sábado, 22 de diciembre de 2012

50 días en Literanda

hola a tod@s, gracias por el seguimiento del libro. os informo que lo tenéis en descarga gratuíta en distintos formatos en LITERANDA:
http://www.literanda.com/librerias/autor/narrativa-contemporanea/cerezuela-juan/93-50-dias-de-mayo.html
espero que os guste y os resulte más facil de leer.
un saludo,
Juan Cerezuela.

lunes, 4 de junio de 2012

50 DIAS DE MAYO. PAG 228-FIN


Por lo visto mi presencia en el edificio donde reside el Presidente de la República debe de ser uno de esos encuentros que nunca existió, a juzgar por la nula presencia de personal civil. Solo veo uniformados de traje y corbata a los que evidentemente se les ha dado la orden de no mirarme mientras entro…, y de no permitir que salga sin una orden. Aun así percibo miradas de soslayo mientras les oigo pensar sobre quién soy, el día que sepa la respuesta haré una fiesta y tiraré cohetes.
Yo sí que oigo al Director ordenar al mismo hombre que se colocó tras él en la plazoleta que nadie se acerque a la puerta del despacho del Presidente, le llama Arteaga, me anoto mentalmente el nombre. Parece ser que no interesan testigos de oreja aguda sobre lo se va a tratar dentro. Mejor así, necesito intimidad.
Me siento frente a Marco, la enfermedad lo ha convertido en una sombra ajada del hombre que conocí. Huele a esas salas de hospital donde van a parar los desahuciados, huele a fin. El Director se sienta en el sillón que hay a la derecha, un metro por detrás de mí. La que espero sea mi última escena de peso en esta obra empieza.
-Hola Gabriel-,
-Marco-,
-te resultará extraño, pero me alegro de verte-,
-viejo, si lo que dices es cierto es que tu enfermedad ha mermado tus facultades mentales, cosa que espero no haya sucedido pues te necesito cuerdo. Déjate de banalidades. No he venido a intercambiar cumplidos contigo-,
Marco ríe entre los pliegues que una vez fueron su cara,
-bien, mi pródigo ex discípulo, entonces cuéntame cómo pretendes pagarme esa deuda que dices tener conmigo-,
-bueno maestro, digamos que tengo la clave para que te mueras con la conciencia tranquila-.
Se ríe sin alegría, como lo hacen los zombis en las películas de serie b.
-Gabriel, mi conciencia está aun más podrida que mi cuerpo. Te dije hace un año y pico que como mucho me quedaban dos de vida, puedes hacer las cuentas y sacar tus conclusiones. Tu mismo me dijiste que perdí los ideales y vendí mi conciencia a cambio del poder…, hace mucho tiempo. Recuerdo que me lo repróchate antes de desaparecer. Me queda muy poco para echar el cierre, y nada para remendar media vida en unos meses-,
-viejo, no pretendo dar la vida eterna a una de las personas más despreciables que he conocido, incluyéndome a mí mismo. Tu vida me importa lo mismo ahora que entonces, que cuando me fui, nada. Es la muerte de un personaje creado a base de mentiras lo que me interesa. Básicamente me sirves muerto porque vivo no eres más que otro mentiroso fracasado, uno de tantos pequeños emperadores que cuando entiende que va a morir se arrepiente de sus vilezas y añora sus ideales de juventud. Es curioso que cualquiera de los grandes hijos de puta que han tenido poder en este mundo se arrepienta de sus fechorías cuando la guadaña se le acerca, ¿a qué acojona?-.
-Veras, cuando me llamaste no fue para compartir tu dolor con un viejo amigo, cuando me llamaste me estabas pidiendo una solución que sanase tu conciencia, y yo la tengo. El trato consiste en que yo te la devuelvo limpia y reluciente, a cambio de que el tiempo que te queda por vivir lo utilices en mi proyecto-.
-adelante, cuéntamelo-, dijo el Presidente,
-no tan rápido Marco. Primero los pecados, luego la penitencia, déjame que te joda un poco y entenderás mejor las cosas-.
Dejo que el silencio se extienda y solo después prosigo.
-¿Recuerdas tu primera elección?, el país estaba eufórico. Prometiste esperanza, fe en nosotros mismos. Libertad, progreso y un país de ciudadanos donde cada uno de nosotros fuera artífice de su destino. Lo hiciste muy bien Marco, todos te creímos. Tú te lo creíste. Tanto es así que aun hoy vives de las rentas de aquella imagen que proyectaste sobre un pueblo tan gris, tan desesperanzado y con tantas ganas de vivir que no dudó en ver en ti lo que necesitaban ver, el fin de una pesadilla y el comienzo de todo lo que estaba por venir. Y durante los quince años siguientes lo que has conseguido es volver a la nada, al principio. Eso sí, en el intervalo has logrado vender el país a los mercaderes por un precio equivalente a casi nada, solo tuviste que pagar con el ansia de libertad de tu pueblo; y ellos, tus dueños, te dieron este despacho y te dejaron seguir jugando a ser el Presidente crítico y cercano que hizo lo que pudo pero no pudo hacer más. Qué cabrón, cumpliste tu sueño de ser el payaso que todo circo necesita para que el público ría-.
Dejo que las palabras hieran y prosigo,
-Te mueres Marco. La pregunta es, ¿devolverías a tu pueblo la esperanza, volverías a creer en quien una vez fuiste, te quitarías el collar de perro que tu solo te pusiste, quieres morir como hombre o como lacayo?-,
-Sabes que sí haría lo que pudiese desde el mismo día en que te llamé. Si…, si creyera en los imposibles, Gabriel-, me dice con condescendencia el viejo cabrón,
-Entonces tu misión hasta el día de tu muerte es conseguir que Carmen Torres sea tu sucesora-,
-¿Carmen Torres, la periodista?. ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?-,
-piensa Marco piensa. ¿Quién es a día de hoy una de las personas más conocidas del país, que mantenga más o menos el mismo ideario político que tu defendías hace dieciocho años, que no esté condicionada por su pertenencia a un grupo político, que haya sido capaz de denunciar los intereses políticos de los medios, de las finanzas, de los fariseos?, y sobre todo, ¿quien en este país ha sido la única persona de relevancia capaz de autocriticarse públicamente y sobrevivir?-.
-Sabes tan bien como yo que los asesinatos de estas últimas semanas han colocado al pueblo en un estado límite de desesperanza. Tienes a través de Carmen Torres la posibilidad de aunar en una sola persona la misma ilusión que tu despertaste hace quince años Marco. Devuelve lo que no supiste y no quisiste liderar. Muere con la dignidad de al menos saber que hay una nueva oportunidad. Es la única y la última oportunidad de acallar la conciencia que te queda, hazla heredar lo que tú perdiste, tus promesas-.
Un largo silencio sigue a mis palabras. Me mira a los ojos, buscando la verdad o la mentira. Oigo sus pensamientos evaluar pros y contras, posibilidades y probabilidades,
-dame algo más, dame seguridades-,
-el fin de semana pasado la secuestré, ya sabes cómo soy. Bien, durante diez horas la sometí a la vejación de saberse atada, ciega y desnuda, incomunicada más allá de mi presencia. Sometí su cuerpo y su mente a la tortura de saberse dependiente de los deseos de un loco asesino. Y solo flaqueó los cinco primeros minutos Marco, solo los cinco primeros. Fue capaz de razonar en una situación absolutamente límite, fue capaz de escuchar y de asumir o rebatir e increparme completamente desnuda, ciega y atada. Tú ni siquiera peleaste un miserable día por tus ideales después de sentarte en ese sillón. ¿Te parecen suficientes seguridades o tengo que añadir que es más ambiciosa en sus creencias y aspiraciones de lo que tú jamás fuiste?; es como tú creíste ser antes de sentarte en esa silla. Pero ella es fuerte, muy fuerte. Ella es real, y tu solo fuiste humo-.
-Piensa Marco, piensa. Eres un Presidente querido por el pueblo y eso es la única falacia que te queda, aquejado por una enfermedad terminal que presentará a su delfín, una persona querida y admirada por la mayoría, que continuará tu obra, la obra de Marco Augusto Florián, una persona que puede volver a representar la esperanza perdida de todo un país. No habrá nadie que se oponga porque el pueblo lo destrozaría, y ni siquiera existirá esa probabilidad, pues los buitres que esperan sucederte cuando mueras desaparecerán si les amenazas con sacar toda la mierda que aquí tu lacayo seguro que guarda de ellos; y a cuatro días de tu muerte no se atreverían a abrir la boca, pues estarán tirando piedras contra su propio tejado. En cuanto a Carmen, ¿Qué van a decir que no dijera en su libro de ella misma, de sus pecados?. ¿Que tiene fama de haberse follado a sus jefes para medrar?, eso en este país se aplaude. Desgraciadamente no tanto en una mujer como en un hombre. Hasta en igualar las miserias hemos perdido el tiempo gracias a ti-.
-Parece ser que Iván Manzanos nos hizo al fin y al cabo un gran favor. ¿A ti no te lo parece, Gabriel?-,
Oigo al Director interrumpir detrás de mí, y noto su deje de desprecio. Nadie dijo que fuera tonto, solo es un hijo de puta a quien debo someter. Sigo mirando a Marco fijamente mientras le contesto,
-lamento haberte mentido, viejo amigo. Pero tenía mis serias dudas de que me trajeses ante Marco si te hubiera dicho la verdad. Ya ves, por lo visto sigo siendo uno de esos hijos de puta sin escrúpulos que creen que no se le devuelve la esperanza ni la ilusión a un país si esta se encuentra dispersa y repartida entre beatos cobardes, medianías políticas, voceros roncos o ídolos que usan pañales, así que me los cargué. Pero no te preocupes por mi conciencia, la enterré junto al cadáver de la hija de aquel teórico terrorista a quien tú me mandaste asesinar para darle un escarmiento-.
-¿Y cómo sé que no me estas mintiendo ahora?-, pregunta con el mismo desprecio,
-porque si buscas encima del armario de la habitación de Isabel, tu hija pequeña, encontrarás una barra de acero con unos esclarecedores restos orgánicos. No te asustes, aproveché para visitar tu casa cuando estaba vacía…, esta vez-.
Me giro lentamente y miro a los ojos al petrificado Director de la Seguridad Nacional, dejando salir al monstruo de mi interior. Durante un momento el odio asoma a su cara, luego le sustituye el miedo, luego el terror. Controlado. Vuelvo a girarme y prosigo.
-Bien, con esto saldo la deuda de mis años contigo, de los años en que te creí, Marco, y de todo el mal que hice por ti. Pero lamento informarte que el saldo no ha sido cero. Te he dado la oportunidad de redimirte, y eso tiene un extraordinario valor, tanto como las vidas que he quitado para llegar a este momento. Eso es mucho, piensa que los gusanos no tendrán que vomitar mientras devoran tu cuerpo. El caso es que ahora eres tú quien me debe algo-.
-Si te soy sincero mi plan original consistía en que llegados al momento posterior a la muerte del ídolo, me daría el gusto de acabar con la vida de vosotros dos y dejar que una nueva ilusión naciera espontánea del caos. ¿Te acuerdas cuando me explicaste la teoría del caos, Marco?, pero lo pensé mejor y bueno, quiero algo, o por concretar quiero a alguien, y eso exigía dejaros con vida y ofrecerte lo que te ofrezco en este plan B, en el que tu ganas…, y yo también. Mándame a casa al mejor de entre vosotros-.
Veo a los dos mirarse entre ellos, sin comprender,
-quiero un discípulo Marco. Pero no uno como yo, ya sabes, con mis deficiencias psicóticas y mis antecedentes. Quiero al más honesto de entre vosotros, alguien que en el futuro sea capaz de decir a Carmen Torres o a quien sea que el poder pueda llegar a pudrir un simple no. Y que lo haga con la razón y no con la fuerza, dámelo Marco-. Ordeno y amenazo con toda la fuerza interior que tengo,
-en cuanto a ti, mi querido Director, cuando muera Marco te retirarás, es mi precio por dejaros vivir a ti y a tu familia. Escribirás libros sobre tus hazañas durante todos estos años que te darán réditos suficientes como para vivir muy bien. Si así lo haces tú y tu familia viviréis felices. Por el contrario, si tienes la mala suerte de que un rayo me fulmine, o que me caiga por una escalera y me rompa la crisma y muera antes que tú, alguien como yo vendrá. Y el resto ya lo sabes, fuiste un experto en mandar gente a hacer mucho daño a otra gente, así que no hace falta que te explique de qué hablo. No estaría mal que al menos por una vez lo experimentes, aunque sea la última. Es una simple cuestión de justicia poética-.
-Las instrucciones sobre cuando y como quiero que me mandéis a mi alumno te las dará Paco en dos días. ¿Sabes Director?, creo que te ha echado mucho de menos estos años, no dejaba de preguntar por ti…, en fin, espero no volver a veros, al menos vivos, o me veré en la obligación moral de subsanarlo-.
El mismo agente de la plazoleta al que el Director ordenó que nadie se acercase a la puerta recibe una nueva orden, la de acompañarme hasta que tome un taxi. ¿Me meterá dos tiros en una esquina?, no parece de esos, no se parece a mí.
-¿Fuma usted, Arteaga?-, le pregunto. Se ha sobresaltado, efectivamente no es uno de esos,
-ahora no me apetece, señor. Gracias de todas formas-, me responde,
enciendo un cigarrillo. No suelo fumar, salvo en contadas ocasiones y por diversos motivos, y esta es una de ellas,
-dejó su cerveza intacta-,
-disculpe señor, ¿Cómo dice?-,
-su cerveza, el bar, la plazoleta. Usted y sus dos compañeros no dieron ni un solo trago-,
-no bebo estando de servicio, señor-,
-es usted muy joven para ser comandante, ¿capitán tal vez?-
-si señor-.
Capitán y mano derecha del Director. No se lleva a un segundón según a que sitios, y este agente ha estado en dos situaciones muy importantes para el Director en los últimos días. Interesante, pienso para mí,
-¿puedo preguntarle algo, Arteaga?-,
-si señor, aunque puede que no le conteste, creo que ya sabe cómo funciona esto-, me dice. Inteligencia del Estado, jefe del grupo operativo, ya no tengo dudas.
-¿Por qué trabaja para Seguridad Nacional?-,
Me mira sorprendido, se lo piensa y contesta,
-podría decirle que para salvaguardar a los ciudadanos de este país, pero creo que no me creería y que la pregunta va en otra dirección. Señor, trabajo en esto porque no quiero que nadie pueda hacer daño a la gente a la que quiero, a mis amigos, a mi familia-,
-gracias por su sinceridad. Aunque lamento que la mano derecha del Director de Seguridad actúe motivado por el miedo. Espero que si alguna vez llega a ese puesto haga su trabajo convencido de su primera respuesta-,
Le dejo pensando, aturdido. Abro la puerta del taxi y escucho la pregunta que por fin se le escapa,
-¿Quién es usted, señor?-,
-Tú, con unos cuantos kilos más de desilusión encima, y con otros cuantos menos de escrúpulos-.
El taxi me lleva a otra parada de taxis, una de esas en una vía muy transitada. Me bajo y espero, si hay algún vehículo siguiéndome y se para los cinco minutos que estoy quieto, el resto de los conductores se lo comerán. Nada, tomo otro taxi. La ciudad pasa despacio, atestada de la gente que vuelve a casa después de su trabajo. Ya es hora de que yo haga lo mismo.

