cuánta gente podéis poner a trabajar en esto?-,
-con nosotros somos seis, y los otros cuatro son de confianza, harán su trabajo sin preguntar-,
-pues adelante. ¿Vosotros estáis en condiciones?-, preguntó Arteaga consciente del cansancio de sus hombres, habían estado repasando durante los últimos días las pruebas y los restos de los asesinatos y apenas habían dormido,
-preocúpate de ti, estás aún más jodido que nosotros-, contestó uno de ellos sin ironía, -nos llevamos esto, ya os informaremos-. Recogieron las bolsas y salieron de la sala de reuniones.
-¿y vosotras?-, preguntó Arteaga a las dos mujeres,
-vamos por partes-, dijo Ana mientras se flotaba los ojos, -hemos estado repasando todo lo que ha caído en nuestras manos sobre quienes son las personas más relevantes o influyentes del país, en función de publicaciones especializadas en ese tipo de listas y de número de entradas a sus nombres en internet con anterioridad a los asesinatos. Cotejando todo, resulta que el obispo García ocupaba aproximadamente el puesto veinte, el diputado Palacios el diez, Alfonso Barros el dos; y si, el Presidente ocupa el número uno. Si el asesino escoge a sus víctimas siguiendo parecidos criterios, su próxima víctima lógica debería ser Marco Florián-.
-Conociendo el procedimiento de blindaje de personalidades como lo conozco, sé que no se le puede abatir con un disparo, primero porque el perímetro está asegurado con nuestros propios francotiradores, segundo porque las ventanas de su domicilio son opacas desde el exterior, y tercero porque todos los actos públicos del Presidente han sido cancelados. Tampoco es factible matarlo mediante una bomba porque los accesos a su residencia están cortados y controlados, a lo que hay que sumar los inhibidores de frecuencia que imposibilitan una explosión por control remoto. La única posibilidad realista del asesino sería el que formara parte de los círculos de protección más cercanos al Presidente, pero eso no se corresponde ni con el perfil del asesino, ni con los controles a los que se somete a nuestra gente. En suma, si su próxima víctima es el Presidente, se me escapa completamente como va a cometer el asesinato; mi experiencia me dice que no existe ninguna posibilidad de que tenga éxito. Mi recomendación es que sigamos con las mismas medidas que ya se han tomado hasta que logremos detener al asesino-.
-La segunda cuestión-, dijo Marta tomando el relevo de Ana, -es el resto de vómito de la escena del crimen-. Con una rápida explicación puso en conocimiento de Navarro y Jiménez el descubrimiento de la prueba, y los quebraderos de cabeza de los forenses intentando justificar su presencia y cantidad en el claro donde se encontró a Barros.
-El acertijo es ¿porqué alguien frio y metódico, que está repitiendo algo que ya ha hecho, deja una pequeña muestra de vómito en el lugar del crimen?. Bueno, si damos por hecho que el vómito no es de Barros, puesto que no se encontraron restos en su boca, tiene que ser del asesino; pero ¿porqué esa pequeña cantidad y no lo normal?, pues evidentemente porque no quería dejar una huella tan visible, así que probablemente no se apercibió del pequeño resto que se le escapó cuando se tragó el resto-,
-Marta, uno no se puede tragar su propio vómito, no seas cochina-, dijo Navarro con repulsión ante la idea,
-vale, tu no podrías y puede que un tanto por ciento muy alto de las personas tampoco. Ana y yo lo hemos intentado. Yo lo tuve que dejar muerta de asco y con el estómago hecho cisco, pero Ana-, dijo Marta radiante y mirando con orgullo a Ana, -lo consiguió a la tercera. Lo que no pudo evitar es que parte del vómito le saliera por la nariz-,
-¿quieres dejarlo ya, por favor-, dijo Jiménez que estaba empezando a ponerse verde mientras se imaginaba a las dos chaladas con la cabeza metida en el váter,
-como iba diciendo-, insistió Marta, -es posible tragarse el propio vómito si tienes los huevos o los ovarios lo suficientemente bien puestos, o eres un puto fanático o un pirado, que viene a ser lo mismo, perdona la comparación, Ana. Pero todavía no he contestado a la pregunta de por qué vomitó, y casi mejor que lo explique Ana que se le va a dar mejor-,
-Arteaga, ¿Cuál es la regla de oro de alguien cuyo trabajo es eliminar objetivos?-, preguntó Ana a su jefe, imitando la forma de interrogar que tenía Marta a Navarro,
-no involucrarse. Las personas no son personas, son objetivos. Si a través de tu visor ves una persona, fallas y tienes pesadillas. Si ves un objetivo, aciertas y duermes tranquilo. Se elimina el objetivo para que no pueda asesinar a los que tu consideras personas”-. Dijo a botepronto Arteaga no sabiendo si la contestación era muy coherente.
