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un saludo,
Juan Cerezuela.
sábado, 22 de diciembre de 2012
lunes, 4 de junio de 2012
50 DIAS DE MAYO. PAG 228-FIN
Por lo visto mi presencia en el edificio donde
reside el Presidente de la República debe de ser uno de esos encuentros que
nunca existió, a juzgar por la nula presencia de personal civil. Solo veo
uniformados de traje y corbata a los que evidentemente se les ha dado la orden
de no mirarme mientras entro…, y de no permitir que salga sin una orden. Aun
así percibo miradas de soslayo mientras les oigo pensar sobre quién soy, el día
que sepa la respuesta haré una fiesta y tiraré cohetes.
Yo sí que oigo al Director ordenar al mismo hombre
que se colocó tras él en la plazoleta que nadie se acerque a la puerta del
despacho del Presidente, le llama Arteaga, me anoto mentalmente el nombre.
Parece ser que no interesan testigos de oreja aguda sobre lo se va a tratar dentro.
Mejor así, necesito intimidad.
Me siento frente a Marco, la enfermedad lo ha
convertido en una sombra ajada del hombre que conocí. Huele a esas salas de
hospital donde van a parar los desahuciados, huele a fin. El Director se sienta
en el sillón que hay a la derecha, un metro por detrás de mí. La que espero sea
mi última escena de peso en esta obra empieza.
-Hola Gabriel-,
-Marco-,
-te resultará extraño, pero me alegro de verte-,
-viejo, si lo que dices es cierto es que tu
enfermedad ha mermado tus facultades mentales, cosa que espero no haya sucedido
pues te necesito cuerdo. Déjate de banalidades. No he venido a intercambiar
cumplidos contigo-,
Marco ríe entre los pliegues que una vez fueron su
cara,
-bien, mi pródigo ex discípulo, entonces cuéntame cómo
pretendes pagarme esa deuda que dices tener conmigo-,
-bueno maestro, digamos que tengo la clave para que
te mueras con la conciencia tranquila-.
Se ríe sin alegría, como lo hacen los zombis en las
películas de serie b.
-Gabriel, mi conciencia está aun más podrida que mi
cuerpo. Te dije hace un año y pico que como mucho me quedaban dos de vida,
puedes hacer las cuentas y sacar tus conclusiones. Tu mismo me dijiste que perdí
los ideales y vendí mi conciencia a cambio del poder…, hace mucho tiempo.
Recuerdo que me lo repróchate antes de desaparecer. Me queda muy poco para
echar el cierre, y nada para remendar media vida en unos meses-,
-viejo, no pretendo dar la vida eterna a una de las
personas más despreciables que he conocido, incluyéndome a mí mismo. Tu vida me
importa lo mismo ahora que entonces, que cuando me fui, nada. Es la muerte de
un personaje creado a base de mentiras lo que me interesa. Básicamente me
sirves muerto porque vivo no eres más que otro mentiroso fracasado, uno de tantos
pequeños emperadores que cuando entiende que va a morir se arrepiente de sus
vilezas y añora sus ideales de juventud. Es curioso que cualquiera de los
grandes hijos de puta que han tenido poder en este mundo se arrepienta de sus
fechorías cuando la guadaña se le acerca, ¿a qué acojona?-.
-Veras, cuando me llamaste no fue para compartir tu
dolor con un viejo amigo, cuando me llamaste me estabas pidiendo una solución
que sanase tu conciencia, y yo la tengo. El trato consiste en que yo te la
devuelvo limpia y reluciente, a cambio de que el tiempo que te queda por vivir
lo utilices en mi proyecto-.
-adelante, cuéntamelo-, dijo el Presidente,
-no tan rápido Marco. Primero los pecados, luego la
penitencia, déjame que te joda un poco y entenderás mejor las cosas-.
Dejo que el silencio se extienda y solo después
prosigo.
-¿Recuerdas tu primera elección?, el país estaba
eufórico. Prometiste esperanza, fe en nosotros mismos. Libertad, progreso y un
país de ciudadanos donde cada uno de nosotros fuera artífice de su destino. Lo
hiciste muy bien Marco, todos te creímos. Tú te lo creíste. Tanto es así que
aun hoy vives de las rentas de aquella imagen que proyectaste sobre un pueblo
tan gris, tan desesperanzado y con tantas ganas de vivir que no dudó en ver en
ti lo que necesitaban ver, el fin de una pesadilla y el comienzo de todo lo que
estaba por venir. Y durante los quince años siguientes lo que has conseguido es
volver a la nada, al principio. Eso sí, en el intervalo has logrado vender el
país a los mercaderes por un precio equivalente a casi nada, solo tuviste que
pagar con el ansia de libertad de tu pueblo; y ellos, tus dueños, te dieron
este despacho y te dejaron seguir jugando a ser el Presidente crítico y cercano
que hizo lo que pudo pero no pudo hacer más. Qué cabrón, cumpliste tu sueño de
ser el payaso que todo circo necesita para que el público ría-.
Dejo que las palabras hieran y prosigo,
-Te mueres Marco. La pregunta es, ¿devolverías a tu
pueblo la esperanza, volverías a creer en quien una vez fuiste, te quitarías el
collar de perro que tu solo te pusiste, quieres morir como hombre o como lacayo?-,
-Sabes que sí haría lo que pudiese desde el mismo
día en que te llamé. Si…, si creyera en los imposibles, Gabriel-, me dice con condescendencia
el viejo cabrón,
-Entonces tu misión hasta el día de tu muerte es
conseguir que Carmen Torres sea tu sucesora-,
-¿Carmen Torres, la periodista?. ¿Qué tiene que ver
ella con todo esto?-,
-piensa Marco piensa. ¿Quién es a día de hoy una de
las personas más conocidas del país, que mantenga más o menos el mismo ideario
político que tu defendías hace dieciocho años, que no esté condicionada por su
pertenencia a un grupo político, que haya sido capaz de denunciar los intereses
políticos de los medios, de las finanzas, de los fariseos?, y sobre todo, ¿quien
en este país ha sido la única persona de relevancia capaz de autocriticarse
públicamente y sobrevivir?-.
-Sabes tan bien como yo que los asesinatos de estas
últimas semanas han colocado al pueblo en un estado límite de desesperanza.
Tienes a través de Carmen Torres la posibilidad de aunar en una sola persona la
misma ilusión que tu despertaste hace quince años Marco. Devuelve lo que no
supiste y no quisiste liderar. Muere con la dignidad de al menos saber que hay
una nueva oportunidad. Es la única y la última oportunidad de acallar la
conciencia que te queda, hazla heredar lo que tú perdiste, tus promesas-.
Un largo silencio sigue a mis palabras. Me mira a
los ojos, buscando la verdad o la mentira. Oigo sus pensamientos evaluar pros y
contras, posibilidades y probabilidades,
-dame algo más, dame seguridades-,
-el fin de semana pasado la secuestré, ya sabes cómo
soy. Bien, durante diez horas la sometí a la vejación de saberse atada, ciega y
desnuda, incomunicada más allá de mi presencia. Sometí su cuerpo y su mente a
la tortura de saberse dependiente de los deseos de un loco asesino. Y solo
flaqueó los cinco primeros minutos Marco, solo los cinco primeros. Fue capaz de
razonar en una situación absolutamente límite, fue capaz de escuchar y de
asumir o rebatir e increparme completamente desnuda, ciega y atada. Tú ni
siquiera peleaste un miserable día por tus ideales después de sentarte en ese
sillón. ¿Te parecen suficientes seguridades o tengo que añadir que es más
ambiciosa en sus creencias y aspiraciones de lo que tú jamás fuiste?; es como tú
creíste ser antes de sentarte en esa silla. Pero ella es fuerte, muy fuerte.
Ella es real, y tu solo fuiste humo-.
-Piensa Marco, piensa. Eres un Presidente querido
por el pueblo y eso es la única falacia que te queda, aquejado por una
enfermedad terminal que presentará a su delfín, una persona querida y admirada
por la mayoría, que continuará tu obra, la obra de Marco Augusto Florián, una
persona que puede volver a representar la esperanza perdida de todo un país. No
habrá nadie que se oponga porque el pueblo lo destrozaría, y ni siquiera
existirá esa probabilidad, pues los buitres que esperan sucederte cuando mueras
desaparecerán si les amenazas con sacar toda la mierda que aquí tu lacayo seguro
que guarda de ellos; y a cuatro días de tu muerte no se atreverían a abrir la
boca, pues estarán tirando piedras contra su propio tejado. En cuanto a Carmen,
¿Qué van a decir que no dijera en su libro de ella misma, de sus pecados?. ¿Que
tiene fama de haberse follado a sus jefes para medrar?, eso en este país se
aplaude. Desgraciadamente no tanto en una mujer como en un hombre. Hasta en igualar
las miserias hemos perdido el tiempo gracias a ti-.
-Parece ser que Iván Manzanos nos hizo al fin y al
cabo un gran favor. ¿A ti no te lo parece, Gabriel?-,
Oigo al Director interrumpir detrás de mí, y noto su
deje de desprecio. Nadie dijo que fuera tonto, solo es un hijo de puta a quien
debo someter. Sigo mirando a Marco fijamente mientras le contesto,
-lamento haberte mentido, viejo amigo. Pero tenía
mis serias dudas de que me trajeses ante Marco si te hubiera dicho la verdad.