Ana y Marta llegaron las primeras. Esa mañana Arteaga las había citado en el bar para una “reunión importante”, y no añadió mucho más, salvo que serían seis los presentes. Mientras esperaban a que Bea les sirviera, un par de voces demasiado conocidas para Ana y absolutamente nuevas para Marta sonaron a sus espaldas,
-¿Será posible?. Luis, te dije que hoy sería un bello día, que me trague la tierra si no tenemos frente a nosotros a la reina de las trampas en las artes marciales y a su joven pareja-,
-Carlos, siempre me ha maravillado tu poder de deducción, ¿podrías explicar a un simple funcionario como yo en que te basas para llegar a tan brillante deducción?-,
-será un placer. Observa como el dedo índice de esta bella y diminuta dama se introduce indolente en el bolsillo trasero izquierdo del pantalón de esta señora mayor. Teniendo en cuenta el marcado carácter agrio, vengativo y traicionero de la señora debido a su incipiente menopausia, y a la prueba de mi pobre oreja suturada me remito, ¿a quién sino a la persona amada permitiría semejante confianza?-.
-Marta, te presento a Carlos y a Luis-, dijo Ana mientras las dos mujeres se daban la vuelta,
-uno es idiota y el otro imbécil. Ya sabes, los esteroides tomados durante un largo periodo de tiempo ablandan el cerebro. Si dejas a un lado ese hecho, en diez o quince años puedes sentir un cierto afecto hacia ellos, equivalente al que sientes por la escobilla del váter-,
Marta exhibió una sonrisa tamaño xxl, se acercó al primero de los gigantes, le cogió de la corbata y tiró de ella haciendo que el hombre se inclinara, se puso de puntillas y le dio dos sonoros besos en las mejillas. Luego repitió la misma maniobra con el otro. Cogió a ambos de los brazos y se los llevó hacia la mesa de siempre mientras le decía a Ana que fuese pidiendo los cafés.
-La jodimos, Bea-, dijo Ana a la camarera que puso cara de no entender,
-te explico. Marta tiene debilidad por los bichos raros. Ya sabes, acuérdate de la foto que te enseñó de su gato, la que tú creías que era una broma, o piensa en Navarro. Pues bien, acaba de adoptar dos rottweiler sin cerebro. El problema es que me temo que a partir de ahora la seguirán a todos lados babeando-,
-cariño-, contestó Bea mientras trabajaba en la cafetera, -la primera vez que te vi pensé en serpientes y panteras, te lo digo por lo de la afición a los bichos de Marta, y ahora me pareces toda una mujer, tan preciosa por dentro como por fuera. Marta es tu chica, y hasta un ciego vería que te quiere más que a nada en el mundo, pero deja que los demás también la disfrutemos un poco. Guárdate la pantera un rato, míralos y disfruta con lo que ves-,
Lo que Ana vio fueron a dos moles que salvo en su trabajo no callaban ni debajo del agua, en silencio y sonriendo como estúpidos mientras que la joven no dejaba de parlotear. Ana sonrió y llevo los cafés a la mesa. Le dijo un -tu, fuera de esa silla-, al hombre que se sentaba junto a Marta, y se dispuso a sumarse a la abducción que la inspectora ejercía con su incesante verborrea.
Arteaga y Navarro llegaron juntos. El Inspector puso mala cara cuando vio a los dos agentes junto a las mujeres,
-¿Qué hacen ellos aquí Arteaga?-, preguntó,
-Tranquilo, están fuera de servicio. Te sorprenderán, y os necesito a los cinco-.
Arteaga estaba raro, Ana lo captó en cuanto entró por la puerta. A la seriedad que en él era habitual se sumaba algo más, seguramente escondido en aquella reunión extraña. -Suéltalo antes de que te de un mal-, le dijo a su jefe animándole a que se explicara. Arteaga les contó la reunión en la plazoleta, seguida de la petición del Director de que guardara silencio, para finalizar su relato con la extraña reunión entre aquel hombre, el Presidente y el Director, omitiendo la frase que aquel tipo le dijo cuando se fue,
-Os he reunido para que me expliquéis que os parece todo esto, y fijaros que me estoy saltando órdenes directas de mantener todo esto en secreto. Pero llevo dándole vueltas toda la noche y veréis, estoy hasta los mismos cojones de que nos usen, a mí y a vosotros. Quiero saber, y por unas cosas o por otras sois las únicas personas en las que confío, además de estar metidos en esto tanto como yo, así que aclaradme si no veo más que fantasmas o me tengo que empezar a preocupar más de lo que ya estoy. Vosotros estabais conmigo en la plazoleta y tenéis la experiencia de campo que yo no tengo, contadnos que visteis-, dijo mirando a los dos hombres,
Los agentes se miraron entre sí, de repente serios y empezaron a hablar,
-mira Arteaga, era obvio que aquello no era un picnic. Nos empezaron a temblar las canillas cuando el lenguaje corporal de aquel tipo dejó claro quien controlaba la situación, mientras que el Director parecía un anuncio de almorranas-, dijo el llamado Carlos,
-además, desde un punto de vista estrictamente táctico nos tenían la partida ganada mucho antes de llegar al lugar. Al Director lo tenía controlado el tipo, a ti el gordo con el arma debajo del delantal, y a nosotros el tirador del tejado. A una señal del que evidente dirigía el operativo nos habrían eliminado en un par de segundos. Deberías haberte dado cuenta que no nos atrevimos ni a mover una pestaña, nos faltó cogernos de la mano y rezar-, añadió Luis.
-¿Un tirador, había un tirador?-, preguntó estupefacto Arteaga,
-nos caes bien, Arteaga. Eres un jefe amable y todo eso, pero sigues siendo un hombre más de despacho que de campo. Si nos hubieses dicho donde íbamos habríamos controlado el perímetro antes de meternos en aquella sartén. Todo salió bien desde nuestro punto de vista, ya sabes, volvimos sin más agujeros de los que llevábamos, así que preferimos no decirte nada para no herir tus sentimientos-.
-El que vosotros dos estuvieseis ahí fue porque el Director me ordenó en el ultimo momento, justo antes de salir hacia la reunión, que llevase a alguien de operaciones especiales-, añadió Arteaga,
-¿Te lo pidió en el último momento, improvisó con operaciones especiales?-, preguntó Ana, que no perdía detalle de la conversación. -Eso es lo más estúpido que he oído en mi vida…, o no. Tu querido Director estaba cagado de miedo Arteaga. Nada se improvisa en ese departamento, así que si te pidió que llevaras a dos comandos era porque no se sentía seguro-.
-Bien, vale. Vamos por lo de la reunión con el Presidente.- prosiguió Arteaga.  -Jamás, nunca durante los años que llevo en el cargo se ha mandado a todo el personal civil a casa, y menos un día laboral a las cuatro de la tarde, dos horas antes de la reunión. Y nunca se ha reforzado el perímetro tanto con personal de “la casa y solo de la casa”, y todo para controlar a un solo hombre en vaqueros y camiseta. Y nunca, pero nunca, se ha pedido a la Seguridad del Presidente que mientras durara la reunión el más cercano estuviera a cincuenta metros. A ver, quién me explica de qué va esto-.
-Jefe, díselo tu-, le dijo Marta a Navarro,
-Arteaga, me ha costado pero te aprecio, así que no te ofendas si te digo que tú eres tonto. Imagina que en mi distrito la delincuencia es la normal, un poco de droga, unas cuantas putas, algún crimen pasional, lo normal. De repente aparecen unos cuantos muertos, digamos uno por día y mi comisario, que es imbécil, se empieza a poner nervioso. Así que atrapamos a un idiota que pasa por allí y le coloco personalmente un cuchillo de cocina en las manos que le hace culpable de todo los males de la tierra. Lo meto en una celda, donde por casualidad están los primos de una de las víctimas, que no dudan en ahogarlo metiéndole la cabeza en el váter. De repente, mientras mi comisario festeja con todo el barrio el final feliz, aparece un tipo que lo acojona en extremo. Pregunta, ¿Qué acojona a mi comisario?, respuesta, lo que sabe o lo que es el tipo en cuestión. Sigue tu Marta, me canso-,
-bien, si es lo que sabe, lo que sabe es que el muerto no es el culpable, y tiene al comisario cogido por los huevos. Si lo que es va de qué es el tipo, el tipo evidentemente es el asesino o conoce a quien lo es, que probablemente sea el comisario porque está acojonado y no lo detiene, chupado-.
-vale, ahora en un idioma entendible-, dijo el tal Luis,
-el Presidente de la República y el Director de la Seguridad del Estado están implicados en los asesinatos de alguna forma. El tipo en cuestión está en el ajo, no está claro en calidad de qué, pero tiene el suficiente poder como para acojonar a ambos. Una evidencia y una duda. Nos han utilizado para cubrir algo, y no tengo ni puta idea el qué-, tradujo Ana del tirón.
-Estupendo-, dijo Carlos.
-¿De quién partió la orden de eliminar a Manzanos?-, preguntó de pronto Marta a Arteaga.
Este miró a Ana, que se encogió de hombros.
-Dices que cuentas con ella y con Navarro para que te aclaren las ideas, que solo confías en la gente que está sentada en esta mesa. Así que ya sabes, cuéntales a lo que te dedicas, según tus propios consejos es lo justo-.
-Del Director, evidentemente-, dijo Arteaga respondiendo a Marta.
Marta y Navarro se miraron, y luego miraron a los demás. Marta cogió la mano de Ana y habló,
-Navarro y yo estábamos convencidos de que así era, que Manzanos era inocente y que vosotros os lo cargasteis. A Navarro se la suda, a mí no. No quiero ser una hipócrita y por eso os lo digo, como tampoco soy nadie para juzgaros, eso es asunto vuestro y de vuestra conciencia…, aunque odie decir lo que acabo de decir ni quiero, ni puedo, ni sé odiaros por eso. Ana me dio en su momento sus razones para hacer ciertas cosas, y yo respeto esas razones y las entiendo, como ella entiende que no las comparta. Aclarado esto, el ejemplo de Navarro cobra sentido y encaja. Arteaga, ¿hay algo más que quieras contarnos?-,
Arteaga les contó con pelos y señales la conversación con el tipo que tenia grabada en su cerebro,
-¿Te dijo que era como tú, con más desilusión y con menos escrúpulos?. Arteaga, si tenemos en cuenta todo lo que ha pasado desde el primer asesinato hasta ahora, todas las deducciones y reflexiones a las que hemos llegado, sumado a lo que nos has contado y le añadimos la puta frase, entonces, fuese ese tipo o no el asesino, te puedes jugar las pelotas que fue a la reunión a por algo, y que posiblemente se lo llevó. La clave de toda esta historia es saber el qué-. Sentenció Navarro.