-Bien, lo que mi cansado jefe intenta decir es que cuando matas a alguien de forma profesional no deben haber sentimientos de por medio, porque pierdes la distancia y la frialdad suficiente para realizar tu trabajo eficientemente. Esa es la causa de que los crímenes que llevan aparejado pasiones de cualquier tipo sean teóricamente fáciles de resolver. Nuestro asesino vomita cuando mata a Barros por la sencilla razón de que le repugna lo que ha hecho, y le repugna porque ve a la persona y no al objetivo. Es decir, es muy probable que el asesino conociera personalmente a Alfonso Barros-.
-O eso o le sentó mal el desayuno-, apuntó Navarro,
-a ver jefe, piensa-, dijo Marta, -hasta ese momento su trabajo es impecable, y cuando mata a Barros tiene un momento de debilidad. La causa probable es la que mantenemos Ana y yo, y no una mala comida-,
-Si, es bastante lógico y nos da algo más que analizar-, razonó Arteaga, -buen trabajo, pondré a gente a investigar entre sus allegados buscando coincidencias con las otras muertes-.
-Y por último tenemos el tema de qué hacer cuando atrapemos al asesino-, prosiguió Marta extremando la seriedad.
-Su detención provocará ira, odio y conmoción por el lado de la mayoría de los ciudadanos, pero también es previsible cierto grado de simpatía y admiración por el lado minoritario. No os podéis imaginar las vueltas que Ana y yo le hemos dado al asunto, y la conclusión es de recibo; tenemos que recurrir al mal menor para evitar levantamientos, enfrentamientos o que en el futuro la figura del asesino se reivindique como héroe salva patrias por exaltados descerebrados. La solución es ridiculizar y humillar tanto al asesino que nadie llegue a  identificarse con él. Una vez que lo atrapemos debemos convertirlo en el mayor de los estúpidos que ha parido este país, y las pruebas de esa estupidez deben ser tan claras, evidentes y públicas que cualquiera que defienda o ataque a ese hombre sea considerado a su vez un estúpido-.
-Bien, no es mala propuesta-. Dijo Arteaga con una mueca extraña,
-iros a descansar y empezar a trabajar sobre ello. Navarro y Jiménez, quedaros un momento. Tenemos que idear un recubrimiento legal por si una de las huellas coincide, y francamente estoy tan cansado que la cabeza no me da más de sí. Buen trabajo, muy buen trabajo de todos-, terció Arteaga con una sonrisa cansada.

Horas después de la reunión, las dos mujeres descansaban por fin en el sofá de la casa de Marta. Esta se había empeñado, pese al cansancio de ambas y al cabreo de Ana, en recoger el caos de papeles, revistas y restos de comida del piso.
-¿Tú crees que nos harán caso?-, preguntó Marta con la cabeza apoyada en las piernas de Ana y el resto del cuerpo desperdigado por el sofá,
-¿sobre lo de ridiculizar al asesino cuando lo atrapemos?-, contestó Ana sentada en una esquina, mientras se empeñaba distraídamente en colocar el pelo de Marta fuera de su cara, -probablemente sí. Pero no creo que lo dejen solo ahí. Siempre hay estúpidos que se suman a cualquier estupidez, por muy extrema que sea; y ese es un riesgo que no pueden asumir. Aplicarán lo de muerto el perro se acabó la rabia, precisamente por el pánico que tienen a que la rabia se extienda-.