Ya ves, por lo visto sigo siendo uno de esos hijos de puta sin escrúpulos que
creen que no se le devuelve la esperanza ni la ilusión a un país si esta se
encuentra dispersa y repartida entre beatos cobardes, medianías políticas,
voceros roncos o ídolos que usan pañales, así que me los cargué. Pero no te
preocupes por mi conciencia, la enterré junto al cadáver de la hija de aquel teórico
terrorista a quien tú me mandaste asesinar para darle un escarmiento-.
-¿Y cómo sé que no me estas mintiendo ahora?-,
pregunta con el mismo desprecio,
-porque si buscas encima del armario de la
habitación de Isabel, tu hija pequeña, encontrarás una barra de acero con unos
esclarecedores restos orgánicos. No te asustes, aproveché para visitar tu casa
cuando estaba vacía…, esta vez-.
Me giro lentamente y miro a los ojos al petrificado
Director de la Seguridad Nacional, dejando salir al monstruo de mi interior. Durante
un momento el odio asoma a su cara, luego le sustituye el miedo, luego el
terror. Controlado. Vuelvo a girarme y prosigo.
-Bien, con esto saldo la deuda de mis años contigo, de
los años en que te creí, Marco, y de todo el mal que hice por ti. Pero lamento
informarte que el saldo no ha sido cero. Te he dado la oportunidad de
redimirte, y eso tiene un extraordinario valor, tanto como las vidas que he
quitado para llegar a este momento. Eso es mucho, piensa que los gusanos no
tendrán que vomitar mientras devoran tu cuerpo. El caso es que ahora eres tú
quien me debe algo-.
-Si te soy sincero mi plan original consistía en que
llegados al momento posterior a la muerte del ídolo, me daría el gusto de
acabar con la vida de vosotros dos y dejar que una nueva ilusión naciera
espontánea del caos. ¿Te acuerdas cuando me explicaste la teoría del caos,
Marco?, pero lo pensé mejor y bueno, quiero algo, o por concretar quiero a
alguien, y eso exigía dejaros con vida y ofrecerte lo que te ofrezco en este
plan B, en el que tu ganas…, y yo también. Mándame a casa al mejor de entre
vosotros-.
Veo a los dos mirarse entre ellos, sin comprender,
-quiero un discípulo Marco. Pero no uno como yo, ya
sabes, con mis deficiencias psicóticas y mis antecedentes. Quiero al más honesto
de entre vosotros, alguien que en el futuro sea capaz de decir a Carmen Torres
o a quien sea que el poder pueda llegar a pudrir un simple no. Y que lo haga
con la razón y no con la fuerza, dámelo Marco-. Ordeno y amenazo con toda la
fuerza interior que tengo,
-en cuanto a ti, mi querido Director, cuando muera
Marco te retirarás, es mi precio por dejaros vivir a ti y a tu familia.
Escribirás libros sobre tus hazañas durante todos estos años que te darán
réditos suficientes como para vivir muy bien. Si así lo haces tú y tu familia
viviréis felices. Por el contrario, si tienes la mala suerte de que un rayo me fulmine,
o que me caiga por una escalera y me rompa la crisma y muera antes que tú,
alguien como yo vendrá. Y el resto ya lo sabes, fuiste un experto en mandar
gente a hacer mucho daño a otra gente, así que no hace falta que te explique de
qué hablo. No estaría mal que al menos por una vez lo experimentes, aunque sea
la última. Es una simple cuestión de justicia poética-.
-Las instrucciones sobre cuando y como quiero que me
mandéis a mi alumno te las dará Paco en dos días. ¿Sabes Director?, creo que te
ha echado mucho de menos estos años, no dejaba de preguntar por ti…, en fin,
espero no volver a veros, al menos vivos, o me veré en la obligación moral de
subsanarlo-.
El mismo agente de la plazoleta al que el Director
ordenó que nadie se acercase a la puerta recibe una nueva orden, la de
acompañarme hasta que tome un taxi. ¿Me meterá dos tiros en una esquina?, no parece
de esos, no se parece a mí.
-¿Fuma usted, Arteaga?-, le pregunto. Se ha
sobresaltado, efectivamente no es uno de esos,
-ahora no me apetece, señor. Gracias de todas
formas-, me responde,
enciendo un cigarrillo. No suelo fumar, salvo en
contadas ocasiones y por diversos motivos, y esta es una de ellas,
-dejó su cerveza intacta-,
-disculpe señor, ¿Cómo dice?-,
-su cerveza, el bar, la plazoleta. Usted y sus dos
compañeros no dieron ni un solo trago-,
-no bebo estando de servicio, señor-,
-es usted muy joven para ser comandante, ¿capitán
tal vez?-
-si señor-.
Capitán y mano derecha del Director. No se lleva a
un segundón según a que sitios, y este agente ha estado en dos situaciones muy
importantes para el Director en los últimos días. Interesante, pienso para mí,
-¿puedo preguntarle algo, Arteaga?-,
-si señor, aunque puede que no le conteste, creo que
ya sabe cómo funciona esto-, me dice. Inteligencia del Estado, jefe del grupo
operativo, ya no tengo dudas.
-¿Por qué trabaja para Seguridad Nacional?-,
Me mira sorprendido, se lo piensa y contesta,
-podría decirle que para salvaguardar a los
ciudadanos de este país, pero creo que no me creería y que la pregunta va en
otra dirección. Señor, trabajo en esto porque no quiero que nadie pueda hacer
daño a la gente a la que quiero, a mis amigos, a mi familia-,
-gracias por su sinceridad. Aunque lamento que la
mano derecha del Director de Seguridad actúe motivado por el miedo. Espero que
si alguna vez llega a ese puesto haga su trabajo convencido de su primera
respuesta-,
Le dejo pensando, aturdido. Abro la puerta del taxi
y escucho la pregunta que por fin se le escapa,
-¿Quién es usted, señor?-,
-Tú, con unos cuantos kilos más de desilusión encima,
y con otros cuantos menos de escrúpulos-.
El taxi me lleva a otra parada de taxis, una de esas
en una vía muy transitada. Me bajo y espero, si hay algún vehículo siguiéndome
y se para los cinco minutos que estoy quieto, el resto de los conductores se lo
comerán. Nada, tomo otro taxi. La ciudad pasa despacio, atestada de la gente que
vuelve a casa después de su trabajo. Ya es hora de que yo haga lo mismo.
Ana y Marta llegaron las primeras. Esa mañana Arteaga
las había citado en el bar para una “reunión importante”, y no añadió mucho
más, salvo que serían seis los presentes. Mientras esperaban a que Bea les
sirviera, un par de voces demasiado conocidas para Ana y absolutamente nuevas
para Marta sonaron a sus espaldas,
-¿Será posible?. Luis, te dije que hoy sería un
bello día, que me trague la tierra si no tenemos frente a nosotros a la reina
de las trampas en las artes marciales y a su joven pareja-,
-Carlos, siempre me ha maravillado tu poder de
deducción, ¿podrías explicar a un simple funcionario como yo en que te basas
para llegar a tan brillante deducción?-,
-será un placer. Observa como el dedo índice de esta
bella y diminuta dama se introduce indolente en el bolsillo trasero izquierdo
del pantalón de esta señora mayor. Teniendo en cuenta el marcado carácter agrio,
vengativo y traicionero de la señora debido a su incipiente menopausia, y a la
prueba de mi pobre oreja suturada me remito, ¿a quién sino a la persona amada permitiría
semejante confianza?-.
-Marta, te presento a Carlos y a Luis-, dijo Ana
mientras las dos mujeres se daban la vuelta,
-uno es idiota y el otro imbécil. Ya sabes, los
esteroides tomados durante un largo periodo de tiempo ablandan el cerebro. Si
dejas a un lado ese hecho, en diez o quince años puedes sentir un cierto afecto
hacia ellos, equivalente al que sientes por la escobilla del váter-,
Marta exhibió una sonrisa tamaño xxl, se acercó al
primero de los gigantes, le cogió de la corbata y tiró de ella haciendo que el
hombre se inclinara, se puso de puntillas y le dio dos sonoros besos en las
mejillas. Luego repitió la misma maniobra con el otro. Cogió a ambos de los
brazos y se los llevó hacia la mesa de siempre mientras le decía a Ana que
fuese pidiendo los cafés.
-La jodimos, Bea-, dijo Ana a la camarera que puso
cara de no entender,
-te explico. Marta tiene debilidad por los bichos raros.
Ya sabes, acuérdate de la foto que te enseñó de su gato, la que tú creías que
era una broma, o piensa en Navarro. Pues bien, acaba de adoptar dos rottweiler
sin cerebro. El problema es que me temo que a partir de ahora la seguirán a
todos lados babeando-,
-cariño-, contestó Bea mientras trabajaba en la cafetera,
-la primera vez que te vi pensé en serpientes y panteras, te lo digo por lo de
la afición a los bichos de Marta, y ahora me pareces toda una mujer, tan
preciosa por dentro como por fuera. Marta es tu chica, y hasta un ciego vería
que te quiere más que a nada en el mundo, pero deja que los demás también la
disfrutemos un poco. Guárdate la pantera un rato, míralos y disfruta con lo que
ves-,
Lo que Ana vio fueron a dos moles que salvo en su
trabajo no callaban ni debajo del agua, en silencio y sonriendo como estúpidos
mientras que la joven no dejaba de parlotear. Ana sonrió y llevo los cafés a la
mesa. Le dijo un -tu, fuera de esa silla-, al hombre que se sentaba junto a
Marta, y se dispuso a sumarse a la abducción que la inspectora ejercía con su
incesante verborrea.