La emisión era en directo, y todas las cadenas de televisión del Estado, públicas y privadas, así como las emisoras de radio la retrasmitían. El mayor espectáculo mediático del año, el homenaje a las víctimas promocionado por la Presidencia de la República y apoyado, como no, por el resto de las fuerzas vivas del país, acababa de comenzar. Cincuenta días después del primer asesinato, el día quince de junio, y ante una de las mayores concentraciones humanas que aquella vieja avenida principal de la ciudad había registrado en su historia, un hombre con voz temblorosa, que había sido secretario particular del Obispo García, asumía el reto al que sus superiores se habían negado por miedo al rechazo que ya experimentaron en el entierro, el terrible reto de hablar bien de un buen hombre durante diez minutos.
Un hombre joven tomó el relevo del secretario ante el bosque de micrófonos que coronaban el atril. Nombrado para ese discurso democráticamente por su partido, tras una larga noche de cuchillos largos y puñaladas traperas, el político de diseño y de ego desmesurado hizo lo que estaba programado para hacer, logró hablar cinco minutos más de los pactados hasta que sus proclamas se agotaron y su pésima condición de actor de medio pelo cedió ante la vergüenza, cuando alguien se le acerco y le susurró al oído que la audiencia estaba bajando.
Como fuera que fuese que el orden de intervención lo marcó Presidencia de la República, un par de chavales desbordaron los sentimientos de los cientos de miles de personas congregadas, hablando desde el corazón de su compañero de equipo, de su amigo muerto. Lo hicieron desde la palabra rasgada de quien siente lo que dice, de quien ni se prepara para un discurso ni lo necesita, pues, ¿quién necesita escribir lo que le es tan fácil de decir, simplemente que querían a su amigo?.
Cuando Carmen Torres se dirigía hacia el escenario elevado donde estaba el atril, con los papeles sobre lo que quería decir de Alfonso Barros en la mano, un hombre al que identificó como Roberto Hernández, Director de la Seguridad Nacional del Estado se le acercó, la cogió por el brazo y le murmuró algo al oído,
-el Presidente, por motivos de salud, no puede asistir para cerrar el acto, y el Presidente del Gabinete del Gobierno ha declinado sustituirle por motivos éticos. Haga el anuncio y encargarse de cerrar el acto-.
Carmen miró hacia donde sabía que estaba el político en cuestión, cuatro escoltas le estaban acompañando en ese momento, mientras abandonaba el puesto que le correspondía como segundo en el orden institucional de la República sin mirar ni una sola vez atrás, y con el rostro rojo de ira.
-Apúrese, es el momento-, dijo el Director y le soltó el brazo.
“Todo encaja, es el momento. El momento de elegir, el cruce de caminos”, piensa Carmen mientras sube al estrado. Cinco peldaños eternos que le dan tiempo para recordar, una a una, las palabras de aquel hombre, del monstruo incomprensiblemente añorado que le advirtió que este momento llegaría, que ella sabría cual era, el momento de elegir.
Se coloca frente al atril y levanta la cabeza, sus ojos miran fijamente cientos de miles de ojos que la miran envueltos en luto, en desesperanza, en amarga resignación. Durante quince eternos segundos Carmen Torres no habla, solo observa a esa masa que espera,
-el Presidente no puede venir a cerrar este acto, su enfermedad se lo ha impedido-, dice y vuelve a callar. Mira sus papeles y no ve más que letras ininteligibles, intrascendentes. Se aferra al atril y lentamente vuelve a mirar al frente. En voz muy baja, apenas audible, se dirige a todos y a nadie,
-Es el momento, el momento de elegir-. Durante otros cinco largos segundos calla de nuevo. Sus manos están blancas, agarrotadas contra la madera donde se apoya,
-tenemos que hacerlo, ¿no os dais cuenta?, tenemos que elegir-. Un dique se rompe en su interior, un torrente de ira, de rabia contenida, de lágrimas y de ansia se desborda en su estómago.
-Alguien nos ha quitado la fe, alguien nos ha convertido en nada, en números, en cosas a su servicio. Alguien ha matado un trozo de nosotros con estos asesinatos, pero es que ya estábamos muertos-, el tono de voz aumenta, la visión de Carmen disminuye cuando las primeras lágrimas de angustia se quedan en los ojos, negándose a caer,
-¿sabéis porque nos han dolido tanto estas muertes?, porque cada una de estas personas representaba nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestros sueños. Cada uno de ellos nos hacía recordar nuestros aciertos frustrados… porque nunca tuvimos redaños a parirlos. Nuestros errores no cometidos… de los que nunca pudimos aprender, nuestros sueños dormidos, todo lo que no hemos sabido ni querido ser, todas las mentiras que nos hemos contado y que nos han contado para acallar nuestras conciencias estériles, nuestras almas de personas prisioneras de la pereza del dócil-,
Carmen mastica las palabras, y las escupe en los rostros que la miran hipnotizadas.
Durante un momento calla de nuevo, luego explota con la voz reventada, con la cara descosida por un dolor que la rompe por dentro, por su propio y colérico dolor,
-¡¿Porqué calláis, porqué no gritáis, porqué no tomáis lo que creéis que os han matado y lo hacéis vuestro?. ¿No os dais cuenta que la esperanza es vuestra y solo vuestra, que no necesitáis a ningún cura, ni político, ni mediador ni ídolo ni a nadie para que os la represente, que los sueños son vuestros, que vuestra fe nace y muere en vosotros, que no existen más ídolos ni héroes que los creados por otros y que nosotros consumimos, que siempre hemos sabido en nuestro interior que es verdad y que es mentira, y que todos somos culpables de vivir mentiras porque nos resulta más cómodo que nuestras míseras verdades?!-,
-¡!joder, sois personas, sois ciudadanos, recordad de una puta vez quienes sois y sedlo, sedlo y no renunciéis nunca más a eso, grabarlo a fuego en el fondo de vuestra alma para que nadie nunca os lo vuelva a quitar. Elegid de una puta vez ser personas, y no solo estar como siervos. Tenemos que elegir, hostia, tenemos que elegir soñar y ser desde ahora y para siempre!!-.
Un pitido de micrófonos acoplados suena en el silencio. Carmen Torres se baja del estrado sin mirar atrás, rota, vacía, temblando. Una cámara de televisión la sigue. De su bolso saca un pañuelo de raso blanco con el que se limpia las lágrimas, y abandona el estrado, sola.
La cámara gira, un murmullo que crece se extiende por la vieja avenida anunciando una apocalipsis sin ángeles ni trompetas, después un gigantesco coro de gargantas crujen al unísono, una multitud ruge y explota mientras las autoridades abandonan rápidamente el palco de su mismo nombre.