-Pero nadie tiene derecho a quitar una vida, Ana-, dijo Marta,
-si, lo sé. Pero el planteamiento es otro más complejo. Yo no quiero ni a cien ni a diez tipos con una barra de hierro asesinando a quien sabe quién y por qué; como no quiero a nadie que justifique la violencia bajo ninguna escusa, aunque sea un gobierno o aunque sea por una ideología. Verás, yo creo que al final todo es una cuestión de equilibrio y seguridad. Si sé que eliminando a una persona malvada salvo la vida de diez, o de una que no ha hecho nada, lo haría; pero quiero la seguridad de que eso es así. Sé que no tengo ningún derecho a quitar una vida, como también sé que tengo la obligación de evitar el asesinato de inocentes-.
Marta sentía en su cara la mano de Ana mientras esta hablaba; la misma mano capaz de empuñar un arma y de acariciar. Sabía que debía sentirse contrariada, extraña o hacer preguntas sobre moralidad y valores, pero no quería, ya no. Lo único que fue capaz de pronunciar porque era lo único que quería decir fue una afirmación más que una pregunta,
-¿sabes que te quiero?-,
-lo sé-.


Colgar fotografías en la red sin que te pillen es relativamente sencillo. Acudes dos días antes a un local del centro de la ciudad que disponga de conexión wifi y abultada clientela, pides la contraseña y mientras te tomas un café navegas por internet. Hoy solo tienes que aparcar lo suficientemente cerca, y a través de un móvil o de un ordenador portátil volver a conectarte, subir las fotos a una cuenta que habrás abierto en cualquier otro local parecido con datos falsos, e irte. En un rato aparecerá la policía, revisará las conexiones o incluso las cintas de grabación de vigilancia del local, pero tú no aparecerás por ningún sitio, fin.
Si pese a que la prudencia te aconseja alejarte tu curiosidad la vence, busca un aparcamiento y date un paseo; compra el periódico y vete al bar que justo está al otro lado de la calle y desayuna mientras repasas las noticias. En un plazo no mayor de dos horas la policía de cualquier país moderno debería hacer su aparición. Hum, dos horas y cuarto, parece ser que no somos tan avanzados como pretendemos. Un coche patrulla y uno camuflado. Del segundo bajan a toda prisa dos policías, uno parece un orangután y el otro una comadreja. Me voy, quiero escuchar las noticias en la radio.


Marta miraba una y otra vez las fotografías mientras Ana iba de un lado a otro de la sala. Arteaga les había llamado esa mañana para decirles que el asesino las había colgado en la red, y que no tenían más que marcar cualquiera de los nombres de las víctimas, ir a imágenes y las encontrarían. Alguien había entrado marcando uno de los nombres y se había encontrado con aquello, y la noticia había corrido como la pólvora. Durante la última hora Marta había salido y entrado en la conexión varias veces, y el número de visitas había ido en aumento exponencial en cada una de ellas.
-Este cabrón está echando más leña al fuego-, dijo Ana, -sabe que una vez alcance un número lo suficientemente alto de visitas a esas imágenes, los medios de todo el puto mundo se harán eco de ellas, no les quedará otro remedio y encima estarán encantados-.
-la repercusión social va a ser la rehostia. Si consigue después de esto cargarse al Presidente, su revolución particular va a ser todo un éxito-. Comentó Marta mientras seguía mirando las imágenes.
-Yo he visto esto antes-, añadió mientras miraba con curiosidad una de las cinco fotografías del cadáver de Barros, -¿no te resulta familiar?-, preguntó a Ana,
-no sabría que decirte. Si no fuera porque es lo que es te diría que parece algo artístico, como un cuadro o así-, respondió Ana mirando por encima del hombro de Marta.
El cerebro de Marta funcionaba a toda máquina mientras intentaba recordar porqué esa foto en concreto le resultaba tan familiar; la posición del cuerpo, el árbol sobre el que reposaba, la luz, y sobre todo la expresión de la cara de Barros…, no era un cuadro, ¡era una escultura!.
-!Mierda, joder!-, gritó Marta mientras tecleaba furiosa su ordenador, -Ana, eres la mejor. Llama a Arteaga y mira estas dos imágenes-,
-¿Qué pasa?, ¡coño!-, la expresión saltó de los labios de Ana en cuanto miró la pantalla del ordenador. A la izquierda estaba la famosa fotografía, a la derecha La Piedad de Miguel Ángel. El asesino no solo podría conocer a su víctima, sino que por lo visto también le gustaba el arte.