Arteaga y Navarro llegaron juntos. El Inspector puso
mala cara cuando vio a los dos agentes junto a las mujeres,
-¿Qué hacen ellos aquí Arteaga?-, preguntó,
-Tranquilo, están fuera de servicio. Te
sorprenderán, y os necesito a los cinco-.
Arteaga estaba raro, Ana lo captó en cuanto entró
por la puerta. A la seriedad que en él era habitual se sumaba algo más,
seguramente escondido en aquella reunión extraña. -Suéltalo antes de que te de
un mal-, le dijo a su jefe animándole a que se explicara. Arteaga les contó la
reunión en la plazoleta, seguida de la petición del Director de que guardara
silencio, para finalizar su relato con la extraña reunión entre aquel hombre,
el Presidente y el Director, omitiendo la frase que aquel tipo le dijo cuando
se fue,
-Os he reunido para que me expliquéis que os parece
todo esto, y fijaros que me estoy saltando órdenes directas de mantener todo esto
en secreto. Pero llevo dándole vueltas toda la noche y veréis, estoy hasta los
mismos cojones de que nos usen, a mí y a vosotros. Quiero saber, y por unas
cosas o por otras sois las únicas personas en las que confío, además de estar
metidos en esto tanto como yo, así que aclaradme si no veo más que fantasmas o
me tengo que empezar a preocupar más de lo que ya estoy. Vosotros estabais
conmigo en la plazoleta y tenéis la experiencia de campo que yo no tengo,
contadnos que visteis-, dijo mirando a los dos hombres,
Los agentes se miraron entre sí, de repente serios y
empezaron a hablar,
-mira Arteaga, era obvio que aquello no era un
picnic. Nos empezaron a temblar las canillas cuando el lenguaje corporal de
aquel tipo dejó claro quien controlaba la situación, mientras que el Director parecía
un anuncio de almorranas-, dijo el llamado Carlos,
-además, desde un punto de vista estrictamente
táctico nos tenían la partida ganada mucho antes de llegar al lugar. Al
Director lo tenía controlado el tipo, a ti el gordo con el arma debajo del
delantal, y a nosotros el tirador del tejado. A una señal del que evidente
dirigía el operativo nos habrían eliminado en un par de segundos. Deberías
haberte dado cuenta que no nos atrevimos ni a mover una pestaña, nos faltó
cogernos de la mano y rezar-, añadió Luis.
-¿Un tirador, había un tirador?-, preguntó
estupefacto Arteaga,
-nos caes bien, Arteaga. Eres un jefe amable y todo
eso, pero sigues siendo un hombre más de despacho que de campo. Si nos hubieses
dicho donde íbamos habríamos controlado el perímetro antes de meternos en
aquella sartén. Todo salió bien desde nuestro punto de vista, ya sabes,
volvimos sin más agujeros de los que llevábamos, así que preferimos no decirte
nada para no herir tus sentimientos-.
-El que vosotros dos estuvieseis ahí fue porque el
Director me ordenó en el ultimo momento, justo antes de salir hacia la reunión,
que llevase a alguien de operaciones especiales-, añadió Arteaga,
-¿Te lo pidió en el último momento, improvisó con
operaciones especiales?-, preguntó Ana, que no perdía detalle de la
conversación. -Eso es lo más estúpido que he oído en mi vida…, o no. Tu querido
Director estaba cagado de miedo Arteaga. Nada se improvisa en ese departamento,
así que si te pidió que llevaras a dos comandos era porque no se sentía seguro-.
-Bien, vale. Vamos por lo de la reunión con el
Presidente.- prosiguió Arteaga. -Jamás,
nunca durante los años que llevo en el cargo se ha mandado a todo el personal
civil a casa, y menos un día laboral a las cuatro de la tarde, dos horas antes
de la reunión. Y nunca se ha reforzado el perímetro tanto con personal de “la
casa y solo de la casa”, y todo para controlar a un solo hombre en vaqueros y
camiseta. Y nunca, pero nunca, se ha pedido a la Seguridad del Presidente que
mientras durara la reunión el más cercano estuviera a cincuenta metros. A ver, quién
me explica de qué va esto-.
-Jefe, díselo tu-, le dijo Marta a Navarro,
-Arteaga, me ha costado pero te aprecio, así que no
te ofendas si te digo que tú eres tonto. Imagina que en mi distrito la
delincuencia es la normal, un poco de droga, unas cuantas putas, algún crimen
pasional, lo normal. De repente aparecen unos cuantos muertos, digamos uno por
día y mi comisario, que es imbécil, se empieza a poner nervioso. Así que
atrapamos a un idiota que pasa por allí y le coloco personalmente un cuchillo
de cocina en las manos que le hace culpable de todo los males de la tierra. Lo
meto en una celda, donde por casualidad están los primos de una de las víctimas,
que no dudan en ahogarlo metiéndole la cabeza en el váter. De repente, mientras
mi comisario festeja con todo el barrio el final feliz, aparece un tipo que lo
acojona en extremo. Pregunta, ¿Qué acojona a mi comisario?, respuesta, lo que
sabe o lo que es el tipo en cuestión. Sigue tu Marta, me canso-,
-bien, si es lo que sabe, lo que sabe es que el
muerto no es el culpable, y tiene al comisario cogido por los huevos. Si lo que
es va de qué es el tipo, el tipo evidentemente es el asesino o conoce a quien
lo es, que probablemente sea el comisario porque está acojonado y no lo
detiene, chupado-.
-vale, ahora en un idioma entendible-, dijo el tal
Luis,
-el Presidente de la República y el Director de la
Seguridad del Estado están implicados en los asesinatos de alguna forma. El
tipo en cuestión está en el ajo, no está claro en calidad de qué, pero tiene el
suficiente poder como para acojonar a ambos. Una evidencia y una duda. Nos han
utilizado para cubrir algo, y no tengo ni puta idea el qué-, tradujo Ana del
tirón.
-Estupendo-, dijo Carlos.
-¿De quién partió la orden de eliminar a Manzanos?-,
preguntó de pronto Marta a Arteaga.
Este miró a Ana, que se encogió de hombros.
-Dices que cuentas con ella y con Navarro para que
te aclaren las ideas, que solo confías en la gente que está sentada en esta
mesa. Así que ya sabes, cuéntales a lo que te dedicas, según tus propios
consejos es lo justo-.
-Del Director, evidentemente-, dijo Arteaga
respondiendo a Marta.
Marta y Navarro se miraron, y luego miraron a los
demás. Marta cogió la mano de Ana y habló,
-Navarro y yo estábamos convencidos de que así era,
que Manzanos era inocente y que vosotros os lo cargasteis. A Navarro se la
suda, a mí no. No quiero ser una hipócrita y por eso os lo digo, como tampoco
soy nadie para juzgaros, eso es asunto vuestro y de vuestra conciencia…, aunque
odie decir lo que acabo de decir ni quiero, ni puedo, ni sé odiaros por eso. Ana
me dio en su momento sus razones para hacer ciertas cosas, y yo respeto esas
razones y las entiendo, como ella entiende que no las comparta. Aclarado esto,
el ejemplo de Navarro cobra sentido y encaja. Arteaga, ¿hay algo más que
quieras contarnos?-,
Arteaga les contó con pelos y señales la
conversación con el tipo que tenia grabada en su cerebro,
-¿Te dijo que era como tú, con más desilusión y con
menos escrúpulos?. Arteaga, si tenemos en cuenta todo lo que ha pasado desde el
primer asesinato hasta ahora, todas las deducciones y reflexiones a las que
hemos llegado, sumado a lo que nos has contado y le añadimos la puta frase, entonces,
fuese ese tipo o no el asesino, te puedes jugar las pelotas que fue a la
reunión a por algo, y que posiblemente se lo llevó. La clave de toda esta
historia es saber el qué-. Sentenció Navarro.
La emisión era en directo, y todas las cadenas de
televisión del Estado, públicas y privadas, así como las emisoras de radio la
retrasmitían. El mayor espectáculo mediático del año, el homenaje a las víctimas
promocionado por la Presidencia de la República y apoyado, como no, por el
resto de las fuerzas vivas del país, acababa de comenzar. Cincuenta días
después del primer asesinato, el día quince de junio, y ante una de las mayores
concentraciones humanas que aquella vieja avenida principal de la ciudad había
registrado en su historia, un hombre con voz temblorosa, que había sido
secretario particular del Obispo García, asumía el reto al que sus superiores se
habían negado por miedo al rechazo que ya experimentaron en el entierro, el terrible
reto de hablar bien de un buen hombre durante diez minutos.
Un hombre joven tomó el relevo del secretario ante el
bosque de micrófonos que coronaban el atril. Nombrado para ese discurso
democráticamente por su partido, tras una larga noche de cuchillos largos y
puñaladas traperas, el político de diseño y de ego desmesurado hizo lo que
estaba programado para hacer, logró hablar cinco minutos más de los pactados
hasta que sus proclamas se agotaron y su pésima condición de actor de medio
pelo cedió ante la vergüenza, cuando alguien se le acerco y le susurró al oído
que la audiencia estaba bajando.