“Vencido y honrado de haberte conocido. Vencido y agradecido ante lo que me has enseñado. Vencido y humilde pues tú tienes un alma con la que no conté, y yo no. Vencido, porque nunca más podré hablar contigo, con la mujer a la que admiro. Cierro mi maleta llena de derrotas y de una lección. Apago el televisor y salgo de la habitación del hotel. Mi avión despega en dos horas”.

En medio de la atronadora muchedumbre Marta intentaba decirle algo a Ana, que no entendía ni una palabra. El rostro de desesperación de la joven, junto a los empujones de la masa, terminó por asustar a Ana que temía que a su pareja le estuvieran haciendo daño en el brazo roto o las costillas dañadas. Se colocó a Marta bajo el brazo izquierdo poniéndole la mano sobre la cabeza y la atrajo todo lo que pudo hacia su cuerpo, tomo aire y durante diez minutos empujo, golpeo y echó a un lado a todo aquel que se cruzó en su camino. Salieron del laberinto humano y solo entonces sentó a su protegida en un portal,
-¿estás bien, te han hecho daño?-, pregunto en cuclillas frente a Marta con voz entrecortada por el esfuerzo,
-¿decía la verdad Ana, estaba diciendo lo que sentía?-, preguntó Marta,
-¿qué?-,
-tú eres la experta en saber si alguien miente, ¿estaba Carmen Torres diciendo lo que sentía?-,
-lo estaba gritando hasta con el último poro de su piel-,
-entonces tenemos que volver a hablar con Arteaga, con Navarro y con los chicos, y rápido-.

La sala de la casa de Marta estaba atestada, a ellas dos se sumaban Arteaga, Carlos, Luis y los gemelos, más Navarro y Jiménez. Tras dos horas de discusión, los botellines de cerveza recordaban una plaga de langosta, y el humo del tabaco y de lo que no era tabaco se podía cortar con un cuchillo, a pesar de las ventanas abiertas.
-¿entonces estamos todos y todas de acuerdo en que no actuaba?-, preguntó Ana, la única sobria del grupo, que no dejaba de mirar de reojo a Marta,
Uno de los gemelos contestó,
-a nosotros no nos caben dudas, hemos visto la grabación un montón de veces buscando signos de actuación, pero o es la mejor actriz del mundo o realmente estaba hablando desde más allá de la razón. Desde lo más profundo de su ser estaba llamando cobardes e idiotas a todo el país-,
-me cago en nuestra puta suerte-, atinó a decir Navarro después de siete cervezas y un coñac,
-si la Torres se hubiese proclamado guía y líder espiritual del país todo hubiera encajado. Cosa que nos la hubiese pelado igualmente porque como no tenemos ni una puta prueba de nada pues nos daba igual, pero hubiese sido un bonito detalle por su parte estar en el ajo con nuestros honrados gobernantes, y no ir por libre. Nos ha jodido el esquema, la señora ciudadana-.
Arteaga se estaba empezando a poner nervioso, lo más de lo más de la Seguridad del Estado, junto al teórico dúo de moda de la Policía recién ascendidos a comisario jefe y comisario, y la cerebro Iglesias, asesora de Inteligencia, comisaria de Policía en excedencia, y en ese momento envuelta en una nube de María y con un gato drogado en su regazo, parecían cualquier cosa menos una cuadrilla de conspiradores bordeando la ley.
-bien, conclusiones-, acertó a decir mientras hipaba descontroladamente.
Marta dio una calada mientras miraba fijamente al gato,
-coloca a Ana, Carlos y a Luis como escoltas de Carmen Torres, ahora es un personaje muy popular y ha dicho cosas que la colocan en el punto de mira de mucho cabrón. Que los gemelos se encarguen de los chismes electrónicos anti bombas y cosas así. Navarro, tú y tus polis cotillear la vida y milagros de la dama, hay que saberlo todo pero todo. A partir de ahora nos quedamos en la sombra, somos la sombra-, le dijo al gato muy seria. -Y ahora todos a la puta calle, tengo que tirarme a mi novia-.
Un rato después Ana sujetaba la cabeza y el pelo de Marta mientras esta vomitaba la cena, las cervezas y media cosecha anual de María en la taza del váter. Le lavó la cara y la llevó en volandas a la habitación. Le quitó la ropa y aguanto estoicamente llantos infantiles y frases del tipo “no te merezco, eres muy buena conmigo, si tú te mueres yo me mato, dame la mano, no me dejes nunca sola por favor o me vuelve loca que me beses” y así hasta que se quedó dormida. La arropó un poco más y se fue a la sala, donde comprobó que el gato no había muerto de sobredosis o shock etílico pese a la extrema rigidez del bicho, tras las tres cervezas que había visto a Navarro echarle en su tazón. Se sentó en el sofá y abrió un botellín que encontró virgen y todavía frío en una maceta, se lo bebió en un par de tragos, pasó por el baño, se desvistió y se metió en la cama. Marta dormía profundamente, la movió como si fuera un muñeco hasta que la colocó en la posición que le gustaba, le abrió las piernas con una de las suyas hasta hacer tope contra su culo. Su mano se paró un momento en la tripa, le disgustaba que la estuviera perdiendo, le encantaba. Después acomodó la mano a la forma de su teta izquierda y allí la dejó. Ana era la mujer más feliz y afortunada del mundo. Marta roncaba.