Marta sonreía satisfecha mientras imprimía las dos imágenes. Ana marcaba el número de Arteaga mientras intentaba razonar sobre donde les podía llevar aquello, o si solo era una simple coincidencia.


El mismo sexto sentido que había llevado a De Castro al Olimpo de las finanzas, le advertía ahora de que había llegado la hora de tomar decisiones drásticas. Sentado en el sillón de cuero repujado de su despacho, miraba las pantallas de ordenador donde se reflejaban las fotografías de los asesinatos…, y las cotizaciones a tiempo real de las principales bolsas mundiales. Una serie de valores empezaban a tener un discreto descenso. Nada que a los ojos de un profano pareciera anormal, pero que para De Castro significaba el mayor problema con el que se había enfrentado en años.
Existen dos tipos de inversores en bolsa, los saqueadores a corto plazo y los especuladores a largo plazo. Los primeros se dedican a ganar dinero mediante la destrucción, inyectando dinero en valores que inmediatamente suben en su cotización para un rato después vender y llevarse los beneficios, lo cual deja al valor elegido en una situación de evidente riesgo de caída libre y de indefensión frente a nuevos ataques, donde de nuevo hay dinero fácil a ganar.
Los segundos son aquellos inversores a medio y largo plazo, cuyos beneficios se obtienen a través de los dividendos obtenidos de las cuentas de resultados de las empresas, y a estos no les gustan las sorpresas.
El conglomerado de empresas de De Castro respondía a un ideario neoliberal, cuyo principal exponente era el área de medios de comunicación. Hasta los asesinatos ese ideario había servido para cimentar la confianza de los inversores, que básicamente coincidían en formas y maneras de ver y entender la política y el mundo con De Castro. El problema era que en el último mes las cosas habían cambiado radicalmente. Los asesinatos eran entendidos por la sociedad del país y por los inversores como algo que la derecha democrática no había sabido controlar, la reacción de uno o un grupo de radicales que llevaban sus tesis al extremismo. Y así como entre la sociedad se iba extendiendo un sentimiento de ira cada vez mayor con cada nuevo asesinato dirigido hacia los conservadores, el sentimiento entre los inversores empezaba a ser de miedo a las consecuencias que esa ira podría tener.
La respuesta de De Castro a ese miedo fue la fulminante destitución de todos aquellos elementos que pudieran situar a sus empresas en el ojo del huracán, y la reiteración en sus líneas editoriales de la condena a los asesinatos. Hasta esa mañana la táctica había dado un resultado suficiente, pero la aparición de las fotografías había cambiado todo.
De Castro tomó una decisión y llamó a su secretaria personal.
-Maite, ordene la inmediata redistribución de fondos de nuestras empresas a fondos de inversión segura. Un tercio a bancos nacionales, otro a bancos internacionales y el resto a tecnológicas Estadounidenses-,
-pero Señor, eso nos deja indefensos frente a ataques especulativos, nuestras acciones bajarán en picado-,
-nuestras acciones ya están cayendo, mire el monitor. De lo que se trata es de salvar lo que podamos, y tenemos que hacerlo ahora. Una cosa más, cuando nuestras acciones toquen suelo compre desde mis empresas tapadera lo que los accionistas no hayan podido vender, con un poco de suerte saldremos de esta más poderosos de lo que somos, gracias Maite, eso es todo-.
Media hora más tarde la línea roja había pasado de ser una curva suave a una caída en picado. De Castro seguía mirando las pantallas con las fotografías y las cotizaciones mientras se acariciaba la barbilla. Saquearse a si mismo era arriesgado, pero en absoluto una locura. Buscó en uno de los cajones de su escritorio un habano, lo encendió sin disimular el placer que le producía y sonrió.