Como fuera que fuese que el orden de intervención lo
marcó Presidencia de la República, un par de chavales desbordaron los
sentimientos de los cientos de miles de personas congregadas, hablando desde el
corazón de su compañero de equipo, de su amigo muerto. Lo hicieron desde la
palabra rasgada de quien siente lo que dice, de quien ni se prepara para un
discurso ni lo necesita, pues, ¿quién necesita escribir lo que le es tan fácil
de decir, simplemente que querían a su amigo?.
Cuando Carmen Torres se dirigía hacia el escenario
elevado donde estaba el atril, con los papeles sobre lo que quería decir de
Alfonso Barros en la mano, un hombre al que identificó como Roberto Hernández,
Director de la Seguridad Nacional del Estado se le acercó, la cogió por el
brazo y le murmuró algo al oído,
-el Presidente, por motivos de salud, no puede
asistir para cerrar el acto, y el Presidente del Gabinete del Gobierno ha
declinado sustituirle por motivos éticos. Haga el anuncio y encargarse de
cerrar el acto-.
Carmen miró hacia donde sabía que estaba el político
en cuestión, cuatro escoltas le estaban acompañando en ese momento, mientras
abandonaba el puesto que le correspondía como segundo en el orden institucional
de la República sin mirar ni una sola vez atrás, y con el rostro rojo de ira.
-Apúrese, es el momento-, dijo el Director y le
soltó el brazo.
“Todo encaja, es el momento. El momento de elegir,
el cruce de caminos”, piensa Carmen mientras sube al estrado. Cinco peldaños eternos
que le dan tiempo para recordar, una a una, las palabras de aquel hombre, del
monstruo incomprensiblemente añorado que le advirtió que este momento llegaría,
que ella sabría cual era, el momento de elegir.
Se coloca frente al atril y levanta la cabeza, sus
ojos miran fijamente cientos de miles de ojos que la miran envueltos en luto,
en desesperanza, en amarga resignación. Durante quince eternos segundos Carmen
Torres no habla, solo observa a esa masa que espera,
-el Presidente no puede venir a cerrar este acto, su
enfermedad se lo ha impedido-, dice y vuelve a callar. Mira sus papeles y no ve
más que letras ininteligibles, intrascendentes. Se aferra al atril y lentamente
vuelve a mirar al frente. En voz muy baja, apenas audible, se dirige a todos y
a nadie,
-Es el momento, el momento de elegir-. Durante otros
cinco largos segundos calla de nuevo. Sus manos están blancas, agarrotadas
contra la madera donde se apoya,
-tenemos que hacerlo, ¿no os dais cuenta?, tenemos
que elegir-. Un dique se rompe en su interior, un torrente de ira, de rabia
contenida, de lágrimas y de ansia se desborda en su estómago.
-Alguien nos ha quitado la fe, alguien nos ha convertido
en nada, en números, en cosas a su servicio. Alguien ha matado un trozo de
nosotros con estos asesinatos, pero es que ya estábamos muertos-, el tono de
voz aumenta, la visión de Carmen disminuye cuando las primeras lágrimas de
angustia se quedan en los ojos, negándose a caer,
-¿sabéis porque nos han dolido tanto estas muertes?,
porque cada una de estas personas representaba nuestras esperanzas, nuestra fe,
nuestros sueños. Cada uno de ellos nos hacía recordar nuestros aciertos
frustrados… porque nunca tuvimos redaños a parirlos. Nuestros errores no
cometidos… de los que nunca pudimos aprender, nuestros sueños dormidos, todo lo
que no hemos sabido ni querido ser, todas las mentiras que nos hemos contado y
que nos han contado para acallar nuestras conciencias estériles, nuestras almas
de personas prisioneras de la pereza del dócil-,
Carmen mastica las palabras, y las escupe en los rostros
que la miran hipnotizadas.
Durante un momento calla de nuevo, luego explota con
la voz reventada, con la cara descosida por un dolor que la rompe por dentro,
por su propio y colérico dolor,
-¡¿Porqué calláis, porqué no gritáis, porqué no
tomáis lo que creéis que os han matado y lo hacéis vuestro?. ¿No os dais cuenta
que la esperanza es vuestra y solo vuestra, que no necesitáis a ningún cura, ni
político, ni mediador ni ídolo ni a nadie para que os la represente, que los
sueños son vuestros, que vuestra fe nace y muere en vosotros, que no existen
más ídolos ni héroes que los creados por otros y que nosotros consumimos, que
siempre hemos sabido en nuestro interior que es verdad y que es mentira, y que
todos somos culpables de vivir mentiras porque nos resulta más cómodo que
nuestras míseras verdades?!-,
-¡!joder, sois personas, sois ciudadanos, recordad
de una puta vez quienes sois y sedlo, sedlo y no renunciéis nunca más a eso,
grabarlo a fuego en el fondo de vuestra alma para que nadie nunca os lo vuelva
a quitar. Elegid de una puta vez ser personas, y no solo estar como siervos.
Tenemos que elegir, hostia, tenemos que elegir soñar y ser desde ahora y para
siempre!!-.
Un pitido de micrófonos acoplados suena en el
silencio. Carmen Torres se baja del estrado sin mirar atrás, rota, vacía,
temblando. Una cámara de televisión la sigue. De su bolso saca un pañuelo de
raso blanco con el que se limpia las lágrimas, y abandona el estrado, sola.
La cámara gira, un murmullo que crece se extiende
por la vieja avenida anunciando una apocalipsis sin ángeles ni trompetas,
después un gigantesco coro de gargantas crujen al unísono, una multitud ruge y
explota mientras las autoridades abandonan rápidamente el palco de su mismo
nombre.
“Vencido y honrado de haberte conocido. Vencido y agradecido
ante lo que me has enseñado. Vencido y humilde pues tú tienes un alma con la
que no conté, y yo no. Vencido, porque nunca más podré hablar contigo, con la
mujer a la que admiro. Cierro mi maleta llena de derrotas y de una lección. Apago
el televisor y salgo de la habitación del hotel. Mi avión despega en dos horas”.
En medio de la atronadora muchedumbre Marta
intentaba decirle algo a Ana, que no entendía ni una palabra. El rostro de
desesperación de la joven, junto a los empujones de la masa, terminó por
asustar a Ana que temía que a su pareja le estuvieran haciendo daño en el brazo
roto o las costillas dañadas. Se colocó a Marta bajo el brazo izquierdo
poniéndole la mano sobre la cabeza y la atrajo todo lo que pudo hacia su
cuerpo, tomo aire y durante diez minutos empujo, golpeo y echó a un lado a todo
aquel que se cruzó en su camino. Salieron del laberinto humano y solo entonces
sentó a su protegida en un portal,
-¿estás bien, te han hecho daño?-, pregunto en
cuclillas frente a Marta con voz entrecortada por el esfuerzo,
-¿decía la verdad Ana, estaba diciendo lo que
sentía?-, preguntó Marta,
-¿qué?-,
-tú eres la experta en saber si alguien miente,
¿estaba Carmen Torres diciendo lo que sentía?-,
-lo estaba gritando hasta con el último poro de su
piel-,
-entonces tenemos que volver a hablar con Arteaga,
con Navarro y con los chicos, y rápido-.
La sala de la casa de Marta estaba atestada, a ellas
dos se sumaban Arteaga, Carlos, Luis y los gemelos, más Navarro y Jiménez. Tras
dos horas de discusión, los botellines de cerveza recordaban una plaga de
langosta, y el humo del tabaco y de lo que no era tabaco se podía cortar con un
cuchillo, a pesar de las ventanas abiertas.
-¿entonces estamos todos y todas de acuerdo en que
no actuaba?-, preguntó Ana, la única sobria del grupo, que no dejaba de mirar
de reojo a Marta,
Uno de los gemelos contestó,
-a nosotros no nos caben dudas, hemos visto la
grabación un montón de veces buscando signos de actuación, pero o es la mejor
actriz del mundo o realmente estaba hablando desde más allá de la razón. Desde
lo más profundo de su ser estaba llamando cobardes e idiotas a todo el país-,
-me cago en nuestra puta suerte-, atinó a decir
Navarro después de siete cervezas y un coñac,
-si la Torres se hubiese proclamado guía y líder
espiritual del país todo hubiera encajado. Cosa que nos la hubiese pelado
igualmente porque como no tenemos ni una puta prueba de nada pues nos daba
igual, pero hubiese sido un bonito detalle por su parte estar en el ajo con
nuestros honrados gobernantes, y no ir por libre. Nos ha jodido el esquema, la
señora ciudadana-.
Arteaga se estaba empezando a poner nervioso, lo más
de lo más de la Seguridad del Estado, junto al teórico dúo de moda de la
Policía recién ascendidos a comisario jefe y comisario, y la cerebro Iglesias,
asesora de Inteligencia, comisaria de Policía en excedencia, y en ese momento
envuelta en una nube de María y con un gato drogado en su regazo, parecían
cualquier cosa menos una cuadrilla de conspiradores bordeando la ley.
-bien, conclusiones-, acertó a decir mientras hipaba
descontroladamente.
Marta dio una calada mientras miraba fijamente al
gato,
-coloca a Ana, Carlos y a Luis como escoltas de
Carmen Torres, ahora es un personaje muy popular y ha dicho cosas que la
colocan en el punto de mira de mucho cabrón. Que los gemelos se encarguen de
los chismes electrónicos anti bombas y cosas así. Navarro, tú y tus polis
cotillear la vida y milagros de la dama, hay que saberlo todo pero todo. A
partir de ahora nos quedamos en la sombra, somos la sombra-, le dijo al gato
muy seria. -Y ahora todos a la puta calle, tengo que tirarme a mi novia-.