Carmen miró hacia la calle desde una de las ventanas de su piso. La prensa seguía abajo, expectante y de guardia esperando alguna declaración de la persona responsable de la mayor polvareda social en décadas. El timbre de la puerta sonó, era la hora.
Una mujer joven, de melena negra como el carbón y piel extremadamente pálida, y dos auténticos armarios roperos estaban tras la entrada.
-Buenos días, señora Torres. Soy la teniente Ana Conti, de Seguridad Nacional. Tengo órdenes de escoltarla, ¿está usted preparada?-,
-me da miedo todo esa gente de la calle-, respondió Carmen, al tiempo que pensaba en lo irónico de la frase. Ella misma había estado cientos de veces en la situación en la que ahora se encontraban sus compañeros de profesión, lista para arrancar una declaración por las buenas o por las malas.
-no se preocupe señora-, dijo la agente con una sonrisa agradable, -cuando lleguemos abajo le pondré un brazo sobre los hombros. Míreme solo a mí, y déjenos el resto a nosotros-.
Lo cierto es que el temido paseíllo duró un instante. Carmen miraba a aquella mujer que hacía un momento le sonreía y se sorprendió de la transmutación. Durante ese azaroso momento y hasta que el vehículo de lunas tintadas arrancó parecía una cara de piedra angulosa oculta bajo unas gafas de sol. Luego se las quitó y volvió a sonreír,
-¿está usted bien?-, preguntó Ana,
-si gracias. ¿Ustedes van a ser mi escolta mientras dure todo este circo?-,
-si a usted le parece bien, si señora-,
-entonces empecemos de nuevo. Ana, Llámame Carmen y olvida lo de usted. Las formalidades solo son barreras, y a mi ya no me apetecen los tratamientos formales. ¿Esos dos son mudos?-,
-no seño…, no Carmen. Pero cuando trabajan no hablan. Créeme si te digo que es mejor así. Son los mejores profesionales con los que he trabajado, y el par de amigos más gilipollas e infantiles que tengo-, sentenció Ana,
-gracias Ana, aprecio el comentario en lo que vale-, dijo Carmen con una sonrisa.
En el asiento delantero Carlos y Luis no movieron ni un músculo, absolutamente concentrados en cumplir con su trabajo de llevar sana y salva a aquella mujer ante el Presidente de la República.

-Ha sido el discurso más impactante que he escuchado en toda mi vida-,
-es usted un hijo de puta-.
El Presidente mudó el gesto de la sonrisa oficial a la dureza real.
-Bien, mejor así. Estoy cansado de actuar. Supongo que subestimarla es un error, no lo volveré a cometer, y le sugiero que usted no lo cometa conmigo. Un par de aclaraciones, sé por lo que ha pasado y no soy el responsable ni de su secuestro ni de los asesinatos. Que me crea o no es irrelevante, pero es lo cierto-,
-¿tampoco ordenó usted asesinar a Manzanos?-,
-eso era el mal menor en ese momento. Carmen, no tengo ni ganas ni tiempo para confesiones ni penitencias. Su discurso ha trastornado los planes…, para bien. Es usted ahora, lo quiera o no, la depositaria de todo aquello que pidió a las personas de este país que asumieran. Sencillamente y paradójicamente usted es la líder que este país desea. Mi propuesta es que lo asuma y sea mi sucesora, no tendrá que esperar mucho, y podrá llevar a cabo la revolución cívica que proclamó en su discurso…, o en su mano está salir de aquí y olvidar mi propuesta. Elija-,
-Antes de contestarle quiero el nombre del hombre que me secuestró-,
-la respuesta es no. La última muerte necesaria en toda esta historia es la mía. Ese hombre planificó todo esto para que usted eligiera libremente aceptar la oferta que le estoy haciendo o rechazarla, pero si él hubiese querido que usted supiera su nombre se lo habría dicho. Le repito, elija.-
-Al menos dígame que hay detrás de todo esto-,
-a eso si que puede contestarle. Detrás de esto está una promesa que no supe cumplir, un sueño que no se realizó, la razón, la lógica y Maquiavelo-.
-El fin justifica los medios-.
-Así es Carmen, así es. ¿Su respuesta?-.
-Acepto-.