-Hola Franco, ¿Cómo estás?. Escucha, quiero que inviertas cien mil Euros en acciones de las empresas del grupo de De Castro cuando bajen a cinco Euros la acción, ¿de acuerdo?, Gracias.-
Bien, hacer las cosas que han de hacerse no significa necesariamente que pierda dinero. Una de las consecuencias menos malas de mi papel en esta historia es que si todo sale según lo previsto, mi cuenta corriente gozará de una salud envidiable, y la información que poseo sobre cómo van discurrir los acontecimientos me da una ventaja que no voy a desaprovechar. El planteamiento es muy sencillo. Sé que los inversores están empezando a retirar su confianza en las empresas de De castro por los rumores de la vinculación de su grupo con las ideas radicales de sus editoriales, rumor confirmado con la caída en bolsa de esta misma mañana. Sé que a partir de mañana caerán mucho más, sé que “al asesino” le queda muy poco para ser atrapado, y sé que cuando esto suceda de nuevo subirán las acciones, así que haré un buen negocio. Si todo se tuerce y me cogen tendrán un móvil que les alejará del real, tendrán el del villano que lo hizo por dinero, si no disfrutaré de las ganancias cuando atrapen al loco radical-.


Veintisiete de mayo.
El despacho del Presidente de la República ocupaba una de las habitaciones de su casa, medía apenas veinte metros cuadrados y estaba presidido por una vieja mesa, un viejo sillón y tantos libros viejos que ni un solo centímetro de las paredes quedaba al descubierto. Solo la ventana abierta de par en par a la soleada mañana alegraba aquel espacio privado y personal, donde un anciano había anidado hacía ya mucho tiempo.
Hoy estaba especialmente cansado. La enfermedad diagnosticada año y medio atrás avanzaba, y aunque la bendita morfina mantenía el dolor a ralla, día a día su cuerpo reconocía su derrota y la proximidad del final con un nuevo achaque o con la acentuación de los ya existentes. Pese a todo su cerebro seguía siendo brillante, y desde que asumió lo inevitable más cínico y racional de lo que había sido nunca. Marco Augusto Florián se dijo a si mismo que la enfermedad no solo había mutado sus células, y una sonrisa amarga afloró entre sus labios en recuerdo de los ideales vencidos.
El Director de la Seguridad Nacional entró en el despacho del Presidente después de pedir permiso, se quedó atónito mirando la ventana abierta y exclamó un “por el amor de Dios” mientras se apresuraba a cerrarla.
-Señor Presidente, no puedo protegerle si usted se empeña…-
-Oh, cállate ya-, le interrumpió el interpelado, -tú y tus chicos sois un verdadero enjambre de paranoicos con el tema de la seguridad, y no va a hacer falta que nadie me mate si vosotros me matáis de aburrimiento. Deja la ventana como estaba, necesito el sol más que a tus chicos. Ahora-, ordeno con una voz imposible de desobedecer.
El Director obedeció. Siempre había obedecido a aquel anciano desde que se conocieron hacía ya veinte años, pero se colocó de espaldas junto a la ventana en un intento de cubrir con su cuerpo cualquier resquicio de visión que pudiera tener un francotirador del interior de la estancia.
-Venga amigo mío. Tú y yo sabemos que nadie va a atentar contra mí. Mi asesino es la enfermedad y no alguien de ahí fuera. Tráete una silla y dos copas de vino y cuéntame cómo van las cosas-.
Unos minutos después los dos hombres bebían sentados a ambos lados de la mesa. El Director relataba a su anfitrión como avanzaba la investigación,
-…y ahora sabemos por qué utilizó un arma tan poco convencional como una barra de hierro. Tiene sentido una vez que ves las fotografías, el impacto de la visión de cuerpos rotos y torcidos de personajes conocidos es tremendo sobre la población. Francamente, no sé cómo acabará esto, nuestro país no está preparado para este shock y las reacciones contra todo y contra todos están a flor de piel. Algo va a explotar, eso sí lo sé, aunque todavía nos queda un pequeño margen si logramos encajar todas las piezas del puzle. Mis técnicos están a punto de dar con la identidad del presunto asesino por las huellas dactilares que obtuvimos, también sabemos el modelo de la cámara fotográfica con la que se hicieron las fotos. Por lo visto cada cámara “deja” su huella en cada fotografía que saca,  y ésta en particular es un modelo de cámara compacta muy cara y que solo se vende en un par de tiendas especializadas del país, así que estamos cotejando las tarjetas de los compradores para ver que sacamos. Estamos muy cerca, yo diría que a lo sumo un par de días, para dar caza a una identificación positiva-.