Un rato después Ana sujetaba la cabeza y el pelo de
Marta mientras esta vomitaba la cena, las cervezas y media cosecha anual de
María en la taza del váter. Le lavó la cara y la llevó en volandas a la
habitación. Le quitó la ropa y aguanto estoicamente llantos infantiles y frases
del tipo “no te merezco, eres muy buena conmigo, si tú te mueres yo me mato,
dame la mano, no me dejes nunca sola por favor o me vuelve loca que me beses” y
así hasta que se quedó dormida. La arropó un poco más y se fue a la sala, donde
comprobó que el gato no había muerto de sobredosis o shock etílico pese a la
extrema rigidez del bicho, tras las tres cervezas que había visto a Navarro
echarle en su tazón. Se sentó en el sofá y abrió un botellín que encontró
virgen y todavía frío en una maceta, se lo bebió en un par de tragos, pasó por
el baño, se desvistió y se metió en la cama. Marta dormía profundamente, la movió
como si fuera un muñeco hasta que la colocó en la posición que le gustaba, le
abrió las piernas con una de las suyas hasta hacer tope contra su culo. Su mano
se paró un momento en la tripa, le disgustaba que la estuviera perdiendo, le
encantaba. Después acomodó la mano a la forma de su teta izquierda y allí la
dejó. Ana era la mujer más feliz y afortunada del mundo. Marta roncaba.
Carmen miró hacia la calle desde una de las ventanas
de su piso. La prensa seguía abajo, expectante y de guardia esperando alguna
declaración de la persona responsable de la mayor polvareda social en décadas.
El timbre de la puerta sonó, era la hora.
Una mujer joven, de melena negra como el carbón y
piel extremadamente pálida, y dos auténticos armarios roperos estaban tras la
entrada.
-Buenos días, señora Torres. Soy la teniente Ana
Conti, de Seguridad Nacional. Tengo órdenes de escoltarla, ¿está usted
preparada?-,
-me da miedo todo esa gente de la calle-, respondió
Carmen, al tiempo que pensaba en lo irónico de la frase. Ella misma había
estado cientos de veces en la situación en la que ahora se encontraban sus
compañeros de profesión, lista para arrancar una declaración por las buenas o
por las malas.
-no se preocupe señora-, dijo la agente con una
sonrisa agradable, -cuando lleguemos abajo le pondré un brazo sobre los
hombros. Míreme solo a mí, y déjenos el resto a nosotros-.
Lo cierto es que el temido paseíllo duró un
instante. Carmen miraba a aquella mujer que hacía un momento le sonreía y se
sorprendió de la transmutación. Durante ese azaroso momento y hasta que el
vehículo de lunas tintadas arrancó parecía una cara de piedra angulosa oculta
bajo unas gafas de sol. Luego se las quitó y volvió a sonreír,
-¿está usted bien?-, preguntó Ana,
-si gracias. ¿Ustedes van a ser mi escolta mientras
dure todo este circo?-,
-si a usted le parece bien, si señora-,
-entonces empecemos de nuevo. Ana, Llámame Carmen y
olvida lo de usted. Las formalidades solo son barreras, y a mi ya no me apetecen
los tratamientos formales. ¿Esos dos son mudos?-,
-no seño…, no Carmen. Pero cuando trabajan no
hablan. Créeme si te digo que es mejor así. Son los mejores profesionales con
los que he trabajado, y el par de amigos más gilipollas e infantiles que tengo-,
sentenció Ana,
-gracias Ana, aprecio el comentario en lo que vale-,
dijo Carmen con una sonrisa.
En el asiento delantero Carlos y Luis no movieron ni
un músculo, absolutamente concentrados en cumplir con su trabajo de llevar sana
y salva a aquella mujer ante el Presidente de la República.
-Ha sido el discurso más impactante que he escuchado
en toda mi vida-,
-es usted un hijo de puta-.
El Presidente mudó el gesto de la sonrisa oficial a
la dureza real.
-Bien, mejor así. Estoy cansado de actuar. Supongo que
subestimarla es un error, no lo volveré a cometer, y le sugiero que usted no lo
cometa conmigo. Un par de aclaraciones, sé por lo que ha pasado y no soy el
responsable ni de su secuestro ni de los asesinatos. Que me crea o no es
irrelevante, pero es lo cierto-,
-¿tampoco ordenó usted asesinar a Manzanos?-,
-eso era el mal menor en ese momento. Carmen, no
tengo ni ganas ni tiempo para confesiones ni penitencias. Su discurso ha
trastornado los planes…, para bien. Es usted ahora, lo quiera o no, la
depositaria de todo aquello que pidió a las personas de este país que asumieran.
Sencillamente y paradójicamente usted es la líder que este país desea. Mi
propuesta es que lo asuma y sea mi sucesora, no tendrá que esperar mucho, y
podrá llevar a cabo la revolución cívica que proclamó en su discurso…, o en su
mano está salir de aquí y olvidar mi propuesta. Elija-,
-Antes de contestarle quiero el nombre del hombre
que me secuestró-,
-la respuesta es no. La última muerte necesaria en
toda esta historia es la mía. Ese hombre planificó todo esto para que usted
eligiera libremente aceptar la oferta que le estoy haciendo o rechazarla, pero
si él hubiese querido que usted supiera su nombre se lo habría dicho. Le
repito, elija.-
-Al menos dígame que hay detrás de todo esto-,
-a eso si que puede contestarle. Detrás de esto está
una promesa que no supe cumplir, un sueño que no se realizó, la razón, la
lógica y Maquiavelo-.
-El fin justifica los medios-.
-Así es Carmen, así es. ¿Su respuesta?-.
-Acepto-.
-¿Vas a ir a ver a Navarro así?-,
-Si, ¿te gusta?-,
-estas…, muy guapa-, “me rindo”, pensó Ana mientras
ponía la mejor de las sonrisas, “es lo que hay, que sea lo que Dios quiera”. Aunque
esta vez se acercó a Marta y le levantó el minúsculo vestido. Un pantaloncillo
corto se escondía debajo,
-¿pero por quien me tomas, te crees que voy por ahí
enseñando el culo sin causa justificada?-,
-no cariño-,
-¿te digo yo algo cuando te mira todo el mundo?-,
-no cielo-,
-¿te molesta que después de treinta añazos de ir de
coco me dé por ponerme mona para visitar a mis amigos?-,
-no peque-,
-¿A que estoy hecha un pincel?, anda di que si
porfa-.
Ana se limitó a dar un besazo a su pareja, que se
quedó sin aliento.
-limpia un poco, nos va a comer la mierda-, dijo
Marta cuando logró respirar, lo pensó mejor y añadió,
-qué coño, que se espere un poco Navarro, esto es
mucho más urgente-, y empezó a quitar la ropa a su sonriente novia.
El agente de policía en prácticas Fernández estaba
de guardia en la recepción de la comisaría cuando vio entrar una auténtica
cucada. Una jovencita con un vestido cortísimo se dirigió hasta donde él
estaba. Una sonrisa perfecta al sur, la nariz rodeada de pecas en medio, y unos
ojillos picarones al norte de su cara le señalaron a Fernández la posibilidad
de un buen día.
-Hola, ¿Qué puedo hacer por ti?, tenemos denuncias,
permisos, pasaportes, una cena esta noche…,-
-Hum…, gracias pero no, tengo pareja-, respondió
Marta con una sonrisa enorme,
-una pena, bueno, tú dirás guapa-,
-¿El Comisario jefe Navarro está en su despacho?-,
-¿el orco?, ¿no me digas que eres una de las
nuevas?, se supone que no llegabais hasta mañana. Tú tranquila, dile al orco a
todo que si y escapa cuanto antes, ¿vale?-,
-!!Fernández!!-, tronó una voz en medio de la
comisaría haciendo que todos los presentes se encogiesen en sus mesas o
directamente se escabullesen hacia el lavabo,
-¿se puede saber que cojones te crees que estás
haciendo?-,
-estoy dando instrucciones a una de las nuevas
agentes en prácticas, señor comisario jefe-,
-¿pero tú es que eres tonto o es que tus padres son
hermanos?-, se acercó a Marta, la cogió por un brazo y la mostró a los agentes
como si fuera un trofeo de pesca.
-Atajo de cretinos, la gorra de maderos no deja que
la sangre os llegue al cerebro. La mujer que tenéis ante vosotros es la Asesora
de Seguridad Nacional Marta Iglesias, Comisaria de Policía y la tía con los
ovarios más gordos de la República, ¿se puede saber a que estáis esperando para
hacer el puto saludo reglamentario de los cojones?-.
Veintitrés policías y un detenido por conducir bajo
los efectos del alcohol saludaron reglamentariamente a Marta,
-y en cuanto a ti, Fernández, vete buscando calzado
cómodo. Tienes patrulla a pie durante el resto de tus prácticas, luego te
asignaré a la sección de chuchos, adivina de qué-.
Cuando el comisario y su acompañante subían las
escaleras hacia el despacho, Fernández no pudo evitar mirar bajo el vestido,
era claro que ese no era su día.