-¿Vas a ir a ver a Navarro así?-,
-Si, ¿te gusta?-,
-estas…, muy guapa-, “me rindo”, pensó Ana mientras ponía la mejor de las sonrisas, “es lo que hay, que sea lo que Dios quiera”. Aunque esta vez se acercó a Marta y le levantó el minúsculo vestido. Un pantaloncillo corto se escondía debajo,
-¿pero por quien me tomas, te crees que voy por ahí enseñando el culo sin causa justificada?-,
-no cariño-,
-¿te digo yo algo cuando te mira todo el mundo?-,
-no cielo-,
-¿te molesta que después de treinta añazos de ir de coco me dé por ponerme mona para visitar a mis amigos?-,
-no peque-,
-¿A que estoy hecha un pincel?, anda di que si porfa-.
Ana se limitó a dar un besazo a su pareja, que se quedó sin aliento.
-limpia un poco, nos va a comer la mierda-, dijo Marta cuando logró respirar, lo pensó mejor y añadió,
-qué coño, que se espere un poco Navarro, esto es mucho más urgente-, y empezó a quitar la ropa a su sonriente novia.
El agente de policía en prácticas Fernández estaba de guardia en la recepción de la comisaría cuando vio entrar una auténtica cucada. Una jovencita con un vestido cortísimo se dirigió hasta donde él estaba. Una sonrisa perfecta al sur, la nariz rodeada de pecas en medio, y unos ojillos picarones al norte de su cara le señalaron a Fernández la posibilidad de un buen día.
-Hola, ¿Qué puedo hacer por ti?, tenemos denuncias, permisos, pasaportes, una cena esta noche…,-
-Hum…, gracias pero no, tengo pareja-, respondió Marta con una sonrisa enorme,
-una pena, bueno, tú dirás guapa-,
-¿El Comisario jefe Navarro está en su despacho?-,
-¿el orco?, ¿no me digas que eres una de las nuevas?, se supone que no llegabais hasta mañana. Tú tranquila, dile al orco a todo que si y escapa cuanto antes, ¿vale?-,
-!!Fernández!!-, tronó una voz en medio de la comisaría haciendo que todos los presentes se encogiesen en sus mesas o directamente se escabullesen hacia el lavabo,
-¿se puede saber que cojones te crees que estás haciendo?-,
-estoy dando instrucciones a una de las nuevas agentes en prácticas, señor comisario jefe-,
-¿pero tú es que eres tonto o es que tus padres son hermanos?-, se acercó a Marta, la cogió por un brazo y la mostró a los agentes como si fuera un trofeo de pesca.
-Atajo de cretinos, la gorra de maderos no deja que la sangre os llegue al cerebro. La mujer que tenéis ante vosotros es la Asesora de Seguridad Nacional Marta Iglesias, Comisaria de Policía y la tía con los ovarios más gordos de la República, ¿se puede saber a que estáis esperando para hacer el puto saludo reglamentario de los cojones?-.
Veintitrés policías y un detenido por conducir bajo los efectos del alcohol saludaron reglamentariamente a Marta,
-y en cuanto a ti, Fernández, vete buscando calzado cómodo. Tienes patrulla a pie durante el resto de tus prácticas, luego te asignaré a la sección de chuchos, adivina de qué-.
Cuando el comisario y su acompañante subían las escaleras hacia el despacho, Fernández no pudo evitar mirar bajo el vestido, era claro que ese no era su día.
-Estas diferente-, dijo Navarro cuando entraron en el despacho, -se lo dije a Arteaga en su momento, la Conti te atonta. ¿No te parece que ese vestido es demasiado corto?-,
-Navarro, Ana y tú parecéis mis padres. No sé cuál de los dos es más plasta. Además llevo pantalones debajo-, dijo subiéndose el vestido mientras su ex jefe fijaba la vista en el techo.
-Bueno, ¿Qué tal te va en tu nuevo destino?-,
-Marta, ya te vi una vez el culo y no me gustó, así que con ese ridículo pantaloncillo o sin él mantén la compostura. Y en cuanto a cómo me va, bueno. Si te soy sincero empiezo a echar de menos el equipo, ya hace un mes de la noche en tu casa y me aburro. La investigación sobre Carmen Torres no da mucho de sí, si lees su puñetero libro ella misma te cuenta como es, y parece ser que no miente por lo que Jiménez y yo hemos podido averiguar. Lo único raro es esa manía suya de desaparecer los fines de semana, pero cuando lo comenté con tu novia aprovechando lo de que es la jefa de sus escoltas, me llamó imbécil otra vez y me dijo que se encargaban ellos, y que no metiera las narices de la policía en eso, ¿te puedes creer que me trate así con lo que yo la aprecio?-,
-se va a una casa de campo de su propiedad, y no quiere que sea público, ya tiene bastante con lo del nombramiento de Adjunta a la Presidencia. A Ana le cae muy bien, dice que es una buena persona, pero que tiene un no se sabe qué de tristeza, como con algo de melancolía o así. Supongo que si no te lo ha contado es para que tus chicos no aparezcan por allí. En cuanto a ti ya sabes que no soporta el afecto que tú y yo nos tenemos, simplemente no lo entiende, es muy buena chica pero te tiene entre ceja y ceja. Dice que eres un corrupto, un cerdo, un cabrón y un bocazas. A veces en ese orden y a veces en otro, son celillos, no se lo tengas en cuenta,
-bueno, es una de las mejores opiniones que he oído sobre mí últimamente, lo tomaré como un cumplido. ¿Y tú qué tal?-
-¿no te lo he contado?, me voy a Italia dos semanas con todos los gastos pagados por el Estado. Resulta que el tonto los huevos del Director de Seguridad se ha empeñado en que asista a unas jornadas sobre Sociología preventiva y criminología en la Universidad de Bolonia, dice que me serán de utilidad en mi nuevo trabajo-,
-¿Sociología de qué?-,
-preventiva, sociología preventiva. Debe ser algo así como la manera de coger a los malos antes de que la líen. No nos hubiera venido mal con lo de los asesinatos. El caso es que estoy dándole al italiano como una loca, me da que no me voy a enterar de nada, pero ¿quién es la tonta que rechaza dos semanas en Italia?. Bueno, ¿me vas a invitar a una tapa y a una cerveza o me vas a tener aquí encerrada sin poder lucir las piernas?-.
Al pasar junto al mostrador de recepción de la comisaría Marta no pudo dejar de sonreír a Fernández, que permanecía en posición de saludo y blanco como la pared.
Cuando llegó a casa eran las cuatro y media de la tarde, tenía la nariz colorada, más o menos como los ojos. En la cocina beso a Ana fugazmente, y del tirón y como pudo le dijo que estaba muy cansada, que le dolían las costillas y el brazo y que lo mejor era una siesta, y desapareció por el pasillo camino de la habitación trazando eses perfectas.
Ana Conti, teniente de operaciones especiales, pasó del blanco al rojo mientras los ojos se le iban achinando, dijo algo parecido a “yo lo mato, me cargo a ese cabrón y le hago un favor al mundo”. Terminó de comer unas lentejas frías y fue a la habitación. Marta estaba tirada sobre la cama, dormida como un lirón.
-Ya hablaremos tu y yo-, dijo, le quitó las zapatillas de básquet, la tapó y se fue a la sala a limpiar sus armas.
Navarro sonreía satisfecho mientras se alejaba de la casa de Marta, tenía la sagrada obligación de cuidar a la joven que era su debilidad, y eso conllevaba inexorablemente conocer con pelos y señales como le iba con su pareja. El caso es que en ese momento sabía hasta que ropa interior llevaba Ana Conti puesta.
Esa noche Marta cenó pollo…, el que le montó Ana en cuanto se le ocurrió asomar las narices fuera del dormitorio. A los epítetos comunes que usaba Ana contra Marta cuando perdía los papeles, normalmente asociados a comportamientos inapropiados a su edad y otros en relación a su estatura y a su físico adolescente, añadió esta vez un detallado muestrario de adjetivos comúnmente utilizados para definir a personas politoxicómanas y gentes de escaso o nulo intelecto. Como fuera que fuese que a Marta aquello la molestó, no dudo ni un momento en sumarse a la algarabía, y pese a una cierta resaca que la limitaba y a un sabor de boca ciertamente desagradable que exhalaba cada vez que abría la boca, logró dar réplica apropiada a su pareja hasta que su voz llegó a un falsete prodigioso. La comunidad de vecinos estaba encantada, sabían por experiencia que las reconciliaciones de aquellas dos eran aun más aun explicitas y detalladas que sus desavenencias, así como las dificultades que entrañaba resistirse a la imitación de prácticas reproductivas ante semejante espectáculo sonoro. Esa noche la comunidad de vecinos se convertiría en un brindis a Eros, a excepción de la abuela sorda del primero, que era viuda.

El día anterior a la partida de Marta, Bea les sirvió su desayuno y se alejó de la mesa pensando en que si a la escena se le añadía un viejo soul aquello podía acabar en tragedia griega.
-Son solo dos semanas y dos días-, dijo una,
-y hablaremos y nos veremos por la web cam-, dijo la otra,
-y haremos cochinadas vía internet-,
-pero no será lo mismo-,
-no, no será lo mismo. Aun estamos a tiempo de renunciar a ir-,
-no, somos adultas las dos. Esto es…, como una prueba. Y el reencuentro va a ser la leche-,
-sí. La leche-,
-me está dando el bajón-,
-y a mí, ¿Qué hacemos, nos vamos a casa?-,
-en cuanto pague esto-,
Bea recogió el desayuno intacto, se sirvió una caña y brindó con los dos parroquianos por las despedidas angustiosas.