-Hum…, eso está bien, pero vamos al fondo de la cuestión, necesito que comprendas. Durante este último mes te has preguntado si este asesino nuestro actúa desde la racionalidad o desde la irracionalidad. No es desde lo segundo, puedo asegurarlo puesto que es tremendamente racional en sus actos y por otras razones que entenderás enseguida. Así que la pregunta es, ¿porqué mata la esperanza que simbolizaban cada una de las víctimas en cada una de sus actividades, en vez de matar a los que verdaderamente ostentan el poder en esos ámbitos?. ¿Sabes la respuesta?, bien, yo te la diré-. Dijo el Presidente mirando a su acompañante,
-Si matas a un poderoso, otro poderoso vendrá a ocupar su hueco exacto, material y tangible de poder. Si matas la esperanza y lo que esa palabra simboliza para cada una de las diferentes personas de un país, pondrás a todo un pueblo entre la espada y la pared. Sabemos que la espada es el asesino, pero ¿Quién es la pared?. Bienvenido a la razón y al cinismo, Director-, terminó el Presidente mientras apuraba su copa de vino. Mientras, su cara era la expresión de la tristeza pura.


Hoy era el décimo día desde el último asesinato, así que Ana estaba en el operativo en los alrededores de la casa del Presidente.
Marta la había estado observando esa mañana, tumbada boca abajo sobre la cama, sujetándose la cabeza con ambas manos mientras la agente de Seguridad Nacional se preparaba. Parecía un ritual litúrgico, pero al revés. No era precisamente para bendecir nada que la mujer se embutía en lo que Marta definía como “el disfraz de la perfecta mujer fatal de piedra”,
-¿Cómo era posible que se moviera de esa manera tan… armónica con algo tan ajustado?-, pensó entre envidiosa y encandilada.
Luego Ana embutió un arma junto a su riñón derecho, y esa pistola negra, fea y extraña la puso en su lugar justo rozando su pecho izquierdo. Al final, se enfundó la chaqueta, de cuyas solapas tiró con fuerza varias veces hasta que se dio por satisfecha.
Ana había enarcado una ceja sabiéndose observada, en una pregunta sin palabras hacia su compañera que la miraba sin pestañear.
-Lo siento, es que no puedo dejar de mirarte. Cuando tú estás mirar hacia cualquier otro sitio me parece un desperdicio-, dijo con esa desmesurada naturalidad que desarmaba a Ana.
-Pelota-, le replicó mientras se acercaba para besarla. Cuando Marta le cogió de la mano y estiró hacia ella poniéndole ojitos, Ana le dio un cachete en la mano y se soltó,
-Ah ah, quietecita pendón, que tu solo me haces la rosca por lo de siempre y ya me tengo que ir. Las verdaderas policías tenemos que defender el fuerte mientras las fofas de culo como tu os quedáis rascándoos sin dar palo al agua. Luego te llamo, ¿vale?-, la besó y se dirigió hacia la puerta del piso.
-Ten cuidado-, le dijo Marta a modo de despedida.
Unas horas después de la marcha de Ana, Marta se repantingaba en el sofá después de recoger y ordenar a su gusto la casa. Era maravilloso vivir con la persona a la que quería,
-pero sería mucho más bonito si la muy guarra no dejase la ropa y sus cosas tiradas en cualquier lado-, dijo en voz alta mientras recordaba el calcetín huérfano de su par que encontró bajo las sábanas.
Un rato más tarde miraba sin ver la tele pasando de canal en canal mientras comía, buscando nada en especial. La verdad, la televisión era un verdadero coñazo. O lo que emitían eran programas bastante estúpidos, o hablaban una y otra vez de los asesinatos y de sus repercusiones en un alarde de despropósitos que rallaba la idiotez, o de deportes. A Marta le salió una sonrisa involuntaria con una noticia que habría todas la secciones deportivas de los informativos, la del cumpleaños de José Martínez, un jugador de futbol del equipo de la capital que ese día cumplía veintitrés. La verdad era que el chaval se había ganado a pulso el cariño de la gente. Nacido en un pueblo del interior del país e hijo de campesinos sin medios, el crió pronto destacó en el colegio como jugador. Era una verdadera maravilla, y la casualidad quiso que un oteador se fijara en él y se lo llevara a las categorías infantiles de su club. Años después era sin duda el mejor jugador del país, pero es que además de eso parecía seguir siendo una persona absolutamente normal, muy alejada del divismo y el ego superlativo de muchos de sus compañeros. Nunca se le vio un mal gesto, ni una mala palabra. Era una de esas personas capaces de llorar ante cienmil espectadores cuando las cosas salían mal, y de reír y correr como un chiquillo absolutamente feliz cuando salían bien. Esa naturalidad sumada a sus cualidades innatas como jugador le habían aupado a ser considerado como una de las personas más queridas del país.