-Estas diferente-, dijo Navarro cuando entraron en
el despacho, -se lo dije a Arteaga en su momento, la Conti te atonta. ¿No te
parece que ese vestido es demasiado corto?-,
-Navarro, Ana y tú parecéis mis padres. No sé cuál
de los dos es más plasta. Además llevo pantalones debajo-, dijo subiéndose el
vestido mientras su ex jefe fijaba la vista en el techo.
-Bueno, ¿Qué tal te va en tu nuevo destino?-,
-Marta, ya te vi una vez el culo y no me gustó, así
que con ese ridículo pantaloncillo o sin él mantén la compostura. Y en cuanto a
cómo me va, bueno. Si te soy sincero empiezo a echar de menos el equipo, ya
hace un mes de la noche en tu casa y me aburro. La investigación sobre Carmen
Torres no da mucho de sí, si lees su puñetero libro ella misma te cuenta como es,
y parece ser que no miente por lo que Jiménez y yo hemos podido averiguar. Lo
único raro es esa manía suya de desaparecer los fines de semana, pero cuando lo
comenté con tu novia aprovechando lo de que es la jefa de sus escoltas, me
llamó imbécil otra vez y me dijo que se encargaban ellos, y que no metiera las
narices de la policía en eso, ¿te puedes creer que me trate así con lo que yo
la aprecio?-,
-se va a una casa de campo de su propiedad, y no
quiere que sea público, ya tiene bastante con lo del nombramiento de Adjunta a
la Presidencia. A Ana le cae muy bien, dice que es una buena persona, pero que
tiene un no se sabe qué de tristeza, como con algo de melancolía o así. Supongo
que si no te lo ha contado es para que tus chicos no aparezcan por allí. En
cuanto a ti ya sabes que no soporta el afecto que tú y yo nos tenemos,
simplemente no lo entiende, es muy buena chica pero te tiene entre ceja y ceja.
Dice que eres un corrupto, un cerdo, un cabrón y un bocazas. A veces en ese
orden y a veces en otro, son celillos, no se lo tengas en cuenta,
-bueno, es una de las mejores opiniones que he oído
sobre mí últimamente, lo tomaré como un cumplido. ¿Y tú qué tal?-
-¿no te lo he contado?, me voy a Italia dos semanas
con todos los gastos pagados por el Estado. Resulta que el tonto los huevos del
Director de Seguridad se ha empeñado en que asista a unas jornadas sobre
Sociología preventiva y criminología en la Universidad de Bolonia, dice que me
serán de utilidad en mi nuevo trabajo-,
-¿Sociología de qué?-,
-preventiva, sociología preventiva. Debe ser algo
así como la manera de coger a los malos antes de que la líen. No nos hubiera
venido mal con lo de los asesinatos. El caso es que estoy dándole al italiano
como una loca, me da que no me voy a enterar de nada, pero ¿quién es la tonta
que rechaza dos semanas en Italia?. Bueno, ¿me vas a invitar a una tapa y a una
cerveza o me vas a tener aquí encerrada sin poder lucir las piernas?-.
Al pasar junto al mostrador de recepción de la
comisaría Marta no pudo dejar de sonreír a Fernández, que permanecía en
posición de saludo y blanco como la pared.
Cuando llegó a casa eran las cuatro y media de la
tarde, tenía la nariz colorada, más o menos como los ojos. En la cocina beso a
Ana fugazmente, y del tirón y como pudo le dijo que estaba muy cansada, que le
dolían las costillas y el brazo y que lo mejor era una siesta, y desapareció
por el pasillo camino de la habitación trazando eses perfectas.
Ana Conti, teniente de operaciones especiales, pasó
del blanco al rojo mientras los ojos se le iban achinando, dijo algo parecido a
“yo lo mato, me cargo a ese cabrón y le hago un favor al mundo”. Terminó de
comer unas lentejas frías y fue a la habitación. Marta estaba tirada sobre la
cama, dormida como un lirón.
-Ya hablaremos tu y yo-, dijo, le quitó las
zapatillas de básquet, la tapó y se fue a la sala a limpiar sus armas.
Navarro sonreía satisfecho mientras se alejaba de la
casa de Marta, tenía la sagrada obligación de cuidar a la joven que era su
debilidad, y eso conllevaba inexorablemente conocer con pelos y señales como le
iba con su pareja. El caso es que en ese momento sabía hasta que ropa interior
llevaba Ana Conti puesta.
Esa noche Marta cenó pollo…, el que le montó Ana en
cuanto se le ocurrió asomar las narices fuera del dormitorio. A los epítetos
comunes que usaba Ana contra Marta cuando perdía los papeles, normalmente
asociados a comportamientos inapropiados a su edad y otros en relación a su
estatura y a su físico adolescente, añadió esta vez un detallado muestrario de
adjetivos comúnmente utilizados para definir a personas politoxicómanas y
gentes de escaso o nulo intelecto. Como fuera que fuese que a Marta aquello la
molestó, no dudo ni un momento en sumarse a la algarabía, y pese a una cierta
resaca que la limitaba y a un sabor de boca ciertamente desagradable que
exhalaba cada vez que abría la boca, logró dar réplica apropiada a su pareja
hasta que su voz llegó a un falsete prodigioso. La comunidad de vecinos estaba encantada,
sabían por experiencia que las reconciliaciones de aquellas dos eran aun más aun
explicitas y detalladas que sus desavenencias, así como las dificultades que
entrañaba resistirse a la imitación de prácticas reproductivas ante semejante
espectáculo sonoro. Esa noche la comunidad de vecinos se convertiría en un
brindis a Eros, a excepción de la abuela sorda del primero, que era viuda.
El día anterior a la partida de Marta, Bea les
sirvió su desayuno y se alejó de la mesa pensando en que si a la escena se le
añadía un viejo soul aquello podía acabar en tragedia griega.
-Son solo dos semanas y dos días-, dijo una,
-y hablaremos y nos veremos por la web cam-, dijo la
otra,
-y haremos cochinadas vía internet-,
-pero no será lo mismo-,
-no, no será lo mismo. Aun estamos a tiempo de
renunciar a ir-,
-no, somos adultas las dos. Esto es…, como una
prueba. Y el reencuentro va a ser la leche-,
-sí. La leche-,
-me está dando el bajón-,
-y a mí, ¿Qué hacemos, nos vamos a casa?-,
-en cuanto pague esto-,
Bea recogió el desayuno intacto, se sirvió una caña
y brindó con los dos parroquianos por las despedidas angustiosas.
Marta rara vez se sentía fuera de lugar. Normalmente
los convencionalismos le parecían una forma de estupidez o de frustración, así
que simplemente los dejaba a un lado y enseguida se hacía hueco allí donde
apareciese. Sin embargo, ese primer día de Agosto, sentada en la última fila de
aquel aula y con un precioso sol entrando por los ventanales, se dijo a si
misma que había sido un error aceptar la sugerencia del Director de acudir a
aquellas jornadas. En aquellos dos días previos al cursillo que llevaba en
Bolonia se dio cuenta hasta que punto echaba de menos a Ana, a su casa, a su
gato y a sus amigos. El idioma era otra barrera que le impedía sentirse a
gusto, entendía más o menos bien lo que le decían pero le costaba un triunfo
expresarse. Lo positivo era que la gente con la que habló tanto en la
universidad como en el hotel la trataban muy bien, aunque fuera más por su
aspecto de chica perdida que por otra cosa. Para más inri por lo visto el
cursillo debía de ser la releche, para veinticinco alumnos tenían hasta
traducción simultánea y todo…, en Inglés, Francés y Alemán, así que a Marta no
le quedó otra que hacer todo el oído posible si o si en Italiano.
Luego estaba el alumnado propiamente dicho. Desde su
puesto de observación al final del aula Marta vio pasar por primera vez a sus
compañeros, ni una sola mujer y lo más joven que se encontró debía de sacarle
diez años, estupendo. Distinguió como si lo llevaran escrito en la cara a cinco
militares rígidos como palos, a siete policías que no dudaron en chequearla con
la mirada y a doce agentes de inteligencia a cada cual más serio y mejor
vestido. Marta, sus viejos vaqueros y la camiseta de Bob Marley se revolvieron
incómodos. Fue un alivio ver entrar a los tres profesores. Uno era un viejillo
con cara de bueno, otra era una señora de unos cincuenta años con pinta de
hippie de toda la vida y el tercero era un hombre de cuarenta y tantos, moreno
y vestido con unos vaqueros y una camisa blanca. Esperaron sentados a que todo
el mundo hiciera lo propio y el de la camisa blanca empezó a hablar. Marta se
concentro con todo su ser en no perder ni una palabra, auto convenciéndose de
que no era una broma lo de estar allí, y que aprovecharía para aprender lo que
pudiera,
“Buongiorno,
Prima di tutto vorrei dare il benvenuto a tutti… tanto en mi nombre como en el
de mis colegas, a estas jornadas dedicadas a la Sociología preventiva en el
marco de la criminología. En primer lugar les daré una información general de
los objetivos del curso, y con posterioridad, los profesores Paolo Bonano y
Elisabeth Morrison, les ilustrarán detalladamente de su estructura
organizativa-.
Marta se sorprendió, había entendido prácticamente
todo lo que decía, se sonrió a sí misma y siguió concentrada. El hombre se
levantó de la mesa y comenzó a caminar por el aula.