Marta rara vez se sentía fuera de lugar. Normalmente los convencionalismos le parecían una forma de estupidez o de frustración, así que simplemente los dejaba a un lado y enseguida se hacía hueco allí donde apareciese. Sin embargo, ese primer día de Agosto, sentada en la última fila de aquel aula y con un precioso sol entrando por los ventanales, se dijo a si misma que había sido un error aceptar la sugerencia del Director de acudir a aquellas jornadas. En aquellos dos días previos al cursillo que llevaba en Bolonia se dio cuenta hasta que punto echaba de menos a Ana, a su casa, a su gato y a sus amigos. El idioma era otra barrera que le impedía sentirse a gusto, entendía más o menos bien lo que le decían pero le costaba un triunfo expresarse. Lo positivo era que la gente con la que habló tanto en la universidad como en el hotel la trataban muy bien, aunque fuera más por su aspecto de chica perdida que por otra cosa. Para más inri por lo visto el cursillo debía de ser la releche, para veinticinco alumnos tenían hasta traducción simultánea y todo…, en Inglés, Francés y Alemán, así que a Marta no le quedó otra que hacer todo el oído posible si o si en Italiano.
Luego estaba el alumnado propiamente dicho. Desde su puesto de observación al final del aula Marta vio pasar por primera vez a sus compañeros, ni una sola mujer y lo más joven que se encontró debía de sacarle diez años, estupendo. Distinguió como si lo llevaran escrito en la cara a cinco militares rígidos como palos, a siete policías que no dudaron en chequearla con la mirada y a doce agentes de inteligencia a cada cual más serio y mejor vestido. Marta, sus viejos vaqueros y la camiseta de Bob Marley se revolvieron incómodos. Fue un alivio ver entrar a los tres profesores. Uno era un viejillo con cara de bueno, otra era una señora de unos cincuenta años con pinta de hippie de toda la vida y el tercero era un hombre de cuarenta y tantos, moreno y vestido con unos vaqueros y una camisa blanca. Esperaron sentados a que todo el mundo hiciera lo propio y el de la camisa blanca empezó a hablar. Marta se concentro con todo su ser en no perder ni una palabra, auto convenciéndose de que no era una broma lo de estar allí, y que aprovecharía para aprender lo que pudiera,
Buongiorno, Prima di tutto vorrei dare il benvenuto a tutti… tanto en mi nombre como en el de mis colegas, a estas jornadas dedicadas a la Sociología preventiva en el marco de la criminología. En primer lugar les daré una información general de los objetivos del curso, y con posterioridad, los profesores Paolo Bonano y Elisabeth Morrison, les ilustrarán detalladamente de su estructura organizativa-.
Marta se sorprendió, había entendido prácticamente todo lo que decía, se sonrió a sí misma y siguió concentrada. El hombre se levantó de la mesa y comenzó a caminar por el aula.
-Bien, ¿empezamos?-, dijo con una simpática sonrisa,
-la historia de mundo está llena de momentos críticos. Momentos en los que las circunstancias han favorecido o perjudicado a los países y a los imperios, los han creado o los han destruido…, o los han modificado hasta llegar al día de hoy. Guerras, pactos, convenios o actos criminales salpican la historia y la forjan. Roma invade Grecia y el mundo cambia, Castilla descubre América y el mundo cambia, Alemania invade Polonia y el mundo cambia-.
Marta estaba alucinada, ese discurso o uno muy parecido había mantenido ella durante la investigación de los asesinatos.
-Pero vamos a ser un poco más concretos, fue Cneo Lucio Mummio quien tomo Corinto, Isabel de Castilla quien propició el descubrimiento de América, y Hitler quien tomó la decisión de la invasión de Polonia, es decir, fueron personas concretas quienes en virtud de unas circunstancias concretas tomaron las decisiones que propiciaron los cambios. Cesar Augusto, Carlos V, Juana de Arco, Garibaldi, Newton, Lenin, y cientos o miles más son un ejemplo de esos cambios-,
-Un paso más, si sumamos una circunstancia social determinada a una persona determinada que actúa de una manera única y singular en un momento concreto, la sociedad donde se den esos condicionantes puede variar, y el resultado es que la historia hace un quiebro. A alguien se le ocurrió arrojar el té en la bahía de Boston, de alguien surgió la idea y nació Estados Unidos, o un nacionalista mató a un archiduque en Sarajevo y el mundo cambió-.
-La sociología es el estudio de los grupos sociales, de cómo interaccionan sus individuos y los subgrupos que los forman. Analizamos momentos concretos, o a lo largo de ciclos. También causas de problemas sociales e intentamos prever consecuencias. Hacemos estadísticas de las cosas más dispares que se puedan pensar y solemos pensar de nosotros mismos que disponemos de cierta ventaja sobre los demás en esos campos. Pero resulta paradójico que con todas esas herramientas en la mano seamos incapaces de acertar el resultado de una competición deportiva, y obviamos lo evidente, que un solo individuo puede cambiar la historia o ganar o perder un partido-.
-Sin embargo esta ciencia sí que puede aportar algo nuevo a lo que ya hace. Podemos determinar cuáles son los condicionantes necesarios para que un solo individuo cambie la sociedad y su devenir, y podemos dar razones para que, por ejemplo, lo que acaba de pasar en mi país no vuelva a repetirse…, o bien se repita de nuevo en otro lugar con similares características. Todos ustedes saben que una sola persona, con unos condicionantes personales de una determinada ideología, a través del asesinato de determinados personajes ha facilitado un movimiento social espectacular,  respuesta a un incendiario discurso de una periodista llamada Carmen Torres, que posiblemente fragüe en una nueva forma de conciencia social. No podemos prever que un solo individuo actúe, pero si las causas de que su actuación se convierta en un movimiento social positivo o negativo para un grupo-.
-El curso que hoy inauguramos trata sobre todo esto, pero adaptado a conductas criminales, a lo negativo. Podemos prever y por tanto prevenir a la sociedad sobre cuáles son las circunstancias en las que un acto delictivo puede llevar a un cambio en la historia de nuestra ciudad o de nuestro estado. Si la sociedad de mi país hubiese sido lo suficientemente sólida en sus valores, en su visión de sí misma, los asesinatos habrían sido condenados y rechazados, pero no habría habido el cambio en la conciencia social puesto que esos valores la habrían sostenido. Por tanto, nuestro objetivo desde la sociología preventiva y criminalística es ser altavoz de qué no debe de darse y de lo que sí debe de ser para que un simple individuo no pueda cambiar la historia, ni a su antojo ni a consecuencia de sus desvaríos. Gracias por escucharme. Les doy paso a mis colegas-.
Marta abrió los ojos. Los había mantenido cerrados en un acto de concentración intentando absorber la explicación. Ahora creía entender porqué el Director había insistido en que acudiera al curso. Ella le había dicho que como asesora podía dar consejo y criticar, pero lo cierto, ahora lo veía claro, es que no disponía más que de su propio juicio para hacerlo. Consejos razonados sobre bases sólidas y críticas con alternativas sensatas, si mediante el puñetero curso aprendía como se hacía eso de forma científica daba por más que buena la distancia con su gente.
Cuando la clase acabó Marta se entretuvo recogiendo sus cosas, el profesor de camisa blanca se le acercó con aquella sonrisa que había despertado su simpatía,
-dime, ¿a qué se dedican los alumnos de este curso, cual es su trabajo?-,
-cinco son militares, siete policías y hay doce agentes de inteligencia-, contestó Marta del tirón,
El profesor soltó una carcajada,
-perfecto Marta Iglesias. Veo que tus referencias no eran exageradas. Anda ven, te invito a desayunar y me cuentas cosas de casa, echo de menos hablar mi idioma y a alguien que me trate de tu. Por cierto, no me he presentado, soy Gabriel Sierra-,
-hola Gabriel, encantada-. Marta se puso de puntillas y le dio dos besos en las mejillas.

Marta.
Mañana vuelvo a casa, por fin. Han sido dos semanas realmente raras, aunque la verdad es que lo que ha pasado en los últimos meses me ha cambiado la vida, así que no sé de qué me extraño. Creo que si cuando baje del avión está nevando en pleno Agosto, ni pestañearía. Es la leche, das la vuelta a una esquina y te tropiezas con el resto de tu vida, o eso espero porque no me ha ido demasiado mal, si olvido el pequeño detalle de que casi me matan. Bueno, que me voy del tema. De Bolonia me llevo unas clases que en cuanto a lo teórico han estado bien, aunque me parece que su aplicación práctica es otra historia…, la de horas que Gabriel y yo hemos discutido sobre el asunto…, y creo que también me lo llevo a él como a un buen amigo. Lo que empezó como simples conversaciones después de clase tomando un café han tornado durante estos días en costumbre, y la verdad es que no solo me han servido para aprender y abrir horizontes, además me han aliviado de una sensación de soledad que cuando llegué aquí me asustaba, joder como duele la ausencia.
-Ya estás hablando otra vez de Ana-, me decía de vez en cuando con una sonrisa, y tenía razón, mi chica me tiene sorbido el seso. Pero a la vez el muy cotilla me daba cancha, me dejaba hablar. Al principio me mosqueó el que no solo conociera mi expediente profesional al dedillo, sino que además supiera quién es quién de mi vida privada. Cuando se lo comenté toda ofendida se rió, me dijo algo así como,
-Marta, aterriza. ¿No te quieres dar cuenta a quienes está dirigido este curso?. Teóricamente sois la gente que está detrás del telón, parte de las neuronas de la seguridad en cada uno de vuestros países, y solo se llega a este curso si yo lo apruebo, y mis reglas pasan por conoceros antes de que lleguéis aquí. Trabajo con sensatos y honestos o cabrones sin escrúpulos, y eso no está en un expediente profesional, pero tengo que saberlo. Cuando llegues a casa agradécele lo que se de ti a un informe pormenorizado de un tal capitán Arteaga-.
Vale, estupendo, en cuanto lo vea le diré cuatro cosas. El caso es que eso me sirvió para meterle en el brete de que me hablase de él, por pura justicia y equilibrio, y lo cierto es que dé ahí nace la amistad de la que hablaba antes, de contarle mucho yo de mi y el poco de sí mismo. Me contó que en un tiempo fue soldado, que pasó por Bosnia y otros cuantos lugares y que lo que vio le hizo replantearse su vida, que estudió Sociología e Historia porque quería entender la barbarie y la locura en la que los pueblos y las personas caen de vez en cuando, y que bueno, que una cosa le había llevado a la otra y que acabó en Italia de profesor universitario. Como fuera que fuese de lo que hablábamos tarde o temprano Ana aparecía y a mí se me iba la olla con ella esto o ella lo otro, aproveche en cierta ocasión para preguntarle evidentemente por sus amores, lo cierto es que torció el gesto en una mueca entre triste y de mal rollo y decidí dejarlo ahí.
Me dejó fuera de juego una noche, mientras cenábamos pasta en un restaurante de la zona antigua de la ciudad. Sin venir a cuento me preguntó directamente por lo lésbico de mi relación y si eso me había supuesto algún problema personal o social.
-¿Lesbiana, soy lesbiana?, joder, nunca me lo había planteado-.
El se quedó mirándome de esa forma entre rara y enigmática en que me mira a veces, así que le solté lo primero que me vino a la cabeza. Algo así como que la cuestión sexual solo me interesaba como un precioso complemento a la vida junto a la persona a quien quería como nunca había querido a nadie, que el hecho de que ambas tuviésemos tetas en vez de rabos era tan anecdótico como que su nombre fuera Ana o José, aunque agradecía a la madre naturaleza el poder sobar a semejante hembra cuando me ardía la entrepierna. Se estuvo partiendo de risa un rato, y luego brindamos por el amor sin apellidos.
En cuanto al curso en sí y a nuestras desavenencias, estas eran debidas más a las formas que al fondo, y ahí le pillé fuera de juego. Primero puso cara de sorprendido y luego de preocupado, de muy preocupado. La cosa empezó cuando hablábamos de lo ocurrido en casa con los asesinatos de Iván Manzanos, el discurso de Carmen Torres y su nombramiento como Asesora de la Presidencia. Según su teoría en el país se daban las condiciones justas para que una persona en un momento concreto y con las circunstancias precisas propiciara un cambio social a positivo…, y yo no lo veía claro, no por el cambio en sí, sino por lo que podía significar para esa persona. Para mí el problema era tan evidente que sigo sin entender como Gabriel no lo vio.
-Todo está en la respuesta al estímulo-, le dije, -por un lado está la sociedad que aún estando con Carmen Torres en la necesidad de un cambio, le iba a exigir a ella que le dijese cómo se hace eso. Si esa mujer promovía como respuesta medidas que modificasen el sistema político, financiero, educativo y social, el propio sistema responderá defendiéndose y atacándola, a nadie le agrada que le echen de su sillón, ni siquiera que lo meneen un poco. Así que todo eso colocaría al propio país y especialmente a Carmen Torres en una posición muy delicada…, y peligrosa-.
-Como se que lo sabes todo-, le dije, -supongo que sabrás que mi chica se encarga de la seguridad de esa mujer, y lo que me da un miedo que te cagas no es solo el que puedan llegar a usar la violencia contra ella quienes se sientan amenazados, con lo que a mí me toca como posible daño colateral, sino que además Ana dice que esa mujer esconde algo dentro jodido, algo que tras la fachada de mujer segura y fuerte esconde tristeza y melancolía. Francamente Gabriel, las circunstancias que la han colocado en este momento, en ese lugar, me parecen una auténtica putada. Me da el pálpito que Juana de Arco tiene sucesora, y que si no andamos listos puede acabar igual. Si entra en el terreno político y se queda corta a la hora de cumplir con las esperanzas del pueblo, este no la perdonará. Y si hace reformas profundas el sistema actual se defenderá atacándola. Lo jodido es que solo se limitó a manifestar sus sentimientos públicamente, y que haga lo que haga le lloverán piedras. Yo hubiera mandado a todo el mundo a tomar por el culo y me hubiera ido a casa. No tengo claro que esa mujer sepa donde se está metiendo ni por qué lo hace-.
Como Gabriel me miraba sin decir ni pio, acabé el monólogo soltando algo que ahora que le conozco más se que le dolió, aunque aun no sé el porqué. Le dije que,
-su teoría era como cuando sale el fin en las películas, que para fantasías está muy bien pero que la realidad, la vida real, es un suma y sigue hasta el momento en que la cascas. Que era como lo de vivir el momento, bonito pero completamente estúpido si no tienes en cuenta sus consecuencias-, y concluí con que -todo cambio tiene un precio, pero que en ese previsible cambio en la conciencia del país la que pagaría la ronda era Carmen Torres-.
Se quedó pensando unos segundos y a continuación hizo algo raro, extraordinario y que me dejó alucinada. Se levantó, me tocó con un dedo la cicatriz de la frente y luego la besó. Se volvió a sentar y pidió dos copas de vino. Levantó la suya y dijo,
-por ti, Marta Iglesias, gracias por ser como eres. Lamento que un loco estúpido intentara matarte, el mundo sería un lugar mucho más feo sin tu presencia-.
-Gracias profe-, le respondí yo mientras me ponía roja como un tomate.
En fin, termino de cerrar la maleta y la dejo junto a la puerta. En unos minutos encenderé el ordenador portátil y le contaré a Ana las ganas que tengo de llegar a casa, y ella me contará sus cosas. Dejamos puestas todas las noches las web cam, así ella me ve dormir y yo la veo a ella, es bonito lo de despertarme a media noche y verla. No se lo he contado, pero me pongo el despertador a las dos y media y me quedo un rato observándola mientras duerme. Dos noches ha abierto de repente los ojos y me ha sonreído, no me cabe en la cabeza que alguien sea tan estúpido como para poner etiquetas homofóbicas al significado de esa sonrisa.