La cuchara de Marta se paró a medio camino entre el plato y su boca, se le acababa de ocurrir una estupidez. Cogió su móvil y marcó,
-Hola jefe, ¿Qué haces?-,
-literalmente rascarme los cojones. Hola Marta, ¿qué, a ti también te han dejado los súper maderos al margen de lo del Presi?, y eso que tú te tiras a la Conti. Esta gente me deprime, de veras…-,
-Navarro, ese lenguaje tuyo algún día te traerá problemas, y yo no me tiro a “la Conti”, lo que hacemos son cosas bonitas a la par que satisfactorias. Oye, una curiosidad, ¿qué hace un futbolista de élite el día de su cumpleaños?-,
“Ya estamos”, pensó Navarro,
-hija mía, por lo visto o tu eres tonta o yo no supe enseñarte correctamente, sin duda será lo primero. ¿Qué coño te parece que puede hacer un crío forrado de millones, con todas sus hormonas en danza y la sangre entre las piernas, que tiene por cuadrilla a un atajo de chavales tan asquerosamente ricos como él e igual de salidos, ir a casa de su mamá a comer tarta?-,
-¿se van de putas?-,
-y no precisamente de las baratas, y ahora cuéntame la chorrada que tienes en la cabeza-,
-bueno jefe, los gritos que me vas a pegar por esto me van a pitar en los oídos un par de meses, pero imagina por un momento que nos hemos precipitado al pensar que el asesino iba a atentar contra el Presidente. Vale que a cualquiera que le preguntes quien es la persona pública más valorada te contestará que él, pero, ¿y si de lo que se trata no es de eso, sino de la persona pública más querida, quien dirías tu que es la persona más querida de este país?-, preguntó Marta alejando el auricular de su oído esperando escuchar un improperio de su jefe. Curiosamente solo escucho tres segundos de silencio.
-Hoy es el cumpleaños de José Martínez, lo sabe todo el puto país. Bien Marta, vamos a hacer una cosa, tu quédate en casa mientras hago un par de llamadas a unos periodistas que me deben favores, ellos o sus colegas deben de saber exactamente donde va a celebrar el chaval su cumple. En cuanto sepa algo te llamo y decidimos que hacer. Esto es una tontería cogida por los pelos, pero no tenemos otro palo que tocar y más vale prevenir y cubrirnos que no hacer nada. De todas formas no digas nada a nadie de momento si no quieres que se descojonen de nosotros, ¿de acuerdo?-,
-vale jefe, no creo que esto nos lleve a nada, pero te agradezco que no me lo eches en cara-,
-no digas chorradas, te grito y te machaco pero sabes que me encanta limpiarte los mocos. Hasta luego-.
Navarro pensaba dándole vueltas a la ocurrencia de Marta. Lo cierto era que la cosa se escapaba de la lógica que estaban llevando en el caso, ¿para qué querría matar el asesino a un crio sin ideología política reconocida, que apenas había sobrepasado la adolescencia y cuya mayor virtud era saber dar patadas a un balón y no decir demasiadas chorradas?. De todas formas una campana de alarma no dejaba de sonarle al fondo de su cerebro.
Bueno, lo cierto era que no perdía nada en hacer esas llamadas; harían una discreta vigilancia, perderían un poco el tiempo y después se iría con Marta a tomar algo. Echaba de menos a su pupila y qué coño, quería saber qué tal le iba con la Conti. Seguía convencido de que de esa relación Marta saldría perjudicada, y que por lo tanto el podía perder el instinto de su mejor subordinada, y eso no era nada bueno. Primero la emborracharía y luego la sometería a tercer grado.

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