-Bien, ¿empezamos?-, dijo con una simpática sonrisa,
-la historia de mundo está llena de momentos
críticos. Momentos en los que las circunstancias han favorecido o perjudicado a
los países y a los imperios, los han creado o los han destruido…, o los han
modificado hasta llegar al día de hoy. Guerras, pactos, convenios o actos
criminales salpican la historia y la forjan. Roma invade Grecia y el mundo
cambia, Castilla descubre América y el mundo cambia, Alemania invade Polonia y
el mundo cambia-.
Marta estaba alucinada, ese discurso o uno muy
parecido había mantenido ella durante la investigación de los asesinatos.
-Pero vamos a ser un poco más concretos, fue Cneo Lucio Mummio quien tomo Corinto,
Isabel de Castilla quien propició el descubrimiento de América, y Hitler quien
tomó la decisión de la invasión de Polonia, es decir, fueron personas concretas
quienes en virtud de unas circunstancias concretas tomaron las decisiones que propiciaron
los cambios. Cesar Augusto, Carlos V, Juana de Arco, Garibaldi, Newton, Lenin,
y cientos o miles más son un ejemplo de esos cambios-,
-Un
paso más, si sumamos una circunstancia social determinada a una persona
determinada que actúa de una manera única y singular en un momento concreto, la
sociedad donde se den esos condicionantes puede variar, y el resultado es que
la historia hace un quiebro. A alguien se le ocurrió arrojar el té en la bahía
de Boston, de alguien surgió la idea y nació Estados Unidos, o un nacionalista
mató a un archiduque en Sarajevo y el mundo cambió-.
-La
sociología es el estudio de los grupos sociales, de cómo interaccionan sus
individuos y los subgrupos que los forman. Analizamos momentos concretos, o a
lo largo de ciclos. También causas de problemas sociales e intentamos prever
consecuencias. Hacemos estadísticas de las cosas más dispares que se puedan
pensar y solemos pensar de nosotros mismos que disponemos de cierta ventaja
sobre los demás en esos campos. Pero resulta paradójico que con todas esas
herramientas en la mano seamos incapaces de acertar el resultado de una
competición deportiva, y obviamos lo evidente, que un solo individuo puede
cambiar la historia o ganar o perder un partido-.
-Sin
embargo esta ciencia sí que puede aportar algo nuevo a lo que ya hace. Podemos
determinar cuáles son los condicionantes necesarios para que un solo individuo
cambie la sociedad y su devenir, y podemos dar razones para que, por ejemplo, lo
que acaba de pasar en mi país no vuelva a repetirse…, o bien se repita de nuevo
en otro lugar con similares características. Todos ustedes saben que una sola
persona, con unos condicionantes personales de una determinada ideología, a
través del asesinato de determinados personajes ha facilitado un movimiento
social espectacular, respuesta a un
incendiario discurso de una periodista llamada Carmen Torres, que posiblemente
fragüe en una nueva forma de conciencia social. No podemos prever que un solo
individuo actúe, pero si las causas de que su actuación se convierta en un
movimiento social positivo o negativo para un grupo-.
-El
curso que hoy inauguramos trata sobre todo esto, pero adaptado a conductas
criminales, a lo negativo. Podemos prever y por tanto prevenir a la sociedad
sobre cuáles son las circunstancias en las que un acto delictivo puede llevar a
un cambio en la historia de nuestra ciudad o de nuestro estado. Si la sociedad
de mi país hubiese sido lo suficientemente sólida en sus valores, en su visión
de sí misma, los asesinatos habrían sido condenados y rechazados, pero no
habría habido el cambio en la conciencia social puesto que esos valores la habrían
sostenido. Por tanto, nuestro objetivo desde la sociología preventiva y
criminalística es ser altavoz de qué no debe de darse y de lo que sí debe de
ser para que un simple individuo no pueda cambiar la historia, ni a su antojo
ni a consecuencia de sus desvaríos. Gracias por escucharme. Les doy paso a mis
colegas-.
Marta
abrió los ojos. Los había mantenido cerrados en un acto de concentración
intentando absorber la explicación. Ahora creía entender porqué el Director
había insistido en que acudiera al curso. Ella le había dicho que como asesora
podía dar consejo y criticar, pero lo cierto, ahora lo veía claro, es que no
disponía más que de su propio juicio para hacerlo. Consejos razonados sobre
bases sólidas y críticas con alternativas sensatas, si mediante el puñetero
curso aprendía como se hacía eso de forma científica daba por más que buena la
distancia con su gente.
Cuando
la clase acabó Marta se entretuvo recogiendo sus cosas, el profesor de camisa
blanca se le acercó con aquella sonrisa que había despertado su simpatía,
-dime,
¿a qué se dedican los alumnos de este curso, cual es su trabajo?-,
-cinco son militares, siete policías y hay doce agentes de
inteligencia-, contestó Marta del tirón,
El profesor soltó una carcajada,
-perfecto Marta Iglesias. Veo que tus referencias no
eran exageradas. Anda ven, te invito a desayunar y me cuentas cosas de casa,
echo de menos hablar mi idioma y a alguien que me trate de tu. Por cierto, no
me he presentado, soy Gabriel Sierra-,
-hola Gabriel, encantada-. Marta se puso de
puntillas y le dio dos besos en las mejillas.
Marta.
Mañana
vuelvo a casa, por fin. Han sido dos semanas realmente raras, aunque la verdad
es que lo que ha pasado en los últimos meses me ha cambiado la vida, así que no
sé de qué me extraño. Creo que si cuando baje del avión está nevando en pleno
Agosto, ni pestañearía. Es la leche, das la vuelta a una esquina y te tropiezas
con el resto de tu vida, o eso espero porque no me ha ido demasiado mal, si
olvido el pequeño detalle de que casi me matan. Bueno, que me voy del tema. De
Bolonia me llevo unas clases que en cuanto a lo teórico han estado bien, aunque
me parece que su aplicación práctica es otra historia…, la de horas que Gabriel
y yo hemos discutido sobre el asunto…, y creo que también me lo llevo a él como
a un buen amigo. Lo que empezó como simples conversaciones después de clase
tomando un café han tornado durante estos días en costumbre, y la verdad es que
no solo me han servido para aprender y abrir horizontes, además me han aliviado
de una sensación de soledad que cuando llegué aquí me asustaba, joder como
duele la ausencia.
-Ya
estás hablando otra vez de Ana-, me decía de vez en cuando con una sonrisa, y
tenía razón, mi chica me tiene sorbido el seso. Pero a la vez el muy cotilla me
daba cancha, me dejaba hablar. Al principio me mosqueó el que no solo conociera
mi expediente profesional al dedillo, sino que además supiera quién es quién de
mi vida privada. Cuando se lo comenté toda ofendida se rió, me dijo algo así
como,
-Marta,
aterriza. ¿No te quieres dar cuenta a quienes está dirigido este curso?.
Teóricamente sois la gente que está detrás del telón, parte de las neuronas de
la seguridad en cada uno de vuestros países, y solo se llega a este curso si yo
lo apruebo, y mis reglas pasan por conoceros antes de que lleguéis aquí.
Trabajo con sensatos y honestos o cabrones sin escrúpulos, y eso no está en un
expediente profesional, pero tengo que saberlo. Cuando llegues a casa
agradécele lo que se de ti a un informe pormenorizado de un tal capitán
Arteaga-.
Vale,
estupendo, en cuanto lo vea le diré cuatro cosas. El caso es que eso me sirvió
para meterle en el brete de que me hablase de él, por pura justicia y
equilibrio, y lo cierto es que dé ahí nace la amistad de la que hablaba antes,
de contarle mucho yo de mi y el poco de sí mismo. Me contó que en un tiempo fue
soldado, que pasó por Bosnia y otros cuantos lugares y que lo que vio le hizo replantearse
su vida, que estudió Sociología e Historia porque quería entender la barbarie y
la locura en la que los pueblos y las personas caen de vez en cuando, y que
bueno, que una cosa le había llevado a la otra y que acabó en Italia de
profesor universitario. Como fuera que fuese de lo que hablábamos tarde o
temprano Ana aparecía y a mí se me iba la olla con ella esto o ella lo otro,
aproveche en cierta ocasión para preguntarle evidentemente por sus amores, lo
cierto es que torció el gesto en una mueca entre triste y de mal rollo y decidí
dejarlo ahí.
Me
dejó fuera de juego una noche, mientras cenábamos pasta en un restaurante de la
zona antigua de la ciudad. Sin venir a cuento me preguntó directamente por lo
lésbico de mi relación y si eso me había supuesto algún problema personal o
social.
-¿Lesbiana,
soy lesbiana?, joder, nunca me lo había planteado-.
El
se quedó mirándome de esa forma entre rara y enigmática en que me mira a veces,
así que le solté lo primero que me vino a la cabeza. Algo así como que la
cuestión sexual solo me interesaba como un precioso complemento a la vida junto
a la persona a quien quería como nunca había querido a nadie, que el hecho de
que ambas tuviésemos tetas en vez de rabos era tan anecdótico como que su
nombre fuera Ana o José, aunque agradecía a la madre naturaleza el poder sobar
a semejante hembra cuando me ardía la entrepierna. Se estuvo partiendo de risa
un rato, y luego brindamos por el amor sin apellidos.
En
cuanto al curso en sí y a nuestras desavenencias, estas eran debidas más a las
formas que al fondo, y ahí le pillé fuera de juego. Primero puso cara de
sorprendido y luego de preocupado, de muy preocupado. La cosa empezó cuando
hablábamos de lo ocurrido en casa con los asesinatos de Iván Manzanos, el
discurso de Carmen Torres y su nombramiento como Asesora de la Presidencia.