Ana.
Son las cuatro de la mañana, y estoy sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, mirando a Marta a través de la pantalla del portátil. Dejamos una luz tenue encendida toda la noche para poder vernos. Está tendida de medio lado y tiene la mejilla aplastada contra la palma de su mano. Babosea un poco, y de vez en cuando sus ojos se mueven bajo los párpados, sueña.
Apenas hace  tres meses que la conozco, ¿pueden cambiar tanto las cosas en tan poco tiempo, o esto es solo una ilusión?.  Espero que no lo sea, solo sé que esa soledad que me ha acompañado durante treinta y cinco años me parece ahora ajena e irreal, y si soy sincera ni siquiera entiendo bien mi pasado si lo comparo con el presente. Cuando recuerdo es como si fuese otra vida, la de otra persona a la que no reconozco, y para quien solo guardo una sonrisa triste y un espero que hasta siempre.
Vuelve a mi memoria aquel tipo que conocí hace años. Hubo un tiempo en que quise, o tal vez necesité, creer que le quería, aunque nunca se lo dije fuera de esos momentos de locura en que se dicen cosas que no se piensan igual cuando una es sincera consigo misma.
Una vez, fuera de la cama y de los encuentros donde el sexo lo era todo, intenté abrazarlo no sé muy bien porqué, aunque supongo que era porque necesitaba sentir su abrazo. El me lo negó, y me dijo que ya encontraría a alguien que me abrazaría con más de lo que él me podía llegar a dar nunca. Que cabrón, como casi siempre…, tenía razón. El hecho es que en este poco tiempo he encontrado ya no a quien abrazar, sino a quien me abraza.
Ya no necesito ocultar mi miedo tras este disfraz que muestro a la gente; esa mujer fuerte que duerme conmigo, aquí o en la distancia, lo ha espantado.

Epílogo.
Yo.
Cuando era niño mi mundo se dividía entre héroes y villanos. Lo cierto es que héroes había pocos, mi abuelo, un gigante de manos enormes en las que me refugiaba de todos los miedos infantiles y de quien conservo su olor como un tesoro entre mis recuerdos, y mi madre, que no eligió ni su pobre vida ni su horrible muerte, pero de quien aprendí a ser y no conformarme con estar, a los dos los quise todo lo que se querer. Y en un punto y aparte que llenó mis horas estaban los otros, los irreales, los héroes de ficción que libro tras libro me colmaban de aventuras, de valores, de bondades absolutas y de sufridos triunfos frente al mal.
En cuanto a los villanos, bueno, podría decir sin exagerar demasiado que eran una amalgama de casi todos aquellos, reales o ficticios, que moraban más allá de la puerta de mi casa. Supongo que la frontera entre sentirse protegido o agredido la marcaba esa puerta, puede ser que vivir en un barrio gris y estar obligado a pasar por un colegio religioso donde todas y cada una de las maldades tenían su cobijo, no me ayudara mucho a tener otra percepción del mundo. Así que pasé mi niñez mecido en la inocente certeza de que tarde o temprano sería ese héroe de mis libros capaz de vencer a los malvados, a la pobreza, o a la muerte de aquellos a los que amas.
Por supuesto que la tontería duró lo que la vida tardó en ponerme los pies en el suelo, y no lo hizo suavemente, sino a golpes; así que en un rizo de la lógica pasé de pretendido héroe a trabajar en y por la villanía gracias al destino, esa amalgama de casualidades y circunstancias en el que nos justificamos cuando nos faltan pelotas para asumir lo que somos. En otras palabras, traicioné la cordura, los valores y la inocencia por la razón cruel, narcisista y subjetiva que me es tan necesaria para justificar mis actos, para poder mentirme y poder dormir tranquilo.
Hay quienes dicen que las personas no cambian, tal vez estén en lo cierto, y la explicación a la que nunca llegan tras tan contundente afirmación es que el ser humano no es otra cosa que un animal que intenta racionalizar lo que solo es instinto de conservación, y en consecuencia responde a los avatares de la vida con esa disciplina primaria inscrita en sus genes a la que hemos rebautizado como ego, tal y como yo hice en mi niñez e inexorablemente, como todo el mundo y desde siempre, sigo haciendo, aunque lo haga desde el otro lado, desde la amoralidad. La verdad es que una vez pasado el tiempo me trae sin cuidado, pues ya no intento cambiar quien soy, aunque a veces duela pues la moralidad al uso es como un tatuaje, imposible de quitar por mucho que lo intente, o porque casi siempre me fascine. Tal vez solo me esté vengando, aunque juro que se me olvidó hace mucho de qué y de quien, y ya no me importa. Lo más probable es que lo moral y lo inmoral, los valores y los pecados, la bondad y la maldad no sean más que apellidos intercambiables de un solo y real yo…, en función de lo que más me convenga.
En fin, arriándome del carro de la metafísica y por concretar, mi trabajo como villano consiste en modelar circunstancias. Unas veces porque así, más o menos, me gano la vida. A veces por puro antojo, otras buscando la miserable razón, o quizás solo sean las mismas ganas que tenía cuando era un niño de cambiar las cosas que no me gustan a mi antojo y deseo, y la verdad es que no me va mal…, aunque a veces me equivoque”.
Fin.