Según su teoría en el país se daban las condiciones justas para que una persona
en un momento concreto y con las circunstancias precisas propiciara un cambio
social a positivo…, y yo no lo veía claro, no por el cambio en sí, sino por lo
que podía significar para esa persona. Para mí el problema era tan evidente que
sigo sin entender como Gabriel no lo vio.
-Todo
está en la respuesta al estímulo-, le dije, -por un lado está la sociedad que
aún estando con Carmen Torres en la necesidad de un cambio, le iba a exigir a
ella que le dijese cómo se hace eso. Si esa mujer promovía como respuesta
medidas que modificasen el sistema político, financiero, educativo y social, el
propio sistema responderá defendiéndose y atacándola, a nadie le agrada que le
echen de su sillón, ni siquiera que lo meneen un poco. Así que todo eso
colocaría al propio país y especialmente a Carmen Torres en una posición muy
delicada…, y peligrosa-.
-Como
se que lo sabes todo-, le dije, -supongo que sabrás que mi chica se encarga de
la seguridad de esa mujer, y lo que me da un miedo que te cagas no es solo el
que puedan llegar a usar la violencia contra ella quienes se sientan
amenazados, con lo que a mí me toca como posible daño colateral, sino que
además Ana dice que esa mujer esconde algo dentro jodido, algo que tras la
fachada de mujer segura y fuerte esconde tristeza y melancolía. Francamente
Gabriel, las circunstancias que la han colocado en este momento, en ese lugar,
me parecen una auténtica putada. Me da el pálpito que Juana de Arco tiene
sucesora, y que si no andamos listos puede acabar igual. Si entra en el terreno
político y se queda corta a la hora de cumplir con las esperanzas del pueblo,
este no la perdonará. Y si hace reformas profundas el sistema actual se
defenderá atacándola. Lo jodido es que solo se limitó a manifestar sus
sentimientos públicamente, y que haga lo que haga le lloverán piedras. Yo
hubiera mandado a todo el mundo a tomar por el culo y me hubiera ido a casa. No
tengo claro que esa mujer sepa donde se está metiendo ni por qué lo hace-.
Como
Gabriel me miraba sin decir ni pio, acabé el monólogo soltando algo que ahora
que le conozco más se que le dolió, aunque aun no sé el porqué. Le dije que,
-su
teoría era como cuando sale el fin en las películas, que para fantasías está
muy bien pero que la realidad, la vida real, es un suma y sigue hasta el
momento en que la cascas. Que era como lo de vivir el momento, bonito pero
completamente estúpido si no tienes en cuenta sus consecuencias-, y concluí con
que -todo cambio tiene un precio, pero que en ese previsible cambio en la
conciencia del país la que pagaría la ronda era Carmen Torres-.
Se
quedó pensando unos segundos y a continuación hizo algo raro, extraordinario y
que me dejó alucinada. Se levantó, me tocó con un dedo la cicatriz de la frente
y luego la besó. Se volvió a sentar y pidió dos copas de vino. Levantó la suya
y dijo,
-por
ti, Marta Iglesias, gracias por ser como eres. Lamento que un loco estúpido intentara
matarte, el mundo sería un lugar mucho más feo sin tu presencia-.
-Gracias
profe-, le respondí yo mientras me ponía roja como un tomate.
En
fin, termino de cerrar la maleta y la dejo junto a la puerta. En unos minutos
encenderé el ordenador portátil y le contaré a Ana las ganas que tengo de
llegar a casa, y ella me contará sus cosas. Dejamos puestas todas las noches
las web cam, así ella me ve dormir y yo la veo a ella, es bonito lo de
despertarme a media noche y verla. No se lo he contado, pero me pongo el
despertador a las dos y media y me quedo un rato observándola mientras duerme.
Dos noches ha abierto de repente los ojos y me ha sonreído, no me cabe en la
cabeza que alguien sea tan estúpido como para poner etiquetas homofóbicas al
significado de esa sonrisa.
Ana.
Son
las cuatro de la mañana, y estoy sentada sobre la cama con las piernas
cruzadas, mirando a Marta a través de la pantalla del portátil. Dejamos una luz
tenue encendida toda la noche para poder vernos. Está tendida de medio lado y tiene
la mejilla aplastada contra la palma de su mano. Babosea un poco, y de vez en
cuando sus ojos se mueven bajo los párpados, sueña.
Apenas
hace tres meses que la conozco, ¿pueden
cambiar tanto las cosas en tan poco tiempo, o esto es solo una ilusión?. Espero que no lo sea, solo sé que esa soledad
que me ha acompañado durante treinta y cinco años me parece ahora ajena e
irreal, y si soy sincera ni siquiera entiendo bien mi pasado si lo comparo con
el presente. Cuando recuerdo es como si fuese otra vida, la de otra persona a
la que no reconozco, y para quien solo guardo una sonrisa triste y un espero
que hasta siempre.
Vuelve
a mi memoria aquel tipo que conocí hace años. Hubo un tiempo en que quise, o
tal vez necesité, creer que le quería, aunque nunca se lo dije fuera de esos
momentos de locura en que se dicen cosas que no se piensan igual cuando una es
sincera consigo misma.
Una
vez, fuera de la cama y de los encuentros donde el sexo lo era todo, intenté
abrazarlo no sé muy bien porqué, aunque supongo que era porque necesitaba
sentir su abrazo. El me lo negó, y me dijo que ya encontraría a alguien que me
abrazaría con más de lo que él me podía llegar a dar nunca. Que cabrón, como
casi siempre…, tenía razón. El hecho es que en este poco tiempo he encontrado ya
no a quien abrazar, sino a quien me abraza.
Ya
no necesito ocultar mi miedo tras este disfraz que muestro a la gente; esa
mujer fuerte que duerme conmigo, aquí o en la distancia, lo ha espantado.
Epílogo.
Yo.
Cuando era niño mi mundo se dividía entre héroes y
villanos. Lo cierto es que héroes había pocos, mi abuelo, un gigante de manos
enormes en las que me refugiaba de todos los miedos infantiles y de quien
conservo su olor como un tesoro entre mis recuerdos, y mi madre, que no eligió
ni su pobre vida ni su horrible muerte, pero de quien aprendí a ser y no
conformarme con estar, a los dos los quise todo lo que se querer. Y en un punto
y aparte que llenó mis horas estaban los otros, los irreales, los héroes de
ficción que libro tras libro me colmaban de aventuras, de valores, de bondades
absolutas y de sufridos triunfos frente al mal.
En cuanto a los villanos, bueno, podría decir sin
exagerar demasiado que eran una amalgama de casi todos aquellos, reales o
ficticios, que moraban más allá de la puerta de mi casa. Supongo que la
frontera entre sentirse protegido o agredido la marcaba esa puerta, puede ser
que vivir en un barrio gris y estar obligado a pasar por un colegio religioso
donde todas y cada una de las maldades tenían su cobijo, no me ayudara mucho a
tener otra percepción del mundo. Así que pasé mi niñez mecido en la inocente
certeza de que tarde o temprano sería ese héroe de mis libros capaz de vencer a
los malvados, a la pobreza, o a la muerte de aquellos a los que amas.
Por supuesto que la tontería duró lo que la vida
tardó en ponerme los pies en el suelo, y no lo hizo suavemente, sino a golpes;
así que en un rizo de la lógica pasé de pretendido héroe a trabajar en y por la
villanía gracias al destino, esa amalgama de casualidades y circunstancias en
el que nos justificamos cuando nos faltan pelotas para asumir lo que somos. En
otras palabras, traicioné la cordura, los valores y la inocencia por la razón
cruel, narcisista y subjetiva que me es tan necesaria para justificar mis
actos, para poder mentirme y poder dormir tranquilo.
Hay quienes dicen que las personas no cambian, tal
vez estén en lo cierto, y la explicación a la que nunca llegan tras tan
contundente afirmación es que el ser humano no es otra cosa que un animal que
intenta racionalizar lo que solo es instinto de conservación, y en consecuencia
responde a los avatares de la vida con esa disciplina primaria inscrita en sus
genes a la que hemos rebautizado como ego, tal y como yo hice en mi niñez e
inexorablemente, como todo el mundo y desde siempre, sigo haciendo, aunque lo
haga desde el otro lado, desde la amoralidad. La verdad es que una vez pasado
el tiempo me trae sin cuidado, pues ya no intento cambiar quien soy, aunque a
veces duela pues la moralidad al uso es como un tatuaje, imposible de quitar
por mucho que lo intente, o porque casi siempre me fascine. Tal vez solo me
esté vengando, aunque juro que se me olvidó hace mucho de qué y de quien, y ya
no me importa. Lo más probable es que lo moral y lo inmoral, los valores y los
pecados, la bondad y la maldad no sean más que apellidos intercambiables de un
solo y real yo…, en función de lo que más me convenga.
En fin, arriándome del carro de la metafísica y por
concretar, mi trabajo como villano consiste en modelar circunstancias. Unas veces
porque así, más o menos, me gano la vida. A veces por puro antojo, otras
buscando la miserable razón, o quizás solo sean las mismas ganas que tenía
cuando era un niño de cambiar las cosas que no me gustan a mi antojo y deseo, y
la verdad es que no me va mal…, aunque a veces me equivoque”.
Fin.